¡Oh el zureo zumbante en el humo indeciso!
Indeciso como el olor de las altas hogueras de Mayo
que invaden o conmueven el aura y la luz de la tarde,
cuando el silencio es apenas un murmullo de seres en los muros
y los árboles observan por sus dulces ojos extensos
los círculos de niebla que el hombre, o los hombres
tal vez, han abierto en la tierra.
Oh, piedra del cementerio,
oh azul y aglutinada piedra, en tus confines estelares casi,
los ciclos han dejado alas de fríos testimonios…
Y los caballos, los pesados caballos amaestrados, piedra,
imposibilidad y delirio si, o certeza de tus bordes
más rígidos que el límite y evidencia de la finitud
que vislumbrada, temen nuestras manos terrestres.
Sin embargo eres allí quietud incesante, cuerpo y abismo,
para siempre grávida como el vacío pecho de los pájaros.
Oh, cementerio de mi pueblo,
cuando la lluvia desliza sus cortinas
y secretamente calma la sed de los muertos,
yo pienso en ti y en los barcos silenciosos sin rumbo
que dudarán en las húmedas regiones del sueño.
Tu que passi innanzi tomba, fermate un instante,
si volgi gli occhi al cielo prega per noi qui
e per la pace del mondo,
Giordano: llegado de la guerra para amar la madera.
Su aprendiz volvió una sola vez a esta tumba.
Hay una seña suya en un legajo de desertores
y una rama caída fuera de su recinto.
Ruiz Abascal: Santander y una calle de sol
sobre las últimas y grises escalinatas rotas
y sus ojos en los ojos de un toro final.
Hay una frase, un cristo y el óxido.
Petrobonno: piedras con peces de la isla
Y un cesto verdoso en algún lugar del mar.
Halló tardíamente su muelle vespertino.
Hay un número en un círculo de bronce.
Eric Könner: un condado perdido en las nieblas.
Instantánea y perenne una hoja en el mármol
es metal y es otoño bajo los iguales días.
Inicia una luz sobre la lápida su rígido destierro.
¡Oh los bronces fríos de lamentaciones!
Lamentaciones apretadas y condenadas a ser hojas
En el invierno desterrado de estos escombros blancos.
¡Palabras! Palabras que llegaron por orden a las fraguas
del herrero, y que vagas o aéreas han partido de la memoria
cuando las vidas, inexorablemente, han sido más largas
que la tristeza.
Y tu oh piedra del cementerio callas; a tu vera
fueron los hombres fundando patios de casuarinas
como si la sombra fuera cómplice del sueño
o en el otoño las ramas imitaran a los huesos desnudos.
Yo acuso, piedra, tus secretas vigilias
cuando suenan las campanas en el bajo del pueblo
y las madres del aire ciñen la noche a sus pañuelos.
Jaluff: cuchillo y luna hicieron estragos en su frente.
Ahora es diurna la noche de su figura acostada.
Hay signos delgados como livianos peces que huyeran.
Insiste hasta el polvo la soledad de los cipreses.
Lola Costich: quizá la más verídica costumbre de la muerte;
sus trenzas danzarían en un suburbio de Belgrado
pero su cuerpo reposa en un tabique estrecho.
Los gitanos son lumbre en las tarimas del sueño.
Van den Dooren: un delirio de lluvias fue final y certero.
Otra vez un sueño de cinceles vulnera el infinito.
Consigo trajo la muerte. Ahora es vida ajena.
Yace un la monótona colina de un silencio eterno.
Juan L. Federik: palmera cuya música aún se mece
entre estas luces apacibles y la indecible nada.
Se apaga junto a sus hijos, reunidos por el tiempo.
Uno es mi padre. Uno el camino. Una la casa.
Ramírez: espesura y constancia y similitud del rito.
Frases como lanzas custodian su devenir ilusorio.
Fue guerrero de Caín en las cíclicas infamias.
Es polvo irremediable. Heroica soledad. Muerte baldía.
Desde los sepulcros vencidos,
brota el terrible olor de la eternidad prometida;
pero yo amo las tumbas lejanas, ansiosas de Oriente,
paralelas y celestes, serenas y celestes
que acechan bajo las danzas de las lunas
a los replegados cuerpos amarillos.
Tumbas que son campo de mis pasos circulares,
circulares y leves , en la vergüenza viva y posible
de confundir o alterar el polvo y las melancolías
de tantos nombres, si de tantos nombres que yacen
no porque la muerte trastorne las manos
o desfigure los cabellos desleídos,
sino porque al morir apretaron un círculo de hielo,
como si le eternidad cupiera en un copo de luz definitiva.
¡Oh, los sepulcros vacíos como la noche de los muertos
y los altos campanarios que anuncian un estrépito
de rígidos ademanes, donde la madera intima
con las diez mil bocas desgajadas y entreabiertas!
Sepulcros donde los zorzales profundizan su canto
y las raíces aprisionan los escombros últimos
con sus dedos delgados y propicios!
Oh, los blancos mantos tejidos por manos solidarias,
con el pudor comprensible de todas las desolaciones
y que se tienden sobre cada catafalco
como el gesto final y eterno de los amantes perdidos,
o quizás ofrenda y rito de las manos que quedan
oscilando en las pesadumbres baldías de este valle,
y pensando, si, pensando que tal vez habrá alguien o algo quizás
que nos aguarda allá, en las nacientes de una nueva tristeza.
Pero a veces un niño, un niño de arenas corre frágil y aéreo
por los estrechos corredores donde las cruces son señas
y se enciende en los cristales, no de la luz, sino de los iris,
para retornar a los pasos humanos, radiante en sus límites
-porque a todo fin le precede un final en los presagios-
Y el fuego, al fin el fuego en sus inquietudes de estrella,
Sobre tanta planicie abandonada a las reptantes cenizas,
acaso más acá de nuestras nieblas vespertinas,
en esta región de vivos pedernales encendidos
donde alzamos nuestras suplicas a las llamas aéreas.
Y son indicios infinitos los ojos que se hunden,
certeramente buscando las rutas de la espalda
o los ámbitos de la luz incorrupta que abandonamos
para nacer a las cosas tangibles y corpóreas
cuando se ordenaba el mundo para el paso de nuestra vacilaciones.
¡Oh los ojos que se hunden, oh, los otros viajes,
horroroso vértigo impasible y permanencia
en las serenas quietudes verdaderas!
¡Oh cementerio de mi pueblo, oh cementerios!
No puertas sino estelas ingrávidas,
Ustedes sobre la concreta curvatura en que yacemos
Están como la libertad perpetua de las horas,
para que el mundo siga siendo en las girantes
ruedas inmóviles: dicha, color y algarabías.
Fede. Speranza. Amore e non sterile spianto
domanda la voce del sepolcro.