GERCHUNOFF Y LA ESCUELA POÉTICA ENTRERRIANA (Apuntes de una lectura generacional)

Alberto Gerchunoff, nació un 1º de enero de 1883, según su pasaporte, o un año después según su madre, Ana Korenfeld, llevando el nombre de Abraham ben Guershon Gerchunoff, en un sitio de Rusia llamado Proskurof, y en época de los zares Alejandro II y III y luego el Zar Nicolás, que era un antisemita declarado…Y todo eso es verdad, aunque en su foja de servicios del diario La Nación, el mismo declarara  haber nacido en Villaguay, según nos cuenta Mónica Szurmuk, en la última biografía del Gerch, que se ha editado…

 
De Proskurof su familia debió trasladarse en 1887 a Tulchin, actual Ucrania, donde había mejores aires y donde permanecerían hasta 1890. 
 
Su padre Guershon -es decir Gregorio- era un hombre muy culto y su casa fue un sitio de reunión de los judíos talmúdicos. Gerch lo recuerda así:
                   
 “-Dado a la imaginería filosófica (mi padre) soñaba en la vida libre, en la existencia pacífica y profesaba el credo de Tolstoi: amaba la humanidad de la faena campestre, el vivir sin ruido del pan ganado en la propia heredad y con el propio trabajo. Así resolvió abandonar sus tareas habituales e ir a la América, a la Argentina, que el periódico de propaganda emigratoria glorificaba y comparaba con Sión-“
    
Salen de Tulchin a pié, como en el Éxodo, y luego en caballos y en trenes, llegan a Berlín y salen por el puerto de Bremen en el vapor “Pampa”, llegando a Buenos Aires en 1890, -año de la revolución cívico-militar de los radicales nacientes: Alem, Mitre, Aristóbulo del Valle, Bernardo de Yrigoyen- y luego de la consabida estadía en el Hotel de Inmigrantes, junto a italianos, españoles, franceses, alemanes, llegan en ferrocarril a Moisesville, donde crecen los trigales, provincia de Santa Fe, como dice el chamamé “Merceditas”.
 
Es decir: hasta los seis o siete años Gerchunoff no había tenido relación con el castellano, y quizá ni siquiera con sus hermanas latinas. Pero lo digo ya: supo seis lenguas: ruso, italiano, inglés, francés, idish, castellano y tenía algún conocimiento del ladino y la muerte lo encontró estudiando el hebreo, que habría sido su séptima lengua.
 
Ese conocimiento de idiomas le facilitó el contacto personal o epistolar con escritores notables como Marcel Proust, a quien visitaba asiduamente cuando estuvo en París al punto de llegar a conocer a la  amante secreta del autor de A la búsqueda del tiempo perdido, y que el Gerch nombra solamente por su seudónimo: Madame Duquesnel, aunque supiera su nombre real; o asistir a las conferencias de Henri Bergson, -que fue Nobel en 1927- y su entonces novedosa filosofía de la comprensión del instante y la memoria espiritual -no la de los hechos en sí mismos- como característica de la vida profunda de la psiquis. 
 
En España fue amigo de Ramón del Valle Inclán, aquel autor de Tirano banderas, novela que ha sido considerada un legítimo precedente de cierta novelística latino americana, v.gr. Señor Presidente, de Asturias, o Yo, el Supremo, de Augusto Roa Bastos; y de Benito Pérez Galdós…que escribiera en ya no sé cuantos tomos, sus españolísimos Episodios Nacionales, en que aparecen desde los acontecimientos bélicos, las inquietudes políticas, la vida cotidiana, la reacciones espirituales y psicológicas que se suceden novelescamente engarzados en la verdad histórica, el suceder de una centuria..;  o de Vicente Blasco Ibáñez, que en 1910 vino a Argentina a fundar falansterios a orillas del Rio Negro, y que escribiera aquel manifiesto de Argentina y sus grandezas…una propaganda de exilios venturosos, cuando los exilios eran venturosos.  
        
