De:
Itinerario
del payador. Editorial de Entre Ríos. 1997
LOS
TESOROS DEL VIENTO
Los cantos del payador sólo se guardan en cofres de música, en
el alma errante de la poesía sin escritura, en el aire del
espíritu popular. Son tesoros del viento, en el viento dispersos
como un aroma oscuro, como una fuga de colores apagándose, como
aéreas semillas sin dirección segura, pero prestas a germinar en
la tierra roja de los corazones propicios, en la entraña
inagotable del pueblo, en la patria primitiva de la poesía.
Lo mejor se va en el viento, es verdad. Por eso dice el payador
llanero:
¡Ah malhaya quien pudiera
con esta soga enlazar
al viento, que se ha llevado
lo mejor de mi cantar!
1
Igual cosa señala Mitre al referirse a Santos Vega, expresión
cimera y arquetípica del payador pampeano que en el ámbito
tradicional se convirtió en "una especie de mito; que vive en
la memoria de todos, envuelto en las nubes prestigiosas del
misterio, sin haber dejado otra cosa que la tradición de sus
versos improvisados, que el viento de la pampa se ha llevado".
2
El Dr. Ismael Moya, al mencionar las creaciones espontáneas de
los payadores gauchos de los períodos heroicos de nuestra
historia en el siglo pasado, dice que "perdiéronse poco a poco
en el trajín de la guerra o en el ajetreo de las expediciones".
3
Sobre la poesía de los viejos payadores que recorrieron la
tierra uruguaya en la centuria comprendida desde fines del siglo
XVIII a fines del XIX, dice el crítico Alberto Zum Felde:
"Improvisación siempre renovada, apenas retenida en parte por la
memoria de cantores u oyentes, esa poesía popular y campera se
fue en el viento, y sólo su vaga tradición oral ha llegado a
nosotros".
4
Desde luego otro tanto sucedió con la poesía de índole
payadoresca en todos los países donde se cultivó ese género.
Con referencia al Paraguay, Buzó Gómez indica que en el período
1860-1910 existió "una pléyade de modestos trovadores, que
componían toscos versos principalmente en guaraní, y de cuyos
nombres no queda memoria".
5
Pasan los versos y los hombres. Así ocurre. En todos los
pueblos. En todas las épocas. Y ya que no es posible recorrer
los tiempos resucitando nombres, contribuyamos al menos a que la
poesía, inextinguible manantial para la humana sed, luz que
regresa en cada aurora, tránsito
y permanencia de la brisa, sea como la afirmación de un derecho
natural del hombre, diario pan de la mesa de todos, sencillo
milagro en la flor de la cotidianidad.
Tesoros del viento, que el viento arrastró confundidos entre el
polvo de la historia no escrita, fueron también las expresiones
ingenuas, los cantos elementales, los poemas sin letras que han
ido elaborando los pueblos primitivos de todas las latitudes, en
repetidos testimonios de las inclinaciones espirituales de la
raza humana, para satisfacción de las sucesivas generaciones,
aunque no para los legados documentales a la posterioridad. Mas
no todo se perdió, ni lo que palpitaba en la eterna sed de
poesía de los viejos pueblos, ni lo que resonaba en la voz del
payador. Hay secretos hilos, sutiles pero que ya no pueden
destruirse totalmente, y que el espíritu del hombre reanuda y
prolonga a través de todas las peripecias de la humanidad.
Por eso los mensajes, las señales, las voces poéticas de los
pueblos aborígenes del continente tampoco se perdieron por
completo, aunque casi todos esos pueblos carecían de escritura
para registrar su acervo literario y aquellos que, como los
aztecas y los mayas, tuvieron signos ideográficos o sistemas
jeroglíficos para dejar testimonios escritos, no pudieron
trasmitirnos esa riqueza porque fue sistemáticamente destruida
por los conquistadores, al considerar esas expresiones
culturales americanas como inspiradas por los poderes
diabólicos.
Hay soplos que vuelven, como rachas grávidas de misterio creador
levantadas entre las tinieblas del tiempo, venidas desde la
hondura del pasado. Hay esencias que no se desvanecen jamás.
Desde el más recóndito latido poético de los pueblos indígenas;
desde sus flautas, sus tambores y sus maracas; desde el corazón
quejumbroso de los charangos y las arpas indias; desde las
aguerridas guitarras cantores de los cantores populares; desde
la voz andariega del payador, parten caminos que atraviesan por
nuestro espíritu con rumbo al porvenir. Sepa la nueva gente
americana encontrar esos caminos.
Nuestro espíritu lánzase a explorar los vientos del mundo, a
descifrar su hondo lenguaje, a desentrañar sus ocultos tesoros
inmateriales, a escuchar la voz de la poesía de todos los
tiempos, el eco del canto eterno de las ansias humanas.
______________________________________________
1- Rómulo Gallegos: Cantaclaro, p. 227, Ed.
Espasa-Calpe. Buenos
Aires, 1941.
2- Bartolomé Mitre: Armonías de la pampa, en La
poesía gauchesca en lengua culta, p. 52, Ed. Ciordia y
Rodríguez, Buenos Aires, Í951.
3- Ismael Moya: Romancero, I, p,. 317.
4- Alberto Zum Felde: Proceso intelectual del
Uruguay, pp. 401-402, Ed. Claridad, Montevideo, 1941.
5- Sinforiano Buzó Gómez: índice de la poesía
paraguaya, p. 25, Ed. Tupa. Asunción -Buenos Aires; 1943.
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