ADIOS AL POETA LITORALEÑO, POR DANIEL GIGENA PARA PÁGINA 12

Este jueves, en la localidad santafesina de Santo Tomé falleció el escritor entrerriano Fernando Callero (Concordia, 1971). El 28 de octubre hubiera cumplido 49 años. Fue también cantante, compositor, docente y coeditor junto con Javier Guipponi y Santiago Pontoni del sello Diatriba, donde se dieron a conocer obras de jóvenes poetas del litoral. Tenía un hijo, Simón, que quedó a cargo de su obra inédita. Callero padecía leucemia y en 2014, en Santo Tomé, había sufrido un grave accidente. “Tenía una personalidad poderosísima –dice la poeta y editora Alejandra Bosch-. Para mí es uno de los grandes poetas argentinos, no solo por su obra sino también por lo que generó en las ciudades de Santa Fe y en Paraná. ‘Chicas, hay que leer’, nos decía siempre en festivales y talleres de escritura”. El primer libro de la serie Dos Poemas publicado por el sello de Bosch y su hijo, Ediciones Arroyo, fue uno de Fernando Callero. “Él le puso el nombre a la editorial. Era un ser de luz maravilloso, que amaba la lectura, la escritura y la poesía”. En 2000, ganó el Premio Provincial de Poesía José Pedroni, en la categoría de obra inédita, por Ramufo di Bihorp, y que se publicó en 2001 en Ediciones Culturales Santafesinas. Una constelación de poetas contemporáneos como Bosch, Daiana Henderson, Beatriz Vignoli, Mariano Blatt y Analía Giordanino orbita de manera armónica con su obra estética, una confluencia de emoción, humor y sabiduría paradójica, que llega siempre después de la experiencia.

“Qué vértigo convertirme en uno,/ sentirme sedoso,/ redondo,/ picarme un piojo y salir volando”, se lee en uno de los poemas de Al rayo del sol, publicado en 2013 por el sello rosarino Iván Rosado y que reúne ocho poemarios que Callero fue entregando desde 2000 hasta 2012, en la mayoría de las veces bajo la forma de la autoedición. También en Iván Rosado publicó Soledad Col en 2015 y, en 2016, Caleta Olivia presentó Cacería rápida, donde la ironía y la reflexión se conjugan con su afilado ritmo. Esos poemas narrativos fueron escritos en la institución donde llevó a cabo su rehabilitación luego del accidente. Su último libro, de 2019, también fue de poesía: Martín Rosas, un aficionado a los barcos con show (Abrazo Ediciones Paraná).

Escribió narrativa. En 2018, en el sello Nudista dio a conocer el libro autobiográfico C6 C7, donde relata su accidente y la dificultosa rehabilitación. “Yo nunca vi la luz y volví. Tuve un accidente yendo por una calle oscura donde una constructora instaló una pileta de desagüe sin señalizar. Yo iba a verte con mi bici y de pronto el ground del mundo terminó”, cuenta sobre episodio que lo dejó en estado cuadriparésico. “Una narración es una forma de verdad, o por lo menos de búsqueda, y yo sigo confiando en las formas del relato para apuntar soluciones que sirvan a otros a simplificar el camino hacia la felicidad”, agrega.

“Sus crónicas son impresionantes, sin ninguna autocompasión –señala el escritor Eduardo Muslip, que escribió para Soy sobre Gustavito (2013), dos relatos eróticos publicados por la editorial De Parado-. Y tienen mucho de su poesía, lo sensorial y la mirada erótica a los distintos personajes que estaban a su alrededor en la clínica donde se recuperaba del accidente”. Aún poco leído, C6 C7 es uno de los grandes libros de crónica publicados en años recientes.

“En Diarios de viaje. Bolivia-Perú-Ecuador (Erizo Ediora, 2013), Fer decía que en un viaje ‘la verdad no era su objeto, sino la aventura’ –dice el escritor Cristian Molina-. Entiendo que ahí se cifra mucho de lo que transmitía en su agitación vital permanente desde Santo Tomé. Una agitación dichosa por la escritura situada en los márgenes de las topografías típicas: las grandes ciudades y el río que, en el mapa de la literatura santafesina, hegemonizan el imaginario y todo plan de acción. Fer agitaba la vida de todos con la aventura de la edición y la escritura, desacomodando las hegemonías, sin por eso dejar de sostener relaciones con lxs poetas de esas topologías culturales. Era una poética como legado: ‘Nosotros jugamos con otro mazo de naipes, uno en el que todos éramos necesarios, sino el juego fracasaba’, escribe en ese libro. Esta última aventura suya nos hace comprender cuánto lo vamos a necesitar para seguir jugando en medio de todo lo que se instituye”.

¿Pero se mueren realmente los poetas? Sí y no, diría Callero, que nunca dejó de correr riesgos, mientras buscaba refugio en la naturaleza de las palabras. “Querías ser artista, fumaste más/ tomaste más, hiciste lo que quisiste/ sos un moretón/ desatemporizado// Te reuniste con el corte del verso/ hiciste de cada palabra una canción/ y con ella un corazón”. Los últimos dos versos, ahora sí, sintetizan su poética.