Y digo esto de sus amigos, porque la obra y el pensamiento de Gerchunoff,  ha sido poco leída -en general- pensando en estas relaciones siempre contribuyentes entre escritores, si no con un escorzo limitado a ciertos términos reales, pero exiguos: su amistad con Roberto Payró, con Lugones, o con el diario “La Nación” ;  reduciendo así la vida-palabra-obra del Gerch al camino de la transformación y mutación de aquel joven tolstoiano, creyente en las jasídicas y socialistas vidas campesinas como su padre, hasta el militante internacional a favor de la creación del Estado de Israel, cuando las cosas en el mundo pasaban de castaño oscuro a camisas pardas. 
 
Todo eso es cierto y Gerchunoff  lo hizo y lo dijo y está documentado y es verdad, como es verdad también que defendió a Augusto César Sandino, rebelado contra la ocupación yankee, desde las mismísimas páginas del diario de Mitre. Pero todo eso -no es aún- Gerchunoff  entero de ningún  modo, y tampoco refleja ciertas maestrías, que diré más abajo, puesto que mi visión de Gerchunoff y mi interés por su obra,  involucra antes que nada una cuestión de lenguaje y de vida: la elección de una lengua como destino, y su particular visión de mi única patria real: Entre-Ríos.
 
Su trayectoria vital, política e intelectual le valió ser considerado “asimilacionista” para cierto judaísmo, es decir, adscripto al criterio porteño-sarmientino de asimilación de los inmigrantes…en esa delirante y prepotente licuación de diferencias del consabido “crisol de razas”. 
 
O al revés: ser tildado de “judaizante” por los nacionalistas de aquella derecha llamada Reacción Argentina…o de haberse olvidado un poco temprano de sus concepciones anarquistas y socialistas y haber sido opositor a Irigoyen….Pero en el gobierno de Irigoyen fue enviado como representante argentino, a la Exposición Internacional del Libro, celebrada en Leipzig en 1913 cuando contaba solamente con 30 años y poco más de 20 en el ejercicio del castellano.  
 
Pensemos entonces que en Gerchunoff  el exilio fue triple: exilio de su tierra natal, exilio de su lengua materna y exilio de su infancia, la única, la primera, como decía Antonio Machado…Es decir, pensemos que esta criatura con todas esas disponibilidades de mundo a la mano, eligió esta lengua y escribió “Entre Ríos, mi país” como auto-biografía y testamento literario, en unos años en que el castellano no tenía la expansión y los hablantes de hoy, ni la literatura latino americana y -la Argentina entre ellas- gozaban del prestigio que hoy gozan.
    
A Joseph Brodsky -Nobel de Literatura en el ‘87- le sucedió algo similar, pero su elección fue distinta: debió exilarse de la Rusia de Stalin  pero realizó su obra poética y ensayística en inglés. Los exilados españoles a causa del franquismo, como Pedro Salinas o el propio Luis Cernuda, o Jaime Gil de Biedma, convivieron con la lengua inglesa, y este último por ejemplo, fue uno de los primeros traductores de Eliot al castellano, pero continuaron su escritura en lengua materna, como también lo hicieran César Vallejo o Arnaldo Calveyra, viviendo en París, donde ambos murieron. 
 
Pensemos otra, pero al revés : Lautremont, nació en Montevideo en medio del castellano, ciudad que deja alrededor de los trece años, pero escribió en francés y no en la lengua que rodeó su infancia….Y reparemos entonces, que el Gerch, partiendo de las migraciones judías de la Europa del Este en los primeros años de su infancia, eligió el castellano y a la vez esta provincia para decirse y contarse entre nosotros. 
 
Dice Brodsky: Cuando un escritor recurre a una lengua distinta de la suya materna lo hace por necesidad como Conrad, o por una ambición desmedida como Navokov, o por lograr un mayor extrañamiento como Beckett. Yo…compré en una tiendecita de la 6ta. Avenida una “Lettera 22”portátil y me puse a escribir (ensayos, traducciones, algún poema ocasional) en inglés por una razón….mi único propósito era encontrarme en una mayor proximidad al hombre que considero la mayor inteligencia del S.XX: Wystan Hugh Auden. 
 
