EL TÚNEL

El agostamiento del invierno

cuando atrofiamos la flor que nos ha reunido

en el vaho de la conquista,

la que se aproxima.

 

Los vapores nos contienen a la insidiosa espera

que emerge desde las manifestaciones.

La crueldad apiñando al aliento

que devorará las ciudades vacías

cuando este gris sea de recorrer las llanuras,

tus mesetas de alquimia,

tus esteros de sudor.

 

La cavernosidad es del grito rijoso,

del eco del rasguño

cuando se ha arrancado el pétalo profundo

de la entraña más sensible:

tus huesos que arden de amor.

 

Y ya no querrás la insoportable infancia

que te recorre en la caída,

la sórdida flaqueza del hidalgo

amustiando su pluma errante

ante la tinta de tus ojos irritados

por el fluido del gran bramido.

 

Recorremos el túnel y cortejamos la piedra

con su raída jerga de antaño.

Ella que nos recibe en la añoranza

de tentarnos a la vesania de sorber lo barrunto

mientras el sueño nos engendra en el sigilo.

 

Dormimos abrazados ante el fin,

en la fría tiniebla de humos incoloros

como las serpientes atisbadas

sobre la maleza y los precisos insectos.

Mis pensamientos enajenados

son lisonja de tus dedos muertos en la tez,

tus brazos como higueras de las pinzas esmeraldas

en la solitaria intemperie del arrobo.

 

Allí…

en la embustera reconciliación,

en el cruce de los deseos,

en la huelga por el hambre.

Bajo el halo lunar nuboso

descansamos en el túnel

o debajo del puente enrejado

o es la corredera de Soler,

como dos pordioseros hechizados

y profundamente fétidos

por las hormonas y por la humanidad.

 

Esta llaga que abrimos llena de brebajes

y el destino en la rozadura donde se desmoronan

los pavores con sus huellas más cercanas

ignorando cualquier fulgor del cielo,

todas ellas son el vástago ineludible

de la comunión entre nuestras personas

fundiéndose en la mayor hondura,

en el reposo supremo

de redimir el instante juntos.

Aquel nirvana magnífico en el urbanismo.

 

La herradura del mausoleo no ha velado

por las pezuñas al andar,

nuestros pasos son la grieta

que se ha curtido por el relámpago.

Descalzos en la arena.

 

Y aquel túnel se ha convertido

en el oasis prometedor de la Mesopotamia

que yace en el jardín de la casona secreta

donde supimos beber las tardes.

Cuando el tiempo sigue pasando

y nos estamos conociendo

sentados bajo el jacarandá de entre mesas,

respetando toda omisión del labio

para así amar la vida.