EL ECO AMISTOSO DE LAS COSAS

Marcelo Leites, Resonancia de las cosas, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2009.

El objetivismo, como una corriente que disputó con otras en el panorama de la poesía argentina de las décadas del ochenta y noventa, hoy tiene un lugar cómodo en las diversas antologías. Uno de sus precursores, Joaquín Giannuzzi, alcanzó un reconocimiento tardío pero su obra ya resulta insoslayable. Sus textos no sólo describen las cosas impasiblemente -como postularía el modelo objetivista-, sino que de acuerdo con el juicio de la crítica, la mitad de ellos registra los efectos sentimentales del “corazón”. En la poesía de Giannuzzi, el mundo se revela mediante la mirada, pero también a través de los sentimientos, reticentes y ciertamente deceptivos. El desconsuelo de Giannuzzi es pudoroso, y al igual que su ironía y su módico entusiasmo, deriva de una visión esencialmente trágica. Giannuzzi legó una técnica que hizo de la precisión su marca registrada, y convirtió a la mirada en el soporte de su poética. Simultáneamente, añadió a la descripción de las cosas, la presencia de una subjetividad sofocada por el mutismo del mundo.

            En los poemas de Marcelo Leites (Concordia, 1963) gravita la herencia objetivista. Lejos de cualquier debate o divergencia con otras estéticas, este legado poético se adapta al temperamento del poeta. Más que militar cabalmente en esta corriente, Leites hace uso de sus procedimientos con el fin de presentar un universo propio, levemente melancólico, cuyo ideal es la transparencia y la claridad. Llama la atención en sus poemas la percepción de un orden invisible, en el que la naturaleza trabaja sutilmente mediante la labor de los insectos, los pájaros y las plantas. Esa zona velada comprende también al tiempo, en el que el pasado no termina de suceder y se actualiza, perpetuamente, mediante las voces ancestrales: “Hay generaciones de voces/ que mantienen la especie/ unida con invisibles lazos.” Si bien es cierto que en estos textos el poeta no logra desentrañar el significado de las cosas, al acompañarlas casi amorosamente y, de algún modo, ponerse de su lado, su eco o “resonancia” se vuelve amistosa. De esta manera, los objetos pueden ser un problema gnoseológico debido a su naturaleza hermética pero no resultan distantes ni hostiles: “Espero que el clima/ se ponga de mi lado./ El viento amainará/ y el río volverá a su cauce./ Sólo hay que dejarse llevar/ por el flujo de las cosas”.

            El sujeto poético adopta dos puntos de vista. Uno de ellos es la observación del presente; el otro, la evocación. Cada poema cuenta una historia, o más precisamente, minúsculos acontecimientos vividos como pequeñas proezas. Esos hechos (un día de pesca, la observación de las lombrices en el jardín, una pieza de baile junto a su mujer) representan actos cordiales proyectados al mundo. A diferencia de Giannuzzi, el entorno es amable para Leites, y más que desasosiego por el silencio que rodea los objetos, lo que se expone es una serena aceptación de su secreto. El enigma del mundo no encuentra respuestas místicas ni religiosas; no se lo comprende en su raíz ni se le otorga un sentido en función de un orden trascendente. Pero, precisamente, las cosas, impenetrables y rodeadas de un halo misterioso, son el límite positivo desde el cual desarrollar la experiencia. Por esa razón, las cosas no son motivo de aflicción, sino que son percibidas en términos de posibilidad y regocijo. Si la tristeza o la inquietud asoman ocasionalmente en el libro, al contrario de lo que pueda creerse, resultan signos de vitalidad en tanto el vínculo con las circunstancias se da, también, a través de la manifestación de una carencia o de una tribulación, que otorga pruebas de una existencia real.

 Este conjunto de poemas de versos precisos y de adjetivación más bien parca, despliega una atención minuciosa sobre los objetos, la naturaleza y el tiempo. Desde una perspectiva entrañable, Leites construye un universo mínimo, paciente y, a pesar de los sentimientos diversos y hasta contradictorios, presenta a la alegría y la serenidad como componentes decisivos de la existencia.

Diario de Poesía Nº 80- Mayo a octubre de 2010