Es decir: a Brodsky lo guía una admiración poética, y su paisano Mandelstham aprendió italiano para leer al Dante; y a Gerchunoff lo guió el deseo de estar más cerca de Cervantes, no ya en la España de La Mancha, si no también -y hay que decirlo- en una Entre Ríos, tierra de promisión, exilada entonces de la Nación que fundara, pero sobretodo de cielos benignos, libertad de cultos…y rodeada de lenguas…no sólo de belgas, o de suizos franceses, sino también de alemanes del Volga…o los penúltimos ecos del guaraní en la selva de Montiel...un resabio bárbaro, salvaje y natural, cuya mirada viera y designara como una geografía de la fábula…        
 
Hoy escribimos en castellano, bajo la creencia pueril de que toda lengua nos ha sido dada naturalmente y para siempre…Y esa mentira equivoca a muchos: ninguna lengua nos es dada jamás y para siempre…Ninguna lengua es jamás la normal…Toda lengua es una adquisición y consiste en una elección y en un trabajo…Y ese trabajo es notable en Gerchunoff que predicara de cosas locales o internacionales, con un anacronismo saludable a ambas miradas: su visión contemporánea, y el gesto de su palabra, de amable y fundado gesto antiguo.    
 
Joan Margarit, poeta casi de mi edad, nos dice ahora en entradas al S.XXI que el haber recuperado el catalán de su infancia y abandonado el castellano, fue para él como una resurrección;  la lengua materna de Conrad era el polaco, pero adoptó el inglés, cosa que no hicieron tremendos poetas como Ceslaw Milosz, o Wislawa Szymborska, por ejemplo…como tampoco lo hiciera Anna Ajmátova, que no dejó ni su Rusia, ni su lengua cuando otros lo hacían…y le aconsejaban que los siguiera.  
 
Y rememoro estas elecciones biográficas, y de lengua, y propias del S.XX de principio a fin, para dar cuenta de que Gerchunoff, se las vio necesariamente con ellas. Y eligió esta, por razón de amor, y no por necesidad alguna, ya que bien pudo andar por aquí y escribir en ruso, como lo hiciera William Henry Hudson, que nunca escribió en castellano.  
 
Y pensando en términos de literatura nacional, recordemos que parte del “Martín Fierro” se escribió en Brasil; del mismo modo que el “Facundo” o “Recuerdos de Provincia” los escribió Sarmiento, fuera de la Argentina; como Cortázar escribiese lo suyo tan porteño, en París; o José Martí, lo suyo tan cubano, fuera de Cuba, o Arnaldo Calveyra lo suyo tan lejos de Mansilla…como el Dante escribiera en Verona, sobre su amada Florencia, que de tanto en  tanto lo exilaba.    
 
Arriesgo y ensayo entonces que la elección de Gerchunoff por el castellano, fue análoga a la de Brodsky;   y que en su caso fuera para estar más cerca de Cervantes, y luego quedarse aquí de veras, mirando y describiendo este mundo que él, de alguna manera amó mientras lo escribiera…
 
….y dando cuenta de él cada como periodista, especialmente de “La Nación” a la cual ingresa por su mentor y casi padre sustituto: Roberto Payró, integrante de aquella tribu sonante y tronante de Ricardo Rojas o Leopoldo Lugones, provincianos ambos y fundadores del canon argentino: la doctrina de Martín Fierro, ya contradicha por Borges -como sabemos- para escándalo de los nacionalistas de la “c” a la “z” y de esos centros tradicionalistas, más expertos en maltratar caballos, en vez aprender de los saberes de José Hernández, inclusive sus destrezas en la versificación castellana, que a Esteban Echeverría, tan afecto a la literatura francesa, le costaran tanto. 
 
Gerchunoff siempre trae como una mariposa de recuerdos, alguna copla de los cantares argentinos, o alguna cita de canciones  o expresiones en idisch…su palabra y su memoria afectiva vuelan juntas. 
 
Como periodista, el Gerch se destacó en un género ausente de toda antología y harto difícil, como es el de las necrológicas, que por manual de estilo nunca se firman, pero el Gerch…concluía todas las suyas diciendo del fallecido: Nació en tal lugar…tal día… del mismo modo que lo hacían los primeros cristianos de las catacumbas romanas, puesto que entre creyentes de veras: el final no existe.     
                     
