RESEÑA DE UNA CINTA ROJA ES EL OJO DE LA ISLA, POR LEANDRO CALLE

Una cinta Roja es el Ojo de la Isla de Luciana Bedini

Editorial: Borde perdido

Presentación: Bastón del Moro, Bv. Chacabuco 483, (Nueva. Córdoba) 20 hs.

 

“Llegamos” dice Luciana Bedini en el primer verso que abre el libro. Llegar, implica cierto cansancio de la búsqueda, implica la sed, el viaje. Este llegar implica también un nosotros. No se llega solo, tal vez ni a la muerte lleguemos solos porque estamos construidos desde otros. Y es así que me pregunto cómo llego yo a este libro y cómo llega este libro a mí. Porque Luciana nos propone un viaje y es desde ese estado experiencial donde surge su poesía como huella, como vestigio de haber “llegado”. Ese llegar del primer poema tiene su correspondencia con el primer verso de la última estrofa: “nos vamos”. De algún modo llegamos para irnos, o para volver. En este primer poema que es el pórtico del libro, una especie de umbral, Luciana esgrime todas las cartas a través de las cuales podemos introducirnos en el entramado bello y saludable de su libro. Llegamos y nos vamos, pero cuando nos vayamos, no seremos los mismos. El libro de Luciana se inscribe entonces en la gran tradición de la “travesía” iniciada occidentalmente con la Odisea. Ahora bien, esa travesía es una travesía que se va construyendo a través de los vínculos de un nosotros. La experiencia personal es nutrida, alimentada por la experiencia con otros: “nos vamos/ el paisaje seguirá desagrupándose en cangrejos,/ seguirán otras mujeres hablando de capillas/ pero nosotros estamos sanos y revolcados en el lodo de lo propio/ esperamos la respuesta de los pájaros”.

 Entre este primer poema que abre el libro y “arcanos mayores” poema que lo cierra, está “la isla”. La isla es algo anhelado: “soñé con una isla y escribí poemas/ la voluntad de los flujos nos promete la dicha. / encuentro la isla”. Para llegar y encontrar primero hay que dejarse ganar por la sed, hay que soñar la isla. Y es curioso porque isla es un término que nos remite a cierto aislamiento, a estar rodeados por cierta nada homogénea y caótica como le gustaría decir a MirceaEliade. Y es esa misma isla, aislada, lejana en cierto modo, perdida en el tiempo y en el espacio la que va a conectarnos con el todo, con los varios estratos, las capas, el ethos cultural de un pueblo. La isla es un lugar de epifanía, de revelación. Lugar si se quiere iniciático donde la poeta va a tocar lo más raigal del espíritu humano, aquello misterioso que nos une. La cinta roja –curiosamente en francés, fil rouge quiere decir hilo conductor- pues aquí también esa cinta roja conduce, vincula, comunica a unos con otros en diferentes niveles hacia arriba y hacia abajo. Lejos del puro esoterismo, un libro y más un libro de poemas tiene en su urdimbre arribas y abajos, hay un delante del texto y un atrás del texto. ¿Qué quiero decir? se preguntarán ustedes. Que el libro es algo vivo. El libro, este libro de poemas, ES la isla de algún modo. Y como todo libro tiene su génesis (el atrás del texto) su construcción y tiene un delante del texto, su hermenéutica es decir su recepción por nosotros, por nuestra lectura experiencial. Pero me interesa resaltar no tanto el delante o el atrás del texto como el debajo del texto, lo que subyace. Y allí Luciana Bedini teje con belleza y acierto una urdimbre más que interesante. Teje o más bien se deja tejer por las palabras. Porque estas raíces que van por debajo, son raíces de un nosotros plural. Retomo aquí el concepto que Glissant toma prestado a Deleuze pero que ÉdouardGlissant (escritor martiniqués) vuelve más interesante: el concepto de lo rizomatico o para Glissant, lo archipielar. Un conjunto de voces, un conjunto de raíces que se entrelazan y configuran lo que podemos llamar cultura. Estamos muy acostumbrados a un único discurso, a un pensamiento hegemónico cultural que nos hace hacer un viaje sin pasar por la experiencia. Acá es completamente al revés, el viaje nos atraviesa, nos construye y esa es la posibilidad de llegar a la isla y tocar –quiero aquí citar a Neruda aunque suene antiguo- “tocar lo más genital de lo terrestre”. Este aspecto Neruda lo refiere cuando se encuentra con Machu Pichu, y fíjense que no dice lo más “espiritual” sino lo más “genital”, es decir aquello que nos sostiene, que nos hace. Tal vez lo genital de lo terrestre sea lo más espiritual: “me someto dos veces: / primero a que me roces por la mañana,/ segundo, a tus dedos suaves en mi útero/ punzando para romper el hechizo./ después/ me abro en el mar, las olas/ me rompen las partes duras/ soy silenciosa y gozo con el espectáculo/ de la espuma interna, sangrada, lasciva”.

 Ahora bien, de esa isla hay que también saber irse. El paraíso perdido que es encontrado, vuelve a ser paraíso perdido. Todo paraíso es perdido. Lo que hacemos es acercarnos, tocar el misterio. Al igual que el hombre y la mujer primitivos alrededor del fuego somos atraídos y repelidos por el mismo. Esa llama que se mueve atrae pero si me acerco mucho quema. Hay que saber tomar distancia, entonces es hora de volver, soltar amarras e irse:

 “una cinta roja amontona cuerpos/ hombre en la luna/ hija de hombre en la luna/ verano inconfundible y ninguna tortuga que/ trague sus huevos/ sueño que estoy con mi madre y/ que espero un colectivo para seguir viajando/ como una prótesis son las palabras/ que alcanzan para caminar”.

 

 “Seguir viajando” de eso se trata y para el viaje, necesitamos las palabras y las palabras son prótesis que completan, apoyan, ayudan. Tal vez por sí solas, las palabras sean cáscaras, pura corteza, pero las palabras nacidas de la experiencia son palabras que ayudan a andar, al que las escribe y al que las lee como al que las escucha.

 Hermoso libro el de Luciana Bedini, hermosa propuesta de concedernos la sed para que nosotros mismos busquemos la isla y comencemos a andar. De eso se trata la poesía.

 

Leandro Calle

2016