ALBERTO GERCHUNOFF, ENTRE GAUCHOS Y JUDÍOS

                                                               por Eliahu Toker


Prosista y periodista de conmovida palabra poética, personaje protagónico de la vida literaria argentina, Alberto Gerchunoff constituye un lugar singular entre los clásicos de las letras argentinas de la primera mitad de este siglo. 
En aquella época, marcada por el torrencial desembarco en la Argentina de sucesivas oleadas inmigratorias —hubo momentos en que los inmigrantes superaban en número a los nativos [1]— en las páginas de Gerchunoff cobró entidad literaria, por primera vez [2], la particular experiencia de un conjunto de esos inmigrantes: los judíos asentados en las colonias agrícolas conformadas bajo el amparo del barón Hirsch [3].
No debe asombrarnos, entonces, que pese a ser el autor de una veintena de libros de diverso género, y pese a haber publicado miles de textos y notas periodísticas, el nombre de Alberto Gerchunoff siga intensamente unido a su inaugural Los gauchos judíos, cuyos veintiseis relatos dejan traslucir, por lo que cuentan, por el modo elegido para contarlo y por lo que callan, las ilusiones, las certidumbres, las ambigüedades y los temores de aquellos primeros inmigrantes judíos. El sencillo encanto de estos relatos, la emoción que transmiten y los interrogantes que sus diferentes niveles de lectura despiertan todavía, otorgan a este libro una notable vitalidad.
Algunas de sus obras posteriores (Historias y proezas de amorLos amores de Baruj Spinoza) acusan ya el paso del tiempo; otras conservan todavía sabor y frescura de páginas recién escritas (La jofaina maravillosaEl hombre importante) pero todas, leídas con oído atento, brindan a cada paso hallazgos de la mejor prosa poética de lengua española, compuesta por un hombre que desembarcó ya casi adolescente en esta lengua. 
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Alberto Gerchunoff vio la luz en 18834 en Proskuroff, pequeño pueblito ruso de Kamenetz Podolsk, gobernación  de la que provenían, en su mayor parte, los inmigrantes judíos del período inicial de la colonización agrícola. A los tres años su familia se traslada a Tulchin y de allí, empujada por la opresión y el antisemitismo zaristas, pero también por la ilusión de dar con la bíblica tierra prometida, se embarca rumbo a la Argentina5. "En aquellos años ya distantes los judíos no emigraban y la tentativa de colonización del barón Hirsch iluminaba a los israelitas de Tulchin, como la esperanza mesiánica del retorno al reino de Israel" [6].  "Allí, en la Argentina, trabajaremos la tierra, comeremos pan de nuestro trigo y seremos agricultores como los antiguos judíos, los judíos de la Biblia" [ 7].
Arribados al puerto de Buenos Aires, los Gerchunoff son conducidos, con los demás colonos, a la provincia de Santa Fe, a Moisés Ville, primera de las colonias fundadas por el barón Hirsch. A pocos meses de su llegada, cierta trágica tarde del año 1891, Gerchunoff padre es asesinado sin ningún motivo por un gaucho ebrio. La familia se traslada entonces a la provincia de Entre Ríos, a la colonia Rajil, cerca de Villaguay, y es allí donde el pequeño Gerchunoff de ocho años, se impregna de esas vivencias campesinas que atravesarían luego toda su obra: 
En Rajil fue donde mi espíritu se llenó de leyendas comarcanas. Las tradiciones del lugar, los hechos memorables del pago, las acciones ilustres de los guerreros locales llenaron mi alma a través de los relatos pintorescos y rústicos de los gauchos, rapsodas ingenuos del pasado argentino que abrieron mi corazón a la poesía del campo y me comunicaron el gusto de lo regional, de lo autóctono, saturándome de esa libertad orgullosa, de ese amor a lo criollo, a lo nativo, que debió, más tarde, fijar mi inclinación mental. En aquella naturaleza incomparable, bajo aquel cielo único, en el vasto sosiego de la campiña surcada de ríos, mi existencia se ungió de fervor, que borró mis orígenes y me hizo argentino.[8]
Sólo cuatro años permanecen los Gerchunoff en Entre Ríos. En 1895, el desánimo por el fracaso sucesivo de varias cosechas, sumado al obsesivo recuerdo de aquella trágica tarde de Moisés Ville, los arranca de la colonia y los lleva a Buenos Aires. En la gran ciudad comienza entonces Gerchunoff, a los doce años, "su vida incierta y andariega" enrolándose en cuanto oficio se le presenta: panadero, cigarrero, niquelador, pasamanero, vendedor ambulante. 