Y digo esto como incitación a investigadores futuros sobre el devenir de la palabra de estas lindes donde ignoramos por ejemplo, que Joseph Kessel, -el primer entrerriano en ser académico de la lengua francesa- también nació en nuestras colonias judías, pero optó por el francés, lengua de legítimo prestigio, pero que sin embargo carece de un Shakespeare, un Dante, un Goethe, un Cervantes -aunque tenga, o quizás porque tenga- un Rabelais, un Moliére, un Verlaine, un Rimbaud, un Mallarmé, un Valery, tan caros a las devociones poéticas de nuestros mayores y precedentes en provincia. 
 
Gerchunoff  traducía del ruso al castellano con mucha facilidad y se carteaba en francés con Kessel…que fue tanto amigo suyo, como de Saint-Exupery  y del joven André Malraux y publicaba en los diarios franceses artículos fantásticos, pues montaba su avión y se iba al Oriente profundo y entrevistaba a personajes de aquellas teocracias musulmanas recién salidas de “Las mil y una noches”, para encanto de París, entonces capital cultural del mundo, y que participara de la guerra civil española, del lado republicano, por supuesto. 
 
Pero digamos también, que el Gerch fue amigo de Horacio Quiroga, que vivió en Salto (ROU) en aquellos días en que los muchachos se ‘pegaban’ con éter, como lo cuenta Emir Rodríguez Monegal en una biografía de Quiroga, llamada precisamente “El Desterrado”; y Gerchunoff y Borges, fueron quienes llevaron las cenizas del Quiroga a Montevideo y los acompañó esa vez Julio Payró, hijo de Roberto y luego yerno de Gerchunoff, por lo cual el Gerch. vino a ser el suegro de su hermano postizo, como después de muerto vino a ser suegro legal de Amaro Villanueva que se casó con su hija Blanca, no sin antes haberlo intimado a dejar el campo, para decirlo con ese humor que el tanto practicara.     
 
Como dato de inmersión de Gerchunoff en nuestras cosas, digamos que celebró a otro periodista y poeta concordiense: Damián P. Garat, que ahora es sólo el nombre de una calle, pero a quien el Gerh, recuerda en el capitulo: Dimensión espiritual de Entre Ríos, de Entre Ríos, mi país,  como un hombre ético que retó a un insolente a duelo, cuando le reprochara que un artículo suyo: -No era cosa de caballeros…¿Cómo qué no era cosa de caballeros disentir, si los entrerrianos ya habían echado al Paraná todo un río de hombres y de caballos para fundar una patria, que en definitiva no estaba al otro lado? 
  
Digamos al pasar que el poema “La Argentíada” de Damián P. Garat fue incluido en la edición especial de “La Nación” del 25 de Mayo de 1910, entre otras loas a la patria general incipiente. Aunque claro, esa combinación de Ilíada y Argentina es un poco forzada y da un ripio, hoy en día intolerable.
     
Y esos conocimientos de nuestras intimidades históricas y literarias, están en Gerchunoff;  y en sus piedades inclusive, puesto que Garat fue un poeta andradiano, un político conservador y un cultor de esas épicas provincianas, que precisamente la mirada, la lengua y la visión del Gerch dejarían atrás, casi para siempre…y con ella no sólo a Olegario Víctor Andrade, sino también a los Leguizamón y a los Panizas y a esos postrimeros imitadores de la vulgata criolla que subordinan la palabra a la idea…Y la literatura es palabra. 
 
Y para demostrar cuánto sabía Gerchunoff de nuestra literatura rioplatense me voy a permitir citar algunos de los autores  del plan escrito de su mano, para un curso que diera en el año 1938 en la Universidad de Chile:
 
Rubén Darío y Lugones; Banchs, Almafuerte, Ricardo Rojas, Enrique Larreta, Pedro Miguel Obligado, Horacio Rega Molina; Paul Groussac, Joaquín V. González, Amaro Villanueva; Payró, Gálvez, Rojas Paz, Roberto Arlt, Amorim, Quiroga, Alvaro Yunque, Melián Lafinur, Florencio Sánchez, Samuel Eichelbaum, José León Pagano; Discépolo, Martínez Estrada, César Tiempo, Carlos Mastronardi; Dávalos, Bernardo Canal Feijoo…
 
Creo que los presentes -yo inclusive- conocemos esos nombres, pero jamás hemos leído sus obras completas…Y tampoco las había leído Gerchunoff en 1938, ya que muchos de esos autores estaban vivos y muchos de ellos eran sus amigos, y su obra no estaba todavía cerrada por la muerte. O cerrada por el olvido. 
 
