LA GENESIS DE UN LIBRO GENIAL

“ANTI-CONFERENCIAS”: LA GÉNESIS DE UN LIBRO GENIAL

ENTREVISTA A JUAN FORN, por José Luis Pereyra

Ahora, es el mejor ensayista del país; antes, había sido editor en Emecé y Planeta; luego, director del suplemento dominical Radar, del diario Página 12, además de articulista y narrador. Esa intensa actividad y ciertos desarreglos juveniles, afectaron peligrosamente su salud. En el año 2000 sufrió el primer coma pancreático, poco después, el otro. El médico que lo atendió fue categórico: si Forn deseaba sobrevivir, tendría que dejar de hacer todo lo que estaba haciendo hasta entonces y modificar drásticamente sus hábitos de vida.

Forn decidió trasladarse con su mujer y la pequeña Matilda, su única hija, a la localidad balnearia de Villa Gesell -La tierra elegida, como la llamó en uno de sus libros-. Allí vive desde entonces, alejado del mundanal ruido, los cenáculos literarios, la estridencia de las redacciones periodísticas y el ajetreo de las grandes editoriales.

Hace una vida sana: sólo bebe té, practica natación en las frías aguas del Atlántico o da interminables caminatas por la playa, mientras elabora mentalmente los ensayos que publica los viernes en la contratapa de Pàgina12. Dos veces por quincena, viaja a Buenos Aires para dar clases a sus alumnos del taller literario. Le esquiva a las entrevistas, los compromisos y el cholulismo de los lectores. Tampoco contesta los mails de los admiradores, porque le quitan un tiempo precioso para escribir sus libros.

Yo lo imaginaba como una especie de ermitaño malhumorado y guardaba pocas esperanzas de que respondiera a mi solicitud. Querìa hablarle de Isidoro Blaisten y de Anticonferencias, un libro genial que el autor entrerriano le había dedicado, en 1983, a él, a Juan Forn, quien era el joven cadete-editor de Emecé, con apenas veinticuatro años. En el mail que le envié, yo mencionaba cierta similitud entre los ensayos Blaisten y varios artículos de los viernes, por ejemplo: el tono lúdico, el toque autorreferencial, el humor, la erudición, el mestizaje entre ficción y realidad….

Para mi sorpresa, Forn contestó. Pero tenía un inconveniente: cuando leyó mi mensaje, fue a buscar Anticonferencias entre los tres mil libros que había donado a la biblioteca de Villa Gesell. No la encontró: “Alguien se la curró –me escribió-, Ike estará contento”. Entonces le hice una oferta que no pudo rechazar: yo le regalaría uno de mis ejemplares, el mejor conservado, y él me recibiría para hablar de Ike -como los amigos llamaban a Isidoro-, me permitiría tomarle unas fotos y me firmaría Los viernes, la recopilación de sus ensayos. Nos encontramos en Buenos Aires y, cuando lo vi, se esfumó aquella imagen preconcebida de ermitaño malhumorado. Forn es amable, cálido, franco y con una paciencia a prueba de gualeguaychuenses curiosos e inexpertos en el oficio de la entrevista:

-Juan, hablame un poco de Anticonferencias.

- Anticonferencias fue el primer libro que logré publicar en Emecé -hojeó las primeras páginas, vio la dedicatoria de Blaisten y exclamó:- ¡Qué loco, no me acordaba que me lo había dedicado! Pero siempre me quedó un lindo recuerdo de este libro: fue el primero que edité, que laburé con el autor, que contraté, que me encargué de la tapa. Todo. Ya sé, la tapa era horrible, pero aunque no lo creas era lo mejorcito que se podía conseguir en esa época, ¡Dios mío!

 

-¿Cómo fue eso de laburar con el autor?

-Después que Dublín al sur “explotó”, yo querìa publicar algo de Blaisten en Emecé, el problema era que Ike no tenía libro. Entonces Abelardo Castillo me dijo que Isidoro daba unas conferencias extraordinariamente graciosas. Con Ike empezamos a revolver los cajones y fueron apareciendo los textos. Como te darás cuenta este es un libro “engordado”, tiene muchos espacios en blanco y la tipografía es enorme, aun así faltaban páginas para completar. Por una cuestión de estandarización, era más caro imprimir un libro de 150 páginas que otro de doscientas. Preparamos una recopilación de todos los reportajes que le habían hecho a Ike hasta el momento y se lo agregamos al final. Fue un laburo hermoso. Lo traté mucho a Ike en esa época.