Ese muchacho que durante el día rueda de oficio en oficio, de noche estudia gramática, historia, ciencias. Un compañero asturiano le descubre el Don Quijote, libro que lo deslumbra para toda la vida. Lee con voracidad, va a conferencias, se relaciona con escritores y periodistas, y comienza a vivir en las redacciones, a participar de la vida bohemia y a publicar notas periodísticas. En 1903, a los veinte años, le ofrecen dirigir un diario en la ciudad de Rosario, y entra así, definitivamente, en el mundo del periodismo. En 1908, de la mano de Roberto J. Payró [9], ingresa al diario La Nacióny allí, entre otros textos, comienza a publicar unos relatos costumbristas de la vida judía en las colonias, que luego formarían parte de Los gauchos judíos, libro que aparece en 1910, en homenaje al centenario de la Revolución de Mayo.
A partir de aquí comienzan a conjugarse el escritor y el periodista en una serie de obras de difícil clasificación, que van del ensayo político —El nuevo régimen (1918), El problema judío (1945)— al literario —La jofaina maravillosa (1922), Roberto J. Payró (1925), Enrique Heine, el poeta de nuestra intimidad (1927)— al filosófico-literario —La asamblea de la bohardilla (1925), Pequeñas prosas (1926), El hombre que hablo en la Sorbona (1926)— y a la ficción, a veces con un trasfondo autobiográfico —Cuentos de ayer (1919), Historias y proezas de amor (1926), Los amores de Baruj Spinoza (1932), El hombre importante (1934)— resultando a veces difícil precisar dónde termina uno de sus rostros y comienza el otro. 
"En última instancia quizás no sea posible hablar sino de un solo Gerchunoff, del Gerchunoff que con esta o aquella modalidad retórica, era además de un infatigable militante de la libertad y de la dignidad humanas, lo que ha de ser definitivamente en toda el área territorial y moral de nuestra lengua: un verdadero maestro de la prosa castellana contemporánea, que en la Argentina del siglo XX repitió el genio estilístico de los más puros escritores hebreos de la lejana Sefarad". [10]
"Su mayor gloria estaba, a mi juicio, en que era un apóstol laico de la justicia y de la dignidad. (...) Llevaba su comprensible indulgencia hasta los límites de lo que es atribuible al Creador. Pero desde ese límite, que está claramente trazado para toda conciencia honrada, su indignación cobraba un fervor bíblico. Entonces un fuego destructor encendía sus labios y se sentía, con miedo, que era de la auténtica raza de los profetas y los jueces". [11]
Alberto Gerchunoff fallece en Buenos Aires, el 2 de marzo de 1950. De manera póstuma fueron apareciendo seis volúmenes con algunas de sus notas y ensayos breves clasificados por tema:Retorno a Don Quijote (1950), Entre Ríos, mi país (1950), El pino y la palmera (1952), Argentina, país de advenimiento (1952), Buenos Aires, la metrópoli de mañana (1960) y Figuras de nuestro tiempo (1979).
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Si ningún autor —si ningún hombre— cabe entero entre las tapas de un libro, menos aún se deja encuadernar una personalidad como la de Gerchunoff, escritor elocuente y hombre apasionado, exuberante, polémico, ocurrente, gran orador, gran conversador, amante de la buena comida, del buen vino, del buen tabaco y del buen humor [12].  
Lo que esta antología se propone, sin pretensiones de objetividad y en el marco de su limitado número de páginas, es destacar algunos rasgos característicos del perfil literario e ideológico de Alberto Gerchunoff, mediante una selección de sus textos. 
En primer lugar incluímos una parte sustancial de Los gauchos judíos, a nuestro juicio la obra más interesante de Gerchunoff por la permanencia de los interrogantes que plantea, particularmente en una época como la actual, de fuerte afirmación de las identidades culturales de las minorías en todo el mundo.
Ya su provocativo título mismo, uniendo dos términos contradictorios [13], plantea los encuentros y desencuentros entre dos mundos: el del argentino nativo, representado aquí por el gaucho, y el del argentino por adopción, interpretado por el colono judío, deseoso de ser aceptado por el nativo como un igual.