Digo entonces: qué hermosa lección ética la del Gerch.: que cuando salía del país hablaba de una literatura viva. Ahora todo eso es historia…Predicar de los contiguos, fue para él un gesto habitual. Salvo cuando fue a España, que habló de Cervantes.               
      
Pero volvamos: su elección por el castellano no fue ajena a esa devoción cervantina y ya sabemos cuánto hay de judeidades y de juegos simbólicos y cifrados en los diálogos y aventuras de aquel señor de La Mancha…y que en el caso de Gerchunoff queda demostrado en aquel libro de 1922, llamado La jofaina maravillosa, subtitulado Agenda Cervantina, y en el cual: No se trata de la visión de un crítico literario ni la de un experto que pretende demostrar su conocimiento, sino de un viaje guiado por el maravilloso mundo de Cervantes. 
 
Sin embargo, si pensamos ahora, que su libro esencial y casi heráldico: “Los Gauchos Judíos” publicado para el Centenario de 1910, y escrito antes por supuesto…eso nos dice que Gerchunoff  tenía entonces 26 años y que no era nativo ni de aquí, ni del castellano, y que en la literatura universal son pocos -sino poquísimos- los casos de semejante precocidad y destreza en una lengua no materna y en una cultura de extramundos, ni siquiera única entre todos sus saberes. 
 
La primera edición de “Los Gauchos judíos” no excedió los 400 ejemplares. En la segunda, la de Gleizer de 1936, Gerchunoff agregó dos textos: El médico milagroso que es su recuerdo de Nelaj Yarcho y El candelabro de plata”. Después de décadas, la edición de EUDEBA, fue de doce mil ejemplares… y la segunda de veinte mil…es decir, fue best-seller el Gerch, después de muerto, como suele suceder con autores de su tamaño, y en “literaturas nacionales” de este talante de inclusiones y exclusiones desmedidas. 
 
La primera edición, tuvo poquísimas reseñas. “La Nación” publicó por ejemplo, el prólogo entero de Martiniano Leguizamón, como nos lo cuenta Mónica Szurmuk y que ya veremos que decía. Salvo una, que se debió a Víctor Juan Guillot, publicada en el diario El País, de Buenos Aires, diario en que además el Gerch colaboraba. 
 
Sí: el concordiense Víctor Juan Guillot se dio cuenta, antes que muchos…de que Gerchunoff existía y/o que existiría más que otros que se han perdido en las brumas de las momentáneas nombradías. Y me alegro de decirlo en Concordia para honor de quienes escriben, leen y hasta editan a los otros, sabiendo que honrar al otro, también es una forma de honrarse a sí mismo.   
 
Gerchunoff provenía de azkenazis y sabía idish pero conoció el ladino de los sefaradíes y antiguas coplas y proverbios españoles a través de las enseñanzas de Ben Sabat, un judío español de la colonia entrerriana de Rajil, que le abriera las puertas a Cervantes, cuyo primer ejemplar del El Quijote recibiría por vez primera de un asturiano de Entre Ríos de apellido Leonardi. 
 
Y de ahí lo que decía de maestros y amistades y decisiones en la elección de una lengua, cuestión que nos enfrenta y nos espeja: elegir una lengua es elegir un destino…Y lo peor de todas estas soledades,  es que  no existe un castellano único…O volviendo al principio: no existe la lengua dada, toda palabra real es una conquista. Y en las periferias, sobre todo en el centro de Entre Ríos a principios del S.XX, diversas lenguas convivían.  
 
