GUILLERMO SARAVÍ, UN POETA «TOTAL» (POR MATÍAS ARMÁNDOLA)

Por Matías Armándola

                    Guillermo Saraví, un poeta «total»

Conmemoración del 52° aniversario de su ausencia física

 

  En esta misma fecha, horas más, horas menos, se conmemora un año más del fallecimiento del poeta Guillermo Saraví, o, para decirlo de otra manera, verdadera y sentida, un año más desde que nuestro poeta se hiciera presencia eterna en la memoria, por los «blancos caminos de los astros», aunándose al espíritu antiguo de la selva que supo tener alguna vez esta tierra amada.

  Según Luis Alberto Ruiz en su inédita Historia de la Literatura Entrerriana, Guillermo Saraví supo ocupar un espacio provincial representativo, en materia poética y en defensa de la identidad entrerriana, en el momento en donde todavía el trabajo de otros poetas, cuyas obras terminaron siendo luego gloriosos tesoros para la provincia, aún no tenían ese alcance, o quizás no tenían esa intención. No debemos olvidar que, como menciona Julio C. Pedrazzolli en la Enciclopedia de Entre Ríos – Literatura, la «fama» de la que gozó el poeta antecede a la efervescencia generada a partir de la primera materialización de su verba lírica, es decir, de su primera publicación, siendo un detalle no menor. Ya durante el período de sus estudios en el Colegio Normal, como recuerda el entrañable Domingo Ildefonso Nanni en Mi Pequeño Mundo (1998), ora parado, ora sentado, asombraba y deleitaba a compañeros y profesores con el recitado de sus poemas. Pero la rotunda admiración por nuestro poeta comenzó en 1921, cuando fue premiado con el galardón de los Juegos Florales de Paraná por su poema «Salmo del Hambre», composición con la que fue y es frecuentemente recordado, hecho que muchas veces llegó a molestar al entrerriano zorzal.

  Con Hierro, Seda y Cristal (1925), obra destinada a tener una amplia resonancia, se enciende el importante fervor por Saraví, ubicándolo en el mencionado lugar representativo y, lo que es más, posicionándolo en el espacio más alto del lineamiento modernista a nivel nacional, solamente antecedido, según Ruiz, por Leopoldo Lugones y Enrique Banchs. Este primer poemario llega a constituirse como una verdadera «biblia poética modernista» caracterizada por varias singularidades en las que habría que detenerse detalladamente, pero que, por sobre todo, no presenta «ningún poema prescindible» (Ruiz, s/d:84) para ser una primera publicación. Sin embargo, paralelamente a estas ligaduras modernistas, es posible reconocer en la obra algunas temáticas que responden al decadentismo, al simbolismo, al parnasianismo y también algún modelo de literatura gótica, como ocurre con el poema «Tu sombra». Todas estas distinciones demandan un análisis de lecturas e influencias que atraviesan y confluyen en la obra de Saraví, siendo un ejercicio que hemos comenzado a realizar atentamente.

  Algunos de los pocos críticos que han estudiado o se han referido a Saraví aluden a una división entre los períodos líricos y el período épico presentes en su producción. Pero, sin lugar a dudas, creemos que esa «sinceridad en su emoción lírica» que menciona Ruiz en Entre Ríos Cantada (1955) está presente sin mengua a lo largo de toda la obra, tanto en los huraños y pedregosos misterios de los montes y el territorio guerrero, como en los íntimos vericuetos de la interioridad. Tampoco parece ser sostenible, por otro lado, lo que menciona Iris Estela Longo en Voces de Entre Ríos (1986), acerca de que el período de publicaciones del autor que va desde 1928 a 1932 corresponde un regreso a la tierra, hecho que se alcanza a través de canto épico, ya que nuestro minucioso trabajo por la búsqueda de materiales que han quedados dispersos ha echado luz en el asunto, pudiendo afirmarse que ese «regreso a la tierra» nunca fue tal porque nunca hubo un alejamiento, situación que puede comprobarse incluso en composiciones que datan, por ejemplo, de 1918, en donde se encuentra fuertemente acentuado el sentido y el sentimiento de la identidad. Con estos detalles, y en tanto el tiempo ha pasado tan velozmente, nos encontramos con un problema de archivo que, con un hondo afecto y una sentida admiración, nos hemos propuesto remediar.

