Oír y no poder dejar de oír todo el tiempo.
		Oír dentro de uno. Oír bajo el agua.
		Oír cerrando los ojos.
		Las orejas no tienen párpados.
		El encantamiento de los chorros de agua
		que caen dentro del tanque.
		Ah...el placer casi sensual de los long-play.
		Este verano un amigo me prestó una bandeja
		de tracción directa,
		estuve escuchando como mil discos de vinilo
		y a veces me aterra la cantidad de música
		que uno es capaz de guardar en su cabeza
		sin riesgo de perder la salud
		más bien todo lo contrario.
		Y entonces me preguntaba me pregunto 
		y me vuelvo a preguntar:
		¿Qué busca uno en la música?
		¿Aturdir la conciencia?
		¿la música como una droga?
		¿como una morada en la intemperie?
		¿Se puede escuchar sólo con el cerebro?
		¿Qué escuchamos cuando escuchamos?
		¿Voces en la noche?
		¿el sonido puro? 
		¿el silencio entre los sonidos?
		Deshojan sonidos de un árbol 
		en lo más recóndito de uno mismo,
		notas que trabajan la memoria
		y que escucho sin escuchar.
		Hay música en las palabras
		Hay palabras con música
		Hay música sin palabras.
		¿Hay palabras en la música?
		¿O justamente lo que nos conmueve
		lo que nos saca de nosotros mismos
		es la ausencia de palabras?
		         Dejarse ir
		              
		                            dejarse
		              
		                                            dejar el mundo
(Tercer poema del libro “Tanque Australiano”)
		-Préstamo: “Las orejas no tienen párpados”, 
		De Pascal Quignard, en “El odio a la música”-
 Autores de Concordia
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