 (Y hago aquí un paréntesis: en la primavera de 2019 tendrá nacimiento oficial la Academia del Judeo español, que será la 24º academia, y con ella se completará todo el espectro de la hispanidad, y cuyo primer trabajo será decidir el alfabeto: el hebreo o el latino, porque el ladino ha llegado hasta hoy cabalgando sobre ambos.)
 
Sé que predico de un autor cuyos libros no están a la mano; se que predico de un escritor que hoy no se lee, inclusive por eso…pero vaya un aviso a los navegantes: Gerchunoff: “… alcanzó a publicar 17 libros en vida y otros cinco aparecieron en carácter de obras póstumas.  Además de ello, es autor de más de dos mil artículos periodísticos…y su obra despierta cada vez más el interés de cierta crítica actual, por estos lares.  
 
Borges, que celebra de Gerchnoff sus lecturas de Heinrich Heine, poeta  judío-alemán (cuando esto no era un oxímoron),  o de Cervantes, alabó también su ingenio repentino y sugirió editar un libro con sus anécdotas.
 
Pero ese alto género menor está reservado a las conversaciones entre escritores y quizás aún sea digno de mantenerse como tal. Cuento una, para ustedes y no para ese libro improbable:
 
-Una vez, en una celebración de no sé qué cosas del diario La Nación, una princesa polaca, expulsada por los comunistas y que escribía en esas páginas, le preguntó, educada y formalmente: - Gerch…me han dicho algo de usted; algo que yo no creo…-Qué cosa, señora…? - Que usted es judío….Y el Gerhc, le respondió: - Sí, es verdad, señora… y hasta puedo ponerle la prueba en sus manos…- 
 
Polonia ha dictado una ley, hace poco, prohibiendo que se diga que los polacos contribuyeron al holocausto. A esos dictadores de sentido, el Gerch, ya les respondió hace más de 50 años, con humor no exento de un delicado agravio, proporcional al que le inferían.
 
Pero además, y ya que no sólo de literatura vive el hombre, Gerchunoff fue un excelente gourmand -es decir: glotón- sino también un excelente gourmet  -es decir: cocinero- que halagaba a sus amigos con sus ollas y sus hornallas y sus altos gorros de cocina, pues era un gozante de la vida y de todos sus sabores y saberes. 
 
Y es más, hay textos suyos en que los personajes adjudican a Gerchunoff ciertas recetas, haciendo esos juegos de hablar de sí por tercera persona…no para elogio de sí mismo, sino para divertirse mientras dejaba al paso, algunas recetas de cocina…como hiciera Pablo Neruda, a quien el Gerch también conoció naranjo, y en Chile.
 
Ya es hora de saber que en Entre Ríos hubo judíos felices…y sabios y alegres y santos de quedarse, como el Yarcho, enterrado en San Gregorio, del que Juanele dijo: -“mi vida paso junto a un santo, amigos…
 
Todo eso fue antes de la Shoá…y también antes del después de la Shoá…donde muchos redujeron sus apellidos, o eligieron seudónimos y fueron eximios violinistas o bandoneonistas del tango… O como Blackie, que era una Efron, y difundiera el mejor jazz de la radiofonía argentina…, o como el promotor internacional de Gardel, que era un Gluksman de por aquí,  etc…y todo eso está en “san google” , como dice el Meneguin.
 
Pero la conmoción sociológica, cultural, económica y política que implicó la colonización judía en Entre Ríos, ha sido estudiada poco, o no dimensionada en sus justos términos, todavía…
 
Cuando Josepf  Kessel vino a buscar los restos de su amigo Jean Mermot, caído en la Cordillera de los Andes, también vino a buscar la tumba de sus ancestros y dio una conferencia en el salón de Villa Domínguez; Alicia Steimberg provenía de padres de aquí y eso le consta a su corresponsal Fernando Belottini; y últimamente Edgardo Cozarinsky o Martha Argerich, han vuelto buscando alguna tumba donde dejar una piedrita a sus abuelos…Sin embargo, para Gerchunoff, todo eso fue la elección de una lengua y la elección de un destino.               
                   
Y una cosa muy curiosa: cuando vino niño y huérfano a Entre Ríos se instaló con su madre y hermanos en una colonia -hoy desaparecida- llamada Rajil….con “jota”, según la grafía habitual….Y Ