Para Ana MaríaPrimera parte: Bajo la luz de Piscis
“No sé mucho de dioses; pero creo que el río es un fuerte dios pardo,adusto, indómito, intratable”
Eliot
“… de donde los ríos vinieron, allí vuelven para correr de nuevo”
Eclesiastés
“El Uruguay no es un río, es un cielo azul que pasa.”
Aníbal Sampayo
I.
El camino
de regreso a la tribu era una fiesta.
La costa tenía el olor del ruido en la cascada.
El río, el venerable río de los pájaros
Tenía dorados que trepaban hasta sus orígenes
y también salmones en épocas de desove,
y astutos lagartos, y el biguá rasante;
las canoas
quedaban en la orilla, y el ruido
de los saltos quedaba en la orilla
impregnado en las puntas de sílex,
y el león andaba cerca bajo los espinillos;
el camino
de regreso a la costa era una fiesta.
No comprendimos
esa fiesta ni esa costa ni esos saltos,
no nos interesó
el salmón errante ni los yacarés exterminados.
Jamás
Nos importó el camino de regreso.
II.
Vinieron con teodolitos.
Vinieron con miras telescópicas para caza-mayor.
Esa noche asaron chanchos-jabalíes y se los comieron
y eructaron con placer los ingenieros,
Y en lejanas oficinas los generales también eructaron.
Más tarde llegaron la publicidad y las Caterpilar,
las cartas geográficas para enjaular árboles;
obreros impávidos hicieron cola ante las ventanillas,
llenaron fichas,
tuvieron trabajo
y era en verano.
III.
Después cayeron las secretarias, los discursos, los delegados
y los organigramas y los teodolitos
siguieron despatarrando yacarés.
Los laboratorios lamieron el suelo
y las momias, los cachorros y las puntas de flechas
se desintegraban al contacto de esa metalúrgica saliva.
Pero no conformes todavía, al atardecer
Cambiaron de lugar las piedras para hacer mejor puntería.
IV.
Amanecieron topadoras.
Sentí quebrarse la madera,
salir al aire las raíces de los pinos,
y el olor de maternidad de la tierra se desprendía liberado.
Hormigas-topadoras amontonaban tierra adormecida
rompiendo los minerales,
topadoras aladas
amontonaban y comían y agusanaban los estratos geológicos,
las galerías tibias de las vizcachas;
con dentelladas epilépticas
emparejaban y amontonaban y comían los montes,
y sin árboles
el cielo de los pájaros fue de acero oscurecido.
V.
Poco a poco el sudor agrio de las máquinas
fue adhiriéndose en el sueño de la tierra.
Renacidos de prehistóricas edades
Los grandes cascarudos se llevaron la arena, la piedra verde,
el granito. Y los mansos, los antiguos caminos
sangraban de tanto rugido discordante,
de tantas patas de dinosaurios artillados que los herían.
VI.
De todas partes vinieron buscando un futuro
y trabajaron explotados,
y algunos perseguidos por años en la construcción de ese dique.
Invadidos por nuevas hambres
casi todos volvieron a sus miserias.
Con el tiempo sólo trabajaron los obsecuentes,
recomendados, afiliados,
y las mismas fieles secretarias;
pulcros, bien olorosos, refrigerados,
frente a los teléfonos y a las Relaciones Públicas
frente a los ojos sarcos de las computadoras.
VII.
Pero no hubo errores.
Cuando terminaron la ataguía
surubíes como cachalotes vieron con ojos quietos el espanto
y escucharon por última vez el lamento del río.
Las grandes bogas legendarias salieron al día
en desconocidos pozos.
Quedamos perdidos sin el río por días y noches,
queríamos sentir la brisa del este en los atardeceres
y solamente veíamos que las entrañas de la tierra
se abrían como hongos resecos
dejando escapar su música de ostras, sus helechos petrificados,
sus piedras de cuarzo azul como era el río en los veranos.
Los dioses de la siesta andaban ingrávidos, desorientados,
cuando llenaron de agua el mundo.
VIII.
Y el agua avanzó por tierras oxidadas.
Encerrados los árboles mutilados, y los esqueletos de árboles,
inundados los cráteres de tanta maquinaria,
atinados lagartos huyeron hacia lugares protegidos.
Nuevamente los hombres salieron con sus teodolitos
y sus equipos de radio, y las tortugas, y los tatúes,
los zorros, todos enfermaron de vértigo,
perdieron el rumbo de los olores.
Con cascos blancos y cintas métricas
esos hombres hicieron fácil la puntería.
El crispín lloró y lloró durante noches enteras
y una mañana hubo un holocausto de pájaros
en las alambradas;
y sin embargo, ni bien quedó inaugurado el embalse,
comenzaron a crecer las pirañas y los profesionales.
IX.
Los hombres entregaron su ciudad y sus pasados.
Levantaron monumentos y templos al progreso.
Fundaron una teología del desarraigo y se autocomplacieron.
Con el tiempo
ellos también fueron devorados.
Sus recuerdos y sus muertos burbujeaban
bajo el silencio tenue del lago increíble.
Los peces que habían llegado con las aguas
No entendían nada qué eran
esos chisporroteos de alambres retorcidos como algas.
X.
Pero el universo respira.
Otra vez desde el principio de la inhalación
y exhalación del alma en las geometrías del amatista,
en la piel de las células,
la vibración en los laberintos del ágata,
en el musgo azul de las constelaciones,
la vibración del sueño entre los minerales
que nos exhala mansamente,
aunque habíamos cambiado de lugar la mirada
y seguíamos oliendo a herrumbre en los poros
y seguíamos sin importarnos
el camino de regreso a la costa
visiones de garzas blancas sobre oscuras piedras
me revelaron
visiones del río en las futuras edades,
visiones de naves en los atardereces lentos,
visiones de aladas mentes navegando
en el color azul y en el color dorado.
XI.
Las pupilas que se abren al asombro
descubren el imperceptible temblor de los labios
y una penas dilatado sol de azul profundo
que se sumerge en el cráneo y recorre la espina dorsal
con el susurro del prana y el apana,
con el susurro de las colinas donde veo olor
que han dejado las hojas en otros otoños.
Camino en la memoria de muchos árboles
y en la energía cinética de las moléculas,
camino en el pensamiento de un mundo que está creándose.
La mirada interior flamea en un aire de consagraciones.
XII.
Y las pupilas que se abren al asombro
descubren el alerta sueño de la tierra,
descubren en la columna el centro de gravedad,
descubren en el cuerpo la oscilación del justo péndulo
penetrando lentamente el movimiento de los sauces,
muy lentamente la quietud silenciosa del viento.
El color de las ideas anduvo
por donde la tierra había decidido cerrarse,
con gemidos de guitarra parturienta
desde las grietas escapaba el pesado vapor de las transformaciones.
XIII.
Y cuando la tierra soñó que toda renacería
soñó los próximos caminos para las criaturas,
caminos arbolados de encuentros,
originales y a la vez reiterados caminos.
En una tarde de abril o en una noche de plenilunios
soñó al río como una inmensa gárgara espumosa,
y salido de madre el río
vino arrastrando todo lo que pudo ser envuelto y ahogado
y las palabras flotaron
como temblorosas flores aéreas.
Vino revolviendo la historia, exigiéndole justicia a los hombres,
a los hombres que hicieron las instituciones
y a las instituciones
que mandaron fabricar las más máquinas para demoler la vida.
La naturaleza volvió a soñar
y el río de los pájaros fue un río de pájaros acorazados,
fue un río de pájaros carnívoros.
La naturaleza volvió a soñar,
y el camino de regreso a los planetas fue una fiesta.
(De: “Cantos apocalípticos”)