PARA NOTICIAS/ENTRE RÍOS 26.12.15

HOY ES SIEMPRE TODAVÍA: ALEJANDRO BEKES

Por Mäuss para www.noticiasentrerios.com.ar
Es un reconocido escritor entrerriano, profesor que formó a una miríada de alumnos que pudieron asimilar el conocimiento que transmite, con total amor, pasión y gentileza. Estar en una clase suya, leer un texto de él tiene mucho de esa mayeútica socrática. El arte de dar a luz es lo que se refleja en sus libros, en su coherencia. Ha traducido poesía de Horacio, Shakespeare, Auden, Baudelaire y Nerval. Publica regularmente reseñas, traducciones y ensayos breves en revistas literarias de nuestro país y de España. Es un honor presentar
¿Cómo comenzó tu relación con la literatura? ¿Hubo, de chico en tu casa, una estimulación especial o llegaste a la literatura por una búsqueda interior?
La primera persona que me animó a leer y a escribir fue mi padre; en casa siempre hubo libros, siempre nos regalaron libros para los cumpleaños y Navidad, y lo más importante, siempre hubo un clima de diálogo, no limitado a las cuestiones prácticas. A mi modo de ver esto último es fundamental. Si uno quiere que sus hijos lean, estudien y quieran superarse, lo mejor que puede hacer es hablar con ellos. No simplemente darles órdenes, consejos e indicaciones, sino hablar con ellos.
¿A qué edad comenzaste a escribir? O ¿cuál fue el motivo por el que comenzaste a escribir?
Creo que empecé a escribir a los doce o trece años. Sería muy difícil explicar por qué lo hice. Simplemente empecé a escribir.
¿A quién o a qué dedicaste tu primer escrito?
No recuerdo qué fue lo primero que escribí, ni me parece que tenga importancia. Eran los primeros intentos de expresión, de un chico que no sabía nada, ni siquiera tenía claro qué era lo que buscaba decir. La situación no ha variado mucho, excepto por la edad, obviamente. Lo importante de esos primeros escritos fue la actitud: destinar un cuaderno para algo que no era escolar, sino propio y libre. Es evidente, por otra parte, que muchos adolescentes escriben, porque necesitan un medio para entenderse consigo mismos y la escritura es por lejos el mejor y más accesible. Otra cosa es lo que el camino de la escritura implica más adelante: aprender a manejar el rebelde instrumento, aprender a forjar la expresión para lo que brota en tumulto de las honduras del ser. Yo no publiqué nada, al menos con mi nombre, hasta que cumplí veinte años. E incluso creo que me apresuré. Pero publicar también es necesario, porque es el único modo de abandonar el ámbito despreocupado de lo íntimo y arriesgarse a la mirada de los lectores. En ese momento, uno empieza a considerar que la cosa va en serio.
¿Qué escritores reconocés influyentes en tu obra, y cuáles determinantes en tu formación?
La lista de autores sería muy larga y bastante previsible. Tendría que nombrar a muchos poetas españoles e hispanoamericanos, a poetas latinos, franceses, italianos e ingleses, a novelistas y ensayistas bastante diversos. Imagino que quien me lea (si es que alguien se arriesga a hacerlo) reconocerá huellas de toda índole. En general, prefiero releer, más que leer cosas nuevas. Lo nuevo suele resultarme aburrido porque me suena viejo y gastado, como repeticiones desmañadas de cosas que ya estaban escritas y mucho mejor. Siento que un problema de la literatura de hoy es batallar con una herencia demasiado gloriosa; algunos tratan de conocer esa herencia para ver qué lugar hay para expresar algo distinto; otros, que me interesan mucho menos, ignoran o fingen ignorar esa herencia, con resultados inciertos. Me parece que un escritor debe ser leal con el lector, no tratar de engañarlo ni hacerle falsas promesas. Si me embarco en una novela de quinientas páginas, al menos espero saber desde un principio adónde voy, a qué me convidan. De los escritores más recientes, leo y releo a George Steiner, a Javier Almuzara, a Ricardo Herrera, a Pablo Anadón.
¿Qué estás leyendo últimamente?