No se trata de algo tan obvio. El judío sólo tiene de gaucho lo que el gaucho tiene de marginal. El antisemitismo existía ya en la Argentina antes aún de que los judíos llegasen: En las mismas páginas del diario La Nación, donde aparecieron a partir de 1908 los relatos que integrarían Los gauchos judíos, se publicó en 1891, en forma de folletín, La Bolsa, una tan endeble como exitosa novela de Julián Martel, que describía a todos los inmigrantes como artífices de la decadencia moral argentina, pero culpando especialmente a los judíos por todos los males del país, pese a que "los testimonios de la época prueban que los judíos eran tan pocos en la Argentina de ese tiempo —en 1888 entraron 8 familias judías y al año siguiente 136 y casi todas se fueron al interior— que mal podían ser responsables de los problemas que preocupaban a Martel".[14] Lo que no significa que, de ser más numerosos, lo serían...  
El libro de Gerchunoff, escrito en un Buenos Aires signado por la euforia del Centenario y la incorporación de grandes contingentes de inmigrantes, niega la existencia de gente como Martel —sólo "Historia de un caballo robado" sugiere en Los gauchos judíos la existencia de algún prejuicio antisemita en el país— y describe con tonos rosados la relación entre gauchos y judíos, respondiendo a la presión de los partidarios de una disolución purificadora de los rasgos espirituales de todas las corrientes inmigratorias, para conformar un "ser argentino" a imagen y semejanza de los mismos que propugnan el "crisol de razas". 
Esta subestimación de lo problemático en Los gauchos judíos, en pos del sueño de una integración sin fisuras, le fue señalada de inmediato a Gerchunoff por su mismo maestro, Roberto J. Payró, quien tras leer la obra, después de las alabanzas, le escribe: "Toda la parte externa de su libro es de primer orden; en la parte íntima, en el 'alma' del libro falta algo. (...) ¿Dónde está el descontento de Rajil? ¿Dónde el que se volvió al comercio hastiado de la tierra fecunda? ¿Dónde el que, descontento de la autocracia rusa, no se satisfizo con la pseudo-república sudamericana, y soñó en perfecciones democrático-humanitarias mayores y más bellas?" [15].
Lo cierto es que las colonias judías, en sus años de esplendor, junto con sus enormes logros albergaban también grandes conflictos. Pero los judíos no se sentían tan aceptados como para plantear públicamente sus problemas. No debe de ser casual que incluso en la literatura argentina en lengua ídish —salvo honrosas excepciones— esos y otros conflictos hayan sido silenciados [16]. Gerchunoff, frente a las persecuciones antisemitas de la Semana Trágica de enero de 1919, vuelve a adoptar aquel sonoro silencio que recorre Los gauchos judíos [17]. Pero cambia de actitud en los años '30: ante el desmesurado crecimiento del fascismo y del nazismo en Europa y en Argentina misma [18], concentra la totalidad de sus energías a la lucha cívica y periodística contra estas plagas, a punto tal que desde 1937 no vuelve a publicar ninguna obra literaria más.
Volviendo a Los gauchos judíos, podríamos añadir todavía que su lenguaje pulido, sonoro, castizo, analizado ya por los estudiosos de su obra [19], además de formar parte de la reivindicación hispánica de muchos escritores argentinos de esa época, —Enrique Larreta, Manuel Gálvez, Ricardo Rojas— tiene para los autores judíos —Carlos M. Grünberg, César Tiempo, Gerchunoff mismo, todos de origen europeo oriental—, una función adicional: el de enhebrarlos en la vieja tradición de los sefaradíes, los judíos expulsados de España por la inquisición, que llevaron consigo la lengua española al exilio y la conservaron como un tesoro. Los escritores judíos podían ser unos recién venidos a la Argentina pero no lo eran a la lengua española. [20]
Habría mucho más que decir sobre Los gauchos judíos; subrayar, por ejemplo, la permanente sucesión de imágenes bíblicas; señalar las ironías que Gerchunoff desliza en el texto, la riqueza visual de las imágenes literarias que construye, pero detengámonos aquí.