  En lo que respecta a la obra editada, es posible distinguir un giro temático que no representa para nada un alejamiento lírico, como hemos mencionado. Es con el Poema de la Virgen (1925), folleto que incontables veces ha pasado desapercibido, en donde comienzan a tomar forma algunos elementos épicos que caracterizarán los dos poemarios posteriores, más intensamente. Allí no sólo se rinde homenaje al patronazgo de la advocación mariana que cumplía su centenario (la Virgen del Rosario, patrona de Paraná), sino que se interpela a las antiguas voces para evocar el misterio de la leyenda, cosa que realizará también cuando se dirija al numen montaraz. Es esta recreación poética, entonces, un importante rescate de la leyenda, en donde priman las descripciones de un territorio que supo ser agresivamente espeso, selvático y huraño, silencioso y a la vez poblado de sonidos que se propagaban en la oscuridad, y también, resaltando el tono épico, la alusión a los conflictos bélicos, embellecidos pletóricamente con comparaciones, rimas internas y otras figuras retóricas, llevándonos casi a confundir los registros temporales en relación a hechos ocurridos en el medioevo.

  En Numen Montaraz (1928) el poeta siente la imperiosa necesidad de detenerse en la heroística, la épica, erigiéndose, con las bravas notas de su lira, en férreo guardián del tiempo viejo, de las cosas envejecidas, desempolvando para siempre el olvido y sacando a relucir para la memoria el antiguo blasón. Aquí la sugestión y la evocación distinguibles en El Poema de la Virgen adquieren una dimensión que sigue una amplitud de cielo, donde la voz es puesta para defender, celebrar y exaltar antiguos luchadores, personajes y valores que conciernen a la patria chica, es decir, adquieren una dimensión en donde el poeta se constituye como voz y salvaguarda de la tradición. Con todo ello se concibe una visión de territorio, una concepción del mismo, que está sujeta a las variaciones por el avance de la civilización a través del tiempo, lo cual en líneas de la «épica entrerriana» lo liga fraternalmente, en la defensa de lo misterioso de la selva y la leyenda, con el poeta Delio Panizza, quien en Guitarras y Lanzas (1930) proclamó para los críticos de su obra la «Defensa de mi Canto».

  Mientras Ruiz en Entre Ríos Cantada (1955) celebraba, junto al poeta, el sentimiento guerrero y defensor de esta heroística, en Historia de la Literatura Entrerriana se referirá a esta «faceta» como la menos importante de su producción, tal vez no desestimándola, claro, pero haciendo un juicio con el cual parece ligeramente desdecirse (de más está mencionar la admiración por Saraví de parte de Ruiz, sentimiento que supo ser «incurable») Pero, a pesar de esta variación en los juicios, recordando las imágenes fantásticas que resucitara el poeta en la leyenda, con las mugrientas vinchas, las cintas coloradas, las enhiestas lanzas, el estruendo de las carretas o el alarido de los matreros, queda la eterna sentencia que grabara con su pluma:

 

Para los que llevamos en la sangre

los huraños motivos de la raza,

el pasado está vivo como nunca

y el agrio numen de los bosques habla.

 

  Toda esta fuerza clásica que habla a través del poeta, el cual es concebido como una especie de mediador, dio sustancia al siguiente poemario, El Supremo Entrerriano (1929). Si antes era López Jordán la figura fantasmagórica y encendida que cruzaba al galope las tardes como un resplandor y auguraba a la vez el legendario presagio la estrella federal, ahora es Francisco Ramírez quien resucita para alcanzar su epopeya deseada, sentimiento que plantea Ruiz en una de las versiones de Historia de la Literatura Entrerriana. El Supremo Entrerriano es, sin duda alguna, una obra de singular valor ya que, a la manera de los poemas épicos de la antigüedad, el poeta da forma a la «bárbara leyenda», a la epopeya del héroe federa. El tono de esta poética adquiere un vigor y una rudeza más acentuada, para lo cual es posible recordar los siguientes versos del primer canto:

 

Trueco el arpa sutil de suave acorde

por el bronce potente

que simula en su lírico desborde

músicas de huracán y de torrente.

 

  Y es con ese vigor en donde toda la maravilla selvática, agonizante a través del canto del zorzal, altiva y tosca como la musa entrerriana, queda encarnada en la figura misma del caudillo que brega por alcanzar, con toda su bravía, un sentido de libertad. Lejos, muy lejos queda la visión de Lugones en Romances del Río Seco (1938), donde Ramírez aparece como el «tirano del Entre Ríos», es más, si quisiéramos exagerar diríamos que se ubica en las antípodas. Así, el sentimiento federal evocado por Saraví logra permanecer latente, siendo un rasgo distinguible, también, en los anhelos literarios que durante tantos años se ha mantenido en la provincia a través de los autores nativos.

  Muchos son los que se refirieron a esta obra cuya temática era uno de los grandes intereses del poeta, representando un estro bélico, una inspiración que tiene su origen en el sentir de lo que canta el numen de los montes, pero, por sobre todo, es posible notar la rigurosidad del trabajo con el que dirigió su pluma. Ricardo Rojas dijo «Ud. es un entrerriano auténtico, y esto es ya una calidad antropológica (…) su numen es realmente Montaraz»; «Es magnífico!» escribió Martiniano Leguizamón, quien tuvo que contener su amor incondicional a su tierra para emitir un juicio que se pretendiera objetivo, reconociendo a la vez el asombro que lo guió por la «pródiga belleza y la audacia feliz de sus imágenes» a través de las páginas; Para Bernardo González Arrili, la observación acerca de la particular inspiración de Saraví para aquel entonces, queda probada, una vez más, con esta obra «de manera definitiva, sin discusión». No parece ser, por lo tanto, esta «faceta» o «etapa» una que tenga cualidades menores o a la cual resulte válido restarle importancia, dado que la valoración realizada por grandes hombres está a la vista.

  A partir de Carne de Sueño (1930), el envión épico parece disminuir notoriamente su fuerza, pero no desaparece. Con algunas composiciones dispersas que hemos ido recolectando podemos comprobar que, luego de la publicación de Carne de Sueño, el interés épico sigue vibrante como la punta de una lanza. Sin embargo comporta, desde ya, un nuevo giro poético. Comienza aquí un distanciamiento de los elementos épicos, en alguna medida, y se reduce ligeramente la expresión modernista, teniendo lugar la influencia de las vanguardias posmodernistas, hecho que Ruiz relaciona con P. Jacinto Zaragoza, el «Piojo», con quien Saraví mantuvo una estrecha amistad. En este punto el poeta inicia una intensa travesía por los mundos internos, alumbrando su intimidad.

  Algunos dirán que el poema «Lanza Vieja» de Selva Sonora (1932), la publicación siguiente, confirma o hace manifiesto el distanciamiento al que acabos de referir, pero para nosotros representa el momento de consciencia en el que el poeta da cuenta que la gallardía sanguinaria de las tropas que perseguían aquel sentido autonómico de libertad no fue suficiente para la consagración unitaria. Es el lamento por la indiferente y olvidadiza mirada de las gentes ante tamaños signos de bravura que centellaron sobre las cuchillas.

 

¡Lanza vieja, lanza vieja!... Ya esta gente ni te mira…

Si Don Justo es una sombra… Si tu cinta es una tira…

Si en el alma de estos hombres hasta el odio vive en paz.

Nada dicen, lanza vieja, tus recuerdos legendarios.

¡Delincuentes de levita -tus salvajes unitarios,-

Te han trocado por un arma que sin duda puede más!

 

  Esa «arma que sin duda puede más» puede identificarse quizás distraídamente con un arma de nueva generación, pero no resultaría una relación muy feliz. Parece ser que esa arma es aquello que mantiene a una sociedad en la inercia de pretender que lo pasado es sólo lejano, que nada vive de manera posterior con el fervoroso sentimiento que lo acompañó, sino como una sublimada tradición muchas veces trastocada. Y toda la grandeza de la búsqueda de un gran valor permanece «arrumada en el museo, como un símbolo caduco». Volverá posteriormente a las lanzas el poeta, poniendo el sentimiento que lo acompañó durante su producción pasada en la célebre revista “Caras y Caretas”.

  La necesidad de búsqueda a través de «los vastos océanos de adentro» manifestada desde Carne de Sueño, alcanza su máxima expresión en Tarde Antigua (1999), editado de manera póstuma por la Editorial de Entre Ríos, en donde es posible notar la madurez y plenitud alcanzada por el poeta. Creemos que, como una asombrosa síntesis, ningún poema resulta prescindible en Tarde Antigua, al igual que ocurre, para Ruiz, con Hierro, Seda y Cristal. La distancia en relación a las influencias modernistas, en términos del leguaje opulento y la musicalidad propia, como así también de muchas cuestiones temáticas, es tal que comporta verdaderamente una particular transformación en su poética. Por los datos que brinda Ruiz, algunas composiciones fueron publicadas esporádicamente, lo que acercó esta renovación a los lectores. En ese volumen se reúnen poemas que corresponden a distintos años, y que muchas veces son bastante lejanos, pero la armonía deleitosa que se sucede página tras página es total.

  Quedan faltantes muchas piezas todavía, muchos poemas con tonos amatorios dispersos, muchas composiciones que mantienen un vínculo con este recorrido por la interioridad, evocando nostálgicamente la experiencia, o incluso el alarido guerrero. Mucha poesía que, como diría Saraví «fragmento a fragmento» se reintegran a la obra. Por otro lado se encuentra la prosa, también variada y dispersa, que, con el anhelo latente y la convicción firme, pretendemos ordenar y con ella dar forma a la «Opera omnia» anotada por el poeta.

 

* * *

 

  Muchos son los acontecimientos que ubican a Saraví no sólo como el «poeta de Paraná», como ha sido llamado, en tanto permanece de manera insistente en la memoria de la ciudad que lo vio caminar por sus calles y lograr la efusiva ovación de sus conciudadanos, sino como una de las figuras inmarcesibles en la memoria de la entrerrianía. Para Iris Estela Longo, en su ensayo El Grillo en el Alba (2002), resulta imposible olvidar aquel famoso suceso en que se sintieran temblar los antiguos muros de la Escuela Normal, cuando en 1946 el poeta recitara a viva voz La Lágrima de Plata, en homenaje al 75° aniversario, y de inmediato estallara estrepitosa la multitud. Otro hecho no menor y de suma importancia para su actividad humana y para nuestra identidad, es su trabajo como Director del Archivo Administrativo e Histórico de Entre Ríos, cuya labor intensa de organización no ha sido superada hasta la fecha y salva para la posteridad un tesoro de valor incalculable, inmaterial, dejándonos para siempre la posibilidad de estar informados.

  Aludiendo a uno de sus poemas de Tarde Antigua, podemos decir que «total» es el adjetivo con el cual nos referiríamos para calificar el oficio espiritual, lírico, heroico y rebelde de Guillermo Saraví, en tanto supo conjugar su figura, la historia, la voz y la pluma, dejando una indeleble marca en la memoria de nuestro pueblo y un canto que nunca para de reverdecer, esperando oídos atentos y espíritus dispuestos para escuchar, porque como él dijo: «aquella voz vuelve a sonar, pero esté lejos o a tu lado, no te hablará jamás la estrella si no la sabes escuchar».

  Desde la otra vida, desde esta, porque la muerte no hace más que efectivizar la eternidad, porque la desaparición física es una grandiosa extensión de la vida, sabemos, Don Guillermo, que canta como siempre ha cantado al Paraná, a los cuidados y los amores, a las nostalgias y los dolores, a los hijos que el tiempo ha visto crecer en fantásticas frondosidades, al valor de la lucha por la radiante libertad.

 

Cuando te vayas, no me olvides nunca

porque se hará

más amarga, mil veces más amarga

mi soledad.

 

  Guillermo Saraví nació en Paraná el 11 de agosto de 1899, ciudad donde se hizo eternidad el 31 de diciembre de 1965. Dicen los vientos portadores del suspiro de la musa entrerriana que, como reza en su tumba el verso del poeta latino Horacio, Guillermo Saraví no morirá del todo, mientras, a la distancia, se siente el agigantado paso sonoro de las «Montoneras de Polonio», abriéndole camino a la gloria.

 

 

Matias Armándola

 

Bibliografía de Saraví, revisada:

·         Hierro, Seda y Cristal

o   Primera edición: s/d, 1925.

o   Segunda edición: Juan Roldán y cía. Editores, Buenos Aires, 1928.

o   Tercera edición: Imprenta Oficial de la Provincia, Paraná, 1962.

 

·         El Poema de la Virgen, La Acción, Paraná, 1925.

 

·         Numen Montaraz

o   Primera edición: Imprenta López, Buenos Aires, 1928.

o   Segunda edición: D. Predassi, Paraná, 1929.

 

·         El Supremo Entrerriano, Imprenta López, Buenos Aires, 1929.

 

·         Carne de Sueño

o   Primera edición: Buenos Aires, 1930.

o   Segunda edición: D. Predassi, Paraná, 1933.

 

·         Selva Sonora, D. Predassi, Paraná, 1932.

 

·         El Escudo de Entre Ríos, Imprenta de la provincia, Paraná, 1941.

 

·         La Lágrima de Plata, Ediciones Aldebarán, Paraná, 1946.

 

·         Tarde Antigua, Editorial de Entre Ríos, Paraná, 1999.

 

 

Bibliografía de Saraví, revisada:

 

Longo, Iris Estela (1986): Voces de Entre Ríos, Editorial Colmegna, Santa Fé.

Longo, Iris Estela (2002): El grillo en el alba, Editorial de Entre Ríos, Paraná.

