LA NATURALEZA VUELTA PALABRA

 

por Osvaldo Aguirre

para "La Capital" de Rosario, 01.03.2009

 

En Ruido de fondo (2001), su libro anterior, Marcelo Leites aparecía definido así: "Cree en la experimentación constante con el lenguaje, para capturar en el poema el misterio que nos acecha y que encontramos en las cosas y en nosotros mismos. Duda del paisajismo, confía en la naturaleza vuelta palabra". Esas convicciones pueden encontrarse también en Tanque australiano, una serie de poemas que, en la perspectiva de "reconciliarse con el mundo" y en consecuencia renovar el propio lenguaje, según el epígrafe de William Carlos Williams, termina por configurar el retorno a un espacio donde poesía, juventud y experiencia se asocian de un modo tan íntimo como intenso.

Leites (Concordia, 1963) suele reflexionar sobre la poesía en la misma poesía. En "Cómo se escribe un poema?", texto del libro anterior, después de enumerar y poner en cuestión los argumentos poéticamente correctos dice: "Importa, tal vez, ser un poeta/ que escriba un poema que funcione/ como el día y la noche/ antes que cualquier teoría. (...) y ponerle el cuerpo a una obra/ y dejar tus huellas/ manchadas de días/ en el papel en blanco". Esos rastros conducen ahora a un viejo camino, una especie de regreso a las fuentes en sentido casi literal, a través del tanque australiano aludido en el título, centro de iniciación vital y a la vez literaria, en una constelación que integra a Juan L. Ortiz, Alfredo Veiravé y Leónidas Lamborghini.

El libro incluye la serie de poemas sobre el tanque y otros dos textos, "Lo que dijo el viento" y "El jilguero de Leopardi". El tanque alude a un lugar físico, un sitio recuperado "cuando todo parece/ irremediablemente perdido" y a una figuración: "Aquí no llegan los ruidos de la ciudad/ y el aire huele a pescado y a barro/ del Uruguay siempre presente./ No se trata de una escena bucólica/ sino de una ventana para mirar/ el mundo".

Esa ventana también se abre al interior del propio tanque. Su "círculo de agua cristalina" no permanece en reposo, y las resonancias de su movimiento obran como una pócima. El círculo puede ser también una figura mágica, y de hecho aquí hace escuchar, como en un encantamiento, "el sonido atemperado del mundo". Se trata de oír bajo el agua, hacer conscientes las "notas que trabajan la memoria/ y que escucho sin escuchar", percibir la música en la lluvia y en las palabras que se repiten, y también percibir los sentidos y los silencios que atraviesan esa misma música.

"Ver —escribe Leites— significa detenerse,/ olvidarse de vivir,/ y quedarse ahí, dentro del tanque/ para siempre". Pero el movimiento continúa, porque ese sitio no es sino una etapa en un viaje más largo, un viaje que se proyecta más allá del libro: "Algún día llegaremos al final de la infancia/ y entonces podremos volver a cantar,/ cuando el instante tenga la fuerza/ de lo permanente". Un deseo imposible en el que los poemas encuentran su espacio y quizá también su sello, el de una añoranza dulce y doliente.