 

-¿Te esperabas tanto éxito para una obra híbrida, mezcla de narrativa, ensayo, confesión, reflexión sobre el oficio de escritor y humor?

-Nadie esperaba nada. La primera tirada, de 5.000 ejemplares se agotó enseguida; ocurrió lo mismo con la segunda impresión y luego con la tercera, la verde, de 1986. Un total de diez mil libros, nada mal para uno de no ficción. De los grandes escritores que yo llevé a Emecé, como Rabanal, Vlady Kociancik, Abelardo Castillo, el Tano Dal Masetto, Alberto Laiseca, ninguno vendió lo que vendió Isidoro. Ninguno. Ni siquiera Carroza y reina –la siguiente obra de Blaisten en Emecé-, tuvo el mismo éxito.

 

-Contarme como fue el asunto del Anticonferencias “verde”.

-Lo que acá es rojo -Forn me muestra su ejemplar-, en esa edición era verde oscuro, y las letras azules, de color amarillo. A mí me parecía una combinación de colores lamentable. Era un libro muy apagado, no llamaba la atención y eso lo tiraba para abajo. Se lo dije al doctor Bonifacio del Carril, que era quien elegía las tapas. Cuando le empecé a discutir el color verde, medio que se armó lío y me empezaron a acusar de que no seguía la cadena de mandos. “¿Cómo me decís que es un color muerto? Si es verde esmeralda”. Entonces, ante mi gesto de estupor, una de sus hijas, que estaba ahí, me llevó a un costado y me dijo: “Papá es daltónico”.

 

-¿Ese Del Carril es el mismo traductor de El Principito?

-Eso es, y de El extranjero, de Camus. Los dos grandes best sellers de Emecé. ¿Te das cuenta? Durante veinte años Bonifacio del Carril estuvo decidiendo sobre las tapas de los libros, confundiendo los colores, y además era presidente de la Academia de Bellas Artes y si de algo sabía era de la cuestión estética.

 

-País generoso: ciegos en la Biblioteca Nacional y un daltónico en Bellas Artes.

-Además fue el único caso en la editorial que un traductor cobraba royalties por su traducción. Todos los meses retiraba el cheque por derecho de autor. Cobraba más que Borges.

 

-Volvamos a Anticonferencias, ¿cómo era Blaisten por aquella época?

-Era adorable, yo lo querìa un montón. Cuando conocí a Osvaldo Soriano me di cuenta que él e Isidoro tenían el mismo problema. Los dos eran autores autodidactas y tenían “cola de paja”, esa inseguridad de pensar que no habían leído todo lo que debían haber leído. Ike necesitaba interlocutores que fueran muy cultos, que le dieran una especie de tranquilidad interior. Eso ocurría en la relación entre Blaisten con Abelardo Castillo. Yo fui testigo de esa relación, y cuando Castillo aprobaba algo, Ike iba sobre seguro. A Blaisten le costaba mucho confiar en sí mismo. Por ejemplo, si él te mostraba algo que había escrito y vos le ponías mala cara, entonces le daba inseguridad. Yo era muy chico, tenía veinticuatro años, también era autodidacta y me llamaba la atención de que un tipo como Blaisten, que para mis parámetros era un escritor del carajo y además exitoso, no tuviera editor.

 

-Y vos fuiste el joven editor de Blaisten.

-Para Blaisten y la Melgarejo (su tercera mujer) era muy importante entrar en Emecé, él había publicado en Galerna, El Cid, Editorial de Belgrano, empresas que iban cerrando. Ninguna editorial duraba mucho en esa época. Ike no tenía editor. Imaginate la importancia que ellos le daban que, cuando me invitaban a su casa, me preparaban té con masas y yo les ocultaba que realmente era el cadete. Para ellos era muy trascendente el “desembarco” en Emecé.

 

-¿Cómo te afectó el éxito de Anticonferencias como editor?

-Nunca fui un editor timorato, cuando le tenía que hacer ver sus chambonadas a un escritor o tenía que mostrar mi disconformidad con un texto, se lo decía en la cara. Una vez, una escritora llamada Elvira Orphèe, se enojó muchísimo: ¿Cómo alguien tan joven se atrevía a decirle, justo a ella, cómo se debía escribir? Se quejó ante los directivos de Emecé, pidiendo que me echen, pero no le hicieron caso y permanecí en la empresa. El éxito de Anticonferencias me dio confianza y me fortaleció como editor. Por eso le tengo tanto cariño.