UN BREVE CATÁLOGO DE HUMORES Y BARDEOS - POR EMILIO JURADO NAON

Revista Ñ - 28 octubre de 2017

Poesía. Selección sólida y musical, dada a la espontaneidad, "Cabeza de buey" va de la comicidad a la melancolía, de la sutileza lírica a la provocación.

Como muchos poemas de la generación del noventa, los de Daniel Durand no son fáciles de conseguir. Como pocos, siguen haciendo mella en las nuevas generaciones de escritores. Por eso vuelven a editar, se mochan y cobran nuevas agrupaciones: Segovia (1998) vertebró El Estado y él se amaron (2005) sumando textos dispersos y reescrituras; hace dos años fue editado El cielo de Boedo, que había salido por primera vez 2004; ahora Cabeza de buey reúne versos inéditos, reeditados y de escasa circulación bajo el criterio de "poemas de largo aliento”. La selección es sólida y el orden finamente musical: un recorrido que empieza con recuerdos -o inventos- cómicos de la infancia y termina en el neutro escalonado de versos -algo oscuros, algo melancólicos- del poema homónimo Cabeza de buey.. Y, en el tránsito entre las puntas, dispone poemas de tónicas y humores diversos, que presentan al lector neófito una obra versátil y, a quienes ya habían leído a Durand, proponen el desafío de adivinar cuáles son los poemas más orientes. “Plata y melodía”, por ejemplo, con su anáfora cantarina de romancero gitano, y la fauna y flora tropicales que apenas sugieren el paisaje hace sonar un timbre nuevo.

“Son los poemas más retóricos de Durand”, dice el editor y asoma un segundo criterio de recorte ¿Cuál es el vínculo entre extensión y retórica en la poesía de Daniel Durand? “Condenado siempre a comenzar”, el poema que abre el volumen, abre también esa pregunta: “Pienso en podía y en poemas y mentalmente / construyo oraciones dentro de alguna elucubración / teórica del momento que enseguida se desarticula / y desaparece mutando en otra agitación diferente...”. Porque el pensamiento sobre la poesía lleva, en estos textos, hacia otras “agitaciones” que pueden tomar la forma de imágenes contundentes o frases eufónicas, y disparar el poema para donde sea. La poesía de Durand es impulsiva y dada a la espontaneidad; sus versos se entregan al volantazo que, entre dos estrofas o de un verso al siguiente, cambia abrupto el registro, tono o argumento. Juego, no par espontáneo, menos preciso: un jogo bonito del fraseo que se deja lucir en los poemas largos. “Hago malabares” la naturaleza (Ideal, rural o urbana) se entreveran en sus poemas. Si bien variedad y variación de estilos no son una mera exhibición de virtuosismo, tampoco podría afirmarse que responden a un programa estético. Más bien diría que los versos de Durad palpitan, respiran y se irritan; dejan expuesto el texto al humor, al cambio de humor dentro de un mismo poema. Cabeza de buey es un catálogo de los humores ¿eran cuatro apenas?) con los que nos podríamos encontrar a Durand.

 Tal vez la frase de "Inquina se apila” sea la que mejor le cuadre al vate entrerriano (que residió en Boedo y hoy vive en Filipinas): un artista de "lienzos tufunianos” —frase que evoca el equilibrio inestable entre Tu Fu y el tufo, entre la sutileza y el rebencazo, entre la lírica y el bandeo. Un sostén de ambos extremos que mediante la tensión se alimentan. Esta es una vía de acceso a Ios poemas de Daniel Durad que Io reafirma como indispensable para la producción de poesía actual.