Acabo de leer el libro La mitad sin uno, de Matías González, un narrador muy talentoso, nacido en Concordia.
¿En tu faceta de escritor, qué es lo más satisfactorio?
La insatisfacción.
¿Qué expectativas guardás para el 2016?
Presentar mi último libro de poesía, Virgen de proa, publicado en España hace unos meses; terminar un libro que traduce dos elegías admirables de los siglos xviii y xix; terminar un libro de prosas breves.
¿Qué es el arte para vos? ¿Qué es un artista a tu parecer?
Me parece que esto ya fue bosquejado en un punto anterior. Un artista es alguien que busca dar forma, o expresión inteligible, a lo que oscuramente pugna por nacer desde esas zonas adonde el discurso corriente no llega, o de donde no logra extraer nada. Quizá el artista se parezca un poco a la comadrona de Sócrates; quizá la obra se forje en esas regiones nebulosas y el artista no sea quien la crea o quien la construye, sino quien ayuda a parirla. Esta teoría de aire platónico, sin embargo, es riesgosa. La teoría de Horacio, que se funda en la distinción entre ars (es decir, la faz técnica o constructiva) y el ingenium (la faz intuitiva o genial), es más sana, invita al trabajo, al desvelo amoroso, y no consiente nada al descuido, a la haraganería o a la ignorancia. Hay personas, incluso de entre las que se dedican a la crítica literaria, que piensan que un buen texto nace del puro arrojo, o que el descuido puede prestarle frescura, y fustigan a los escritores conscientes de su arte. No recuerdan que este error ya fue puesto en evidencia y condenado hace dos milenios. Un buen cocinero nos presenta un plato sano, apetitoso y sobre todo comestible. ¿Por qué juzgaríamos bueno al escritor que nos ofrece una cosa cruda o pasada, un pedazo de pan duro o un revoltijo de carne con madera, bajo el pretexto de que así le salió y él es un artista espontáneo? No parece fácil conciliar las doctrinas que acabo de resumir. Pero quizá se pueda decir que sin dominio técnico no es posible escribir; sólo con ese dominio, tampoco.
¿Cómo influye la situación del país en tu obra?
La pregunta es un poco inmanejable, porque el país siempre está en alguna situación, si se me permite decirlo. Yo escribí en enero de 1989 un poema que se titula “La Argentina”, que trataba de expresar mis contradictorios sentimientos por el país. Tal vez yo buscaba encontrar un núcleo indestructible de patria; hablé de una casa de barrio donde la gente se reúne a rezar; hablé de un pescador que echa sus redes en medio del río; hablé de unos chicos que izan la bandera en el patio de una escuela rural. Frente a eso estaban la violencia y la mentira de la historia, la sensación de haber quedado afuera. El poema se cierra con un verso donde se dice “que somos la Argentina que jamás existió”. Desde entonces ha pasado un cuarto de siglo cargado de acontecimientos. Ya no escribiría algo de ese alcance ni en ese tono. El presente es un momento de expectativa. Pero si me decidiera a escribir algo de carácter cívico, me concentraría en la gente que trabaja, en los que hacen día a día la vida un poco menos mala para sí mismos y para otros. Creo también que, si se reabriera de verdad la estación de trenes de mi ciudad, escribía sobre eso. La muerte del ferrocarril en los 90, que afectó tanto a las provincias argentinas, fue para mí un símbolo de la fatal decadencia del país. Ahora, cerca de la estación hay un gran cartel donde se puede ver un hermoso tren moderno y de bonitos colores. Pero los rieles siguen oxidados y los durmientes carcomidos por el sol y la lluvia. Voy a creer en aquel gobierno que traiga a la realidad la imagen del cartel, o algo parecido a ella.
¿Qué opinión te merece la gestión cultural actual y de los últimos años de la Dirección de Cultura?
No tengo una opinión formada sobre el tema. Aplaudo, sí, las sucesivas Ferias del Libro en Concordia, pero sé perfectamente que estas le deben su existencia al esfuerzo personal de algunos particulares, a quienes la Dirección de Cultura les concede una carpa y algunos fondos, a cambio de largas torturas burocráticas.