Pedrazzolli, Julio C. (1979): Enciclopedia de Entre Ríos, Arozena Ediciones, Paraná.

Ruiz, Luis Alberto (1955): Entre Ríos Cantada, Ed. Antonio Zamora, Buenos Aires.

Ruiz, Luis Alberto (s/f): Historia de la Literatura Entrerriana.

Saraví, Guillermo (1928): Hierro, Seda y Cristal, Juan Roldán y cía., Buenos Aires.

Saraví, Guillermo (1928): Numen Montaraz,Imprenta López, Buenos Aires.

Saraví, Guillermo (1929): Numen Montaraz, D. Predassi, Paraná.

Saraví, Guillermo (1929): El Supremo Entrerriano, Imprenta López, Buenos Aires.

Saraví, Guillermo (1932): Selva Sonora, D. Predassi, Paraná.

Saraví, Guillermo (1933): Carne de Sueño, D. Predassi, Paraná.

Saraví, Guillermo (1941): El Escudo de Entre Ríos, Imprenta de la provincia, Paraná.

Saraví, Guillermo (1946): La Lágrima de Plata, Ediciones Aldebarán, Paraná.

Saraví, Guillermo (1999): Tarde Antigua, Editorial de Entre Ríos, Paraná.

Saraví, Guillermo (2010): La Voz Eterna: Antología, Editorial de Entre Ríos, Paraná.

 

 

Compartimos un poema inédito en libro en donde puede verse, ya en 1925, plena época de Hierro, Seda y Cristal, la temática épica en conjunción a otra de tintes amatorios:

 

 

OJOS

Nuestro colaborador Guillermo Saraví, nos dedica esta preciosa página, de su próximo libro “Poemas entrerrianos”, en que se aúna lo épico con lo emotivo, en grata armonía.

 

 

El fuego de estos ojos soñadores atiza

la pasión entrerriana como un encantamiento.

A su influjo la heroica gallardía de Urquiza

tuvo más altivez cuando el Pronunciamiento.

 

Estos ojos azules, -pues también los hay claros,

celestes, luminosos y puros como el día,-

son iguales a aquellos que historiaban preclaros

romances en el largo duelo de la Anarquía.

 

Por unos ojos negros cual los de esta divina

mujercita que ahora por tu lado atraviesa,

(¡oh, los inolvidables ojos de la Delfina!)

Don Francisco Ramírez se jugó la cabeza…

 

Mujeres entrerrianas… En ellas el Eterno

Femenino duplica su magia de extravíos.

Además de aquél viejo pacto con el infierno

tienen a favor el alma de Entre Ríos.

 

¿No ves?... Esas pupilas de fondo adormecido

queman cual una llama, hieren como un acero.

Por culpa de esas brujas un gaucho dolorido

se perdió en las cuchillas, sin ley, hecho matrero.

 

Por esas otras, vivas, despiertas, fulgurantes

que guardan en el fondo una piedad secreta,

hicieron, a manera de toques lacerantes,

crecer hacia los astros el alma de un poeta.

 

Ojos por los que a veces el destino perverso

a los varones dicta su ley atrabiliaria;

que de no ser llamados en la lengua del verso,

solamente pueden nombrar en la plegaria…

 

Ojos de sortilegio profundos y sutiles

que traman existencias lo mismo que novelas,

y yerguen como nunca los torsos varoniles

y agudizan el agrio chirriar de las espuelas…

 

Al alma se nos prenden a manera de garras

o bien en ella ponen dos blancas estrellitas,

y ahondan los requiebros y endulzan las guitarras

y esperan homenajes y quieren vidalitas…

 

O como en otros tiempos, bajo la sombra grata

al sueño un poco triste de los enamorados,

hacen romper en lágrimas la tierna serenata

con penas incurables y celos escondidos.

 

Esos ojos que pasan, son los que acariciaban

con la luz que atenúan las pestañas de seda,

 a aquellos aguerridos soldados que marchaban

a defender la causa nacional en Cepeda.

 

Esos ojos que pasan como errantes luceros

son los que en la amargura de la época sangrienta,

iluminó el dichoso mensaje de Caseros

y ensombreció la nueva terrible del Setenta.

 

Por ellos se han movido corazones y aceros,

por una causa justa, por un designio cruel…

Y aún vaga la errante sombra de los matreros

llorando en los perdidos imperios de Montiel…

 

 

GUILLERMO SARAVÍ

Paraná, 1925.

 

-Publicado en revista “Prometeo” N° 53, Año 5, Paraná, Enero de 1926.