El cielo miente una bandera en hilachas
y la brisa apresura el caer de la tarde
sobre filamentosas manos de enredaderas
que ansiosamente besan el patio ausente.
Sabemos que hay costas de barro y soledad
a todo lo largo de los ríos, que hay días
desperdiciados a todo lo largo
de nuestros días. Y aún el sol
se empecina en dorar los queridos fantasmas
y una música sola nos extraña
desde nuestro baldado corazón.
¡Nuestra desesperanza! En el patio
grande, casi desierto, de una escuela rural,
unos pocos chicos de guardapolvo arrían
la precaria bandera contra el ocaso
y el polvo y la sed absorben
sus vidas y lo que es patria, aquello
que conmovedoramente defienden, aquello
que sus vidas aisladas y difíciles cuidan,
el cariño, la patria, sin para qué, sin premio.
O también este carro que devuelve basuras
a la intimidad del basural, a la verdad
última, al sumidero de nuestras verdades;
el producto final de las preocupaciones
que dos chicos revuelven en el atardecer;
aquí debiéramos también buscar nuestro nombre
como en las hondas bibliotecas y en las monstruosas galerías
del insomnio y del sueño:
nuestra desesperanza
son estas cosas sin remedio, aquel mapa
que tan bien hermanaba las hermosas provincias, dibujadas
por nuestra lápiz nuevo, y el heroico
itinerario de la libertad;
estamos tristes por Mariano Moreno
abandonado a la gula de los tiburones
y por Boulogne-sur-mer, que mira lejos, más allá de la gloria,
y por los pardos y morenos que fueron carne de cañón
y por las montoneras de Caín
y por ciertos vergonzosos tratados
y porque nos obligamos a aprender la verdad,
que en la Argentina es siempre otra.
Recordaremos un país
de consteladas noches infantiles,
de música perdiéndose en el aire del campo
y veremos en este atardecer
un gran cielo, un gran pecho
donde palpita la primera estrella
y nos diremos que todavía hay un mes de jazmines
y sin embargo nos desesperamos:
la historia es como el pasto que ahoga los jazmines
y el país un conscripto que desapareció
en su noche de guardia,
la tristeza es Hipólito Yrigoyen que vuelve a pie a su casa,
derrocado por el golpe del ‘30,
aún vestido de patria y amargura,
la amargura es saber que abrazamos fantasmas,
que somos la Argentina que jamás existió.
1989