Del mismo modo que en Los gauchos judíos cobran color y volumen sus vivencias cosechadas en la colonia, una de sus primeras experiencias urbanas, la de vendedor ambulante ( "el trabajo que me proporcionó los mayores sufrimientos y las más grandes humillaciones de mi vida" [ 21]) cobra espesor en "El día de las grandes ganancias", relato autobiográfico cuyos personajes son la ciudad, el desencanto y la ironía. Pertenece al libro Cuentos de ayer (1919).
La jofaina maravillosa (1922), subtitulada "Agenda cervantina", es un devocionario, uno de los que Gerchunoff solía dedicar a sus amores literarios (a Enrique Heine, a Baruj Spinoza). Estos textos de homenaje a Cervantes y a El Quijote son ejemplos de lo mejor de su prosa poética. 
(1922), subtitulada "Agenda cervantina", es un devocionario, uno de los que Gerchunoff solía dedicar a sus amores literarios (a Enrique Heine, a Baruj Spinoza). Estos textos de homenaje a Cervantes y a son ejemplos de lo mejor de su prosa poética. Con algo de reportajes periodísticos y algo de diálogos filosóficos, La asamblea de la bohardilla (1925) es un original conjunto de textos cuyos protagonistas son Marx y Mefistófeles, Shylock y Kempis, Jesús ("El hombre de las manos luminosas") y la serpiente del Génesis. Merecen ser leídos, además, el sabroso capítulo dedicado a "La civilización de la comida", y unas notables páginas acerca de las ventajas de ser un país hermosamente advenedizo [22]. 
Pequeñas prosas (1926) es una joyita literaria, editada como tal por Gleizer [23], que reúne diez textos breves —entre ellos "El misterio de la palabra" y "Hermano, júzgame bien"— que se leen con el placer que da la inteligencia mitigada por la belleza.
(1926) es una joyita literaria, editada como tal por Gleizer [23], que reúne diez textos breves —entre ellos "El misterio de la palabra" y "Hermano, júzgame bien"— que se leen con el placer que da la inteligencia mitigada por la belleza. Finalmente, el famoso genio irónico, cáustico, de Gerchunoff, ése que alimenta la mayor parte de su profuso anecdotario y que restalla aquí y allá a lo largo de toda su obra, se expresa acabadamente en El hombre importante (1934), retrato de un político latinoamericano cuyo enorme prestigio está fundado en una increíble habilidad para no comprometerse con idea alguna. La "Advertencia pertinente" que le sirve de introducción, tan extensa como la novela misma, es un texto burlón y erudito, en el que Gerchunoff explica con refinada ironía por qué rehusa el honor de integrar cierta lejana y renombrada Academia, aludiendo claramente a su rechazo del sillón de académico que le ofrecieron en 1930, durante el gobierno de facto.
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Desde ya que esta breve introducción es sólo un aperitivo y que el retrato de Alberto Gerchunoff queda incompleto. El objetivo de estas páginas es despertar interés y curiosidad por leer sus textos suyos, y por conocer lo escrito acerca de él y de esos textos, que no son precisamente fáciles de conseguir. Pero el premio es dar con relatos de una intensidad y belleza poco comunes, y recibir una imagen sensible de una sociedad, de una época, de un país.
 
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1. "Buenos Aires alcanzaba en 1869, un año después de terminado el período presidencial de Mitre, a 181.838 habitantes, y a 1.836.490 la República. En 1889 —con ulterioridad de dos décadas— la población global era ya de 3.265.577 y la de Buenos Aires de 530.000, de los cuales eran extranjeros 300.000. En 1889 llegaron a la Argentina 260.000 inmigrantes, el doble, justamente, del año anterior". (Gerchunoff, Argentina, país de advenimiento, p. 20).
 "En 1887, se realiza un censo municipal en Buenos Aires que arroja las siguientes cifras, incluyendo Flores y Belgrano, recién incorporados al ejido de la ciudad (..) 437.875 habitantes. (...) La totalidad de la población porteña se divide en 1887 de este modo: 209.224 argentinos; 228.651 extranjeros (la corriente inmigratoria ha modificado ya la base hispánica de nuestra nación); de esos extranjeros sólo 39.652 son españoles, ¡mientras que 138.166 son italianos! El resto se divide en diversas nacionalidades". ("La Argentina de 1880 a 1940", en Capítulo, la historia de la literatura argentina, Buenos Aires, agosto de 1967, fascículo 2, p.29). 
