(Texto leído por la autora en homenaje a Calgaro en Rosario, Agosto de 2006 y nunca publicado por medio alguno.)
Nos reunimos para recordar a un amigo, que falta hace veinte años, en un universario de su cumpleaños. Creo que es una acertada decisión, porque a través de su testimonio compruebo que la fecha era, para Orlando, un momento especial. En “Punto de par-tida” (1968) en “Texto del sábado” dice: “mis agostos hicieron posible el entendimiento”, “Agosto me presta sus recuerdos y en su nombre/ yo no bajo la guardia, no la bajo, no”. En “La vida en general” (1974) hay dos poemas referentes a esta época: uno se titula, precisamente, “Domingo de agosto” donde reflexiona que agosto, a pesar de su mezquindad, es la antesala de septiembre; y “25-8-73” donde aboga por una resolución rotunda en la vida nacional: “sí, la verdad partida/ como un pan/ para todos”, es decir la revolución.
Es evidente que agosto es, para este hemisferio, el mes inhospitalario de la víspera; que nos comprime con su inclemencia pero nos inquieta con la esperanza de un próximo renacer. Y Calgaro, según el bello poema introductorio de Raúl Gustavo Aguirre a “Punto de partida”, tenía el privilegio de la esperanza. No era su único don. Recordamos su imagen de hombre generoso y afable, de figura delgada, gestualidad económica, provisto de una conciencia despierta y una escucha atenta al problema ajeno, apto para la resolución ágil y el socorro oportuno.
Su sensibilidad recalaba en dos miradores: el amplio e iluminado balcón de la poesía y el atalaya de la conciencia nacional. Desde allí orientaba un quehacer que, además de la expresión personal –“Punto de partida” (1968), “Los métodos” (1970), “Además el río” (1972), “La vida en general” (1974) y “El país de los arroyos” (1979) quiso institucionalizarlo en la revista “La Ventana”, junto al poeta García Brarda, y posteriormente en una editorial del mismo nombre y en la fundación del “Ateneo Arturo Jauretche”.
¿Por qué Jauretche? Creo que encontró en él a alguien que lo precedía en ese atalaya, con la erudición de un estudioso y las mañas de los viejos payadores: Jauretche fue visionario en el largo plazo (Los profetas del odio y la yapa), astuto en el mediano plazo (Manual de zonceras argentinas) e implacable en el corto plazo (El medio pelo en la sociedad argentina). Calgaro tomó como misión recoger esa memoria y lo concretó en su ensayo “Forja: cuarenta años después” en 1975.
De su tarea como poeta la encontramos en la iluminada reseña que está en la contratapa de “Punto de partida”, una fisonomía poética y existencial de Calgaro, difícil de alterar. La firma Leónidas Lamborghini embarcándolo en esa corriente de poetas justicieros donde el compromiso con la vida y la palabra es una sola ruta. Pero, es la exquisita metáfora de Raúl Gustavo Aguirre la que cala más hondo: “Mezcla de arquero y excavador, sus movimientos son extraños”.
¿Qué quiso decir? No dudamos de su vocación arqueológica. Se preguntaba “Qué memoria daré al país/ que me ha dado el recuerdo”. No tenemos más herramientas para llegar a la verdad que la rememoración. Somos seres enredados en relatos. Desenmadejarlos es nuestra forma saludable de vivir. Calgaro se sabía formado por una cadena de recuerdos que se forjaron en nuestra patria y, en especial, en su patria entrerriana. Y como arquero dispara estas experiencias en las flechas del lenguaje; con la seguridad de quien dispara certezas. Por eso, su poesía parece dibujar un mapa de su conciencia.
Todos los poetas aspiran a esbozar un mapa de la realidad: algunos otean borgeanamente el mapa absoluto del universo; otros se enceguecen por una geografía llena de mensajes; otros traslucen el mapa de su propia conciencia. En Calgaro se superponen las tres opciones, pero prevalece esta última como foco central.
Desde la naturaleza el paisaje entrerriano lo convoca como depositario de la huella de lo esencial. Los militantes de la verdad, intuyen en el paisaje un atisbo de revelación, pero también lo mensuran como una demora. Por eso recortan escorzos rápidos que recogen como emblemas. Todos se apegan a la imagen del pájaro y el agua. Los saben protagonistas de proyectos imparables, son insobornables y astutos. Calgaro los rescata en su expresión modesta: dentro del país de los cardenales, organizados y definidos con su banda federal en la frente, destaca al gorrión (“libre y hábil/ se permite todas las esperanzas/ y habla y se enmascara (…) me mata callando/ mientras se interna en el aula del cielo”). Como así también a los arroyos entrerrianos: el Caballú-cuatiá, en La Paz, su pueblo natal; el arroyo de las alas, en Lucas González; el Inhabitado en San Gustavo, que borra su huella en la tierra pero dejando su marca.
Desde su punto de partida fija un atalaya: su mirada es un sobrevuelo sobre las pe-queñas cosas que nos dan un ejemplo de inquietud resistente y nos despiertan en el medio de un territorio adormecido o cristalizado. ¿Por qué? Porque considera que todo nos lleva a la parálisis.
En “Los métodos” donde además de imbricar en su verso líneas de otros poemas, con verdadera destreza retórica, -según marca Jorge Isaías en el prólogo a la antología que editó el Ministerio de Educación y Cultura de la Provincia de Santa Fe- Calgaro quiere hacer una autopsia de los métodos que conspiran contra la inquietud, el entusiasmo, el compromiso solidario. De sus diez poemas podemos resumir casi un decálogo:
I.- Cuidado cuando el corazón baja la guardia porque considera que “ya todo ha cambiado” y no le encuentra eficacia a sus utopías (la traición a los ideales); II.- No escuchamos las voces del viento donde resuenan tesoros de sabiduría no libresca, como la voz de los payadores; III.- No ser proclive a dilapidar sueños sin batallas; IV.-Los semidio- ses de palacios metálicos nos han invadido (el poder del dinero); V.- La falsa conciencia es nuestro anteojo, la solución mágica; VI.-El confort es un asesinato lento; VII.- La comida no es rito, es una manera de olvidar; VIII.- La “epoje” fenoménica, la reducción del campo de observación es el camino del sálvese quien pueda, como se describe en un poema posterior titulado
OTRO ABOGADO
Poco a poco olvidó
que el aire es nuestro.
Luego anidó su eternidad
con pulcros magistrados
y en estupendos equilibrios
fue gerente.
Supe un día en la escalera
que murió en el ascensor
mientras subía.
IX.- La postergación indefinida en espera de la oportunidad imposible (dedicado al Che Guevara que no contaba con los argentinos en su empresa); X.- Los desencuentros: su generación no coincidió en la trinchera en las luchas revolucionarias del sesenta.
Pero hay un pecado capital que es la asfixia de la cultura, que se deduce del “Escrito 6” de “La vida en general”, donde reflexiona acerca de cómo la fábrica occidental le puso explicaciones a la pobreza, al entusiasmo por la militancia la catalogó con su argot científico y la dejó encuadernada. Pero puede inflamarse.
Parafraseando las ideas de Jorge Isaías en su bello prólogo, donde califica a la poesía de Calgaro como “la pulpa de una nuez, seca y exquisitamente nutritiva, opaca y refulgente”. Es así, Calgaro no se perdió en el bosque de los sonidos, ni en la suntuosidad colorida de las imágenes. Al contrario, para embarcarse en esa corriente de la memoria talló con sus poemas un campanario estrecho, donde sólo el viento de la historia podrá desatar sonidos que retumben en las grutas más oxidadas de nuestras conciencias.