
Es un cantar bajo la luz de la luna y las manos que tocan ese cielo, el espacio del propio cuerpo y del amado. Aquello que refleja y es uno en el otro, soy en y con vos, esa incandescente felicidad de vivir escrita. Esos son sus días. Ese yo no soy las voces que están en la mente sino el que las escucha, mientras canta y cose en el rito doméstico del día. Las voces como camino a nuestros corazones viviendo instancias. Cantar con la segura independencia con que lo hacen los hombres forma parte de su alegría, captar el ritmo de los mundos. En una lenta velocidad infinita sus poemas juegan intensidades de pulsión y libido que traspasan umbrales, son representaciones creativas. Abarcar con las manos, los temas de los días, crear y vivir y mirar. Estamos en la constelación Barrandéguy de brillos y esencias, que instauran maneras del amor, de ser con sus ritornelos hacia lo que grabó, hizo mella, un tenderse con la cara al cielo. Para arrojarnos entre su inquietud callada y el recuerdo un puñado de palabras. Los veinte pasos al fondo del patio, la ventana que marca el status de los viejos para volver a sentarse en sus rodillas. El amor, el amor es la reina en su silenciosa intensidad, su fulgor. También es un dolor de hombro en todos los hombros, el que ha cesado de arrojar la pelota. El revés exacto de su vida la trompeta del jazz en lo que inexplicablemente permanece y es reiteradamente suyo.
Brindo por Emma y su mundo que nos trae en bandeja sentidos y estados, intensidades de existencia, los universos del pecho y la boca, un punto de vista del espacio.
Lo mágico de sus poemas hacen todo bello, cada cosa que se va encontrando, le encuentra su brillo, es un vivir la vida, despolarizar, una permisibilidad de ser feliz con lo que el mundo ofrece, eso es todo nada más. Un manual para andar felices por el mundo.