2. Según la Encyclopedia Judaica, "Los gauchos judíos es la primera obra latinoamericana que da cuenta de la emigración al Nuevo Mundo, así como la primera de valor literario escrita en español por un judío en los tiempos modernos". (Op. cit., tomo 7, pp. 434-435).
Por otra parte, prácticamente desde su arribo a la Argentina los inmigrantes judíos desarrollaron una constante labor periodística, enviando correspondencias a los grandes diarios en lengua hebrea de Varsovia y San Petersburgo, en respuesta al enorme interés y curiosidad por conocer cómo era ese lejano país llamado Argentina, al que habían emigrado tantos judíos, y cómo funcionaba esa original experiencia agrícola judía en los campos argentinos. Ya en 1898, antes aún de que existiera en el país una linotipo con caracteres hebraicos, grabando a mano sobre planchas de piedra el texto de las notas y noticias, aparece en Buenos Aires el primer periódico en ídish, Viderkol. La primera publicación periodística judía en castellano aparece en 1904. 
3. El barón Mauricio de Hirsch (1831-1896), fue un financista y filántropo alemán, creador de la Jewish Colonization Association (JCA), institución por medio de la cual encaró el reasentamiento en gran escala, en colonias agrícolas de la Argentina y otros países, de judíos rusos perseguidos por el régimen zarista. 
4. "Nací el 1º de enero de 1883 —según el pasaporte otorgado a mi padre para el viaje a América, y en 1884 según decía mi madre— en Proskuroff, villa diminuta de la gobernación de Kamenetz-Podolsk, que es como la Lituania, una provincia rusa de densa población israelita". (Entre Ríos, mi país, "Autobiografía", p. 9).
5. En las diversas biografías de Gerchunoff no encontré la fecha de su llegada a la Argentina y tampoco es mencionada en su autobiografía. "Vivimos en Tulchin hasta 1889" dice al describir su salida de Rusia (p. 10), y un poco más adelante, relatando el primero oficio en la sinagoga, ya en Argentina, agrega: "Por primera vez, en la colonia de Moisés Ville, en el año 1891 de la era cristiana, en la República Argentina, el pueblo elegido se sintió en tierra hospitalaria, en tierra materna... ". (Entre Ríos, mi país, "Autobiografía", p. 20). 
6. Ibídem p. 12. 
7. Ibídem p. 14. 
8. Ibídem p. 25-26. 
9. Roberto J. Payró (1867-1928) importante narrador argentino, autor de El casamiento de Laucha(1906), Pago chico (1908) y Divertidas aventuras de un nieto de Juan Moreira (1910).
10. Bernárdez, Francisco Luis. "Alberto Gerchunoff, maestro judío de la prosa castellana", en:Davar, Buenos Aires, núm. 42, setiembre-octubre 1952, p. 67. 
11. Martinez Estrada, Ezequiel. "Apunte hecho de memoria", en: Davar, Buenos Aires, núm. 3l/33, abril 1951, p. 59-60. 
12. En su poema "Tributación a la inmortalidad del Bar Internacional", lo pinta así César Tiempo: "Al filo de la madrugada / como a un cabildo abierto / penetra don Alberto / Gerchunoff, el maestro de la prosa labrada. /  Obeso como un diccionario / y sabio en menesteres de cocina / su abacial figura domina / aquel estrecho escenario / para sus dotes caudalosas / dignas de un gran rabino o de un señor de la iglesia: / maneja como un fino bisturí la parresia / y habla con esa música capital de sus prosas, / un poco orquesta a viento y un poco contrabajo, / triunfa en las partituras que maneja a placer / como el menú que ordena en su propio agasajo".
13. "Los gringos de Rajil, por más que sublimasen las proezas gauchas del pasado, no representaban su continuación sino su antítesis: su existencia sedentaria y ordenada en chacras delimitadas iba en contra de la sustancia misma del peculiar modo de vida del gaucho. (...) El gaucho judío es, por tanto, el judío naturalizado y provincializado, ligado a un mito patriótico en un intento de mostrar la total adaptación a un patrimonio y un lugar. Pero la imagen que de los judíos tiene Borges es exactamente opuesta a ésta, y aquí parece situarse otra de sus objeciones a la fábula de Gerchunoff". (Aizenberg, Edna. "Borges, Gerchunoff y el gaucho 'judío'", en: Raíces, Buenos Aires, Primavera 1991, p. 26-28).  
14. Pellettieri, Osvaldo. "La Bolsa: entre el romanticismo y la realidad social", en La Bolsa, de Julián Martel, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1981, p. 17. 
15. "Payró opina sobre Los gauchos judíos", en: Davar, Buenos Aires, núm. 31-33, abril 1951, p. 201-202. 
16. Integrada por numerosos autores, muchos de ellos de excelente nivel, la literatura ídish argentina no registra casi obras verdaderamente representativas de los momentos más dramáticos vividos por la judería en el país. Abundan hermosos textos que cantan a la Argentina, que exaltan sus bellezas y bondades, idealizando la experiencia colonizadora. Abunda también una poesía social propia de los años de la revolución rusa, centrada aquí en la descripción de los conventillos y de las miserias de los nuevos inmigrantes; pero los duros enfrentamientos entre los colonos y la Jewish; el pogrom de la semana trágica y la tragedia de las muchachas judías traídas con engaños desde sus pueblitos natales y forzadas a ejercer la prostitución en un régimen de esclavitud, son temas cuya ausencia resulta demasiado llamativa para no constituir un síntoma de algo.     
Para darle la razón a aquello de que "la excepción confirma la regla", cada uno de estos temas produjo una obra importante en idish, pero no debe de ser casual el que recién en los últimos años hubiesen podido ver la luz en castellano: Recién en 1984 apareció en español la obra teatral de Leib Malaj acerca de la trata de blancas, titulada Ibergus [A]; recién en 1987 apareció la traducción  del dramático testimonio del periodista Pinie Wald acerca del pogrom de la semana trágica, Koshmar [B], y en 1991 apareció en castellano el texto referido a los conflictos entre los colonos y la JCA: Colonia Mauricio de Marcos Alpersohn [C].
    A. Malaj, Leib. Ibergus, Buenos Aires, s/e, 1926, 80 p. / Malaj, Leib. Regeneración, versión española de Nora Glickman y Rosalía Rosembuj, Buenos Aires, Pardés, 1984, 138 p. 
    B. Wald, Pedro. Koshmar, Buenos Aires, s/e, 1929, 96 p. / Wald, Pedro. "Pesadilla", versión española de Simja Sneh, en Crónicas judeoargentinas/1, Buenos Aires, Milá, 1987, p. 327-407.
    C. Alpersohn, Marcos. Colonia Mauricio, Buenos Aires,  s/e, 1922. /  Alpersohn, Marcos, Colonia Mauricio, versión española de   Eliahu Toker, Buenos Aires, "Comisión centenario colonización Colonia Mauricio (Carlos Casares)", 1991, 402 p.
17. Senkman, Leonardo. La identidad judía en la literatura argentina, Buenos Aires, Pardés, 1983, p. 204. 
18. "Hugo Wast, en el prólogo de su novela El Kahal (1934), afirma que gritar 'Abajo los judíos' equivale a gritar 'Viva la patria'". (Ibídem, p. 220). 
Hugo Wast (seudónimo, con resonancia germánica, de Gustavo Martinez Zuviría, 1883-1962) expresa su antijudaísmo inspirado en el nazismo alemán, del mismo modo que Julián Martel (seudónimo, con resonancia gala, de José María Miró, 1867-1896) toma el suyo del antisemitismo francés, que poco después estallaría en el affaire Dreyfus.
19. Ibídem, p. 39-57. 
20. Esa exaltación de lo judeo-español aparece a menudo en Los gauchos judíos, y llega hasta el extremo de situar en Castilla a Rabí Akiva, uno de los sabios que redactaron el Talmud de Jerusalem (en "El viejo colono").
21. Gerchunoff, Alberto. Entre Ríos, mi país, "Autobiografía", p. 31.
22. Gerchunoff, Alberto. La asamblea de la bohardilla, p. 29-31.
23. Manuel Gleizer fue un editor argentino que llevó generosamente a la imprenta las obras primerizas de Borges, de Nicolás Olivari, de César Tiempo y de toda esa generación de jóvenes escritores argentinos.

 
Tomado de la página: http://eliahutoker.com.ar/escritos/gente_gerchunoff.htm
El presente artículo se publicó a modo de introducción en la antología de la obra de Alberto Gerchunoff compuesta y anotada por Eliahu Toker, editada por Secretaria de Cultura de la Nación y Editorial Biblos en Buenos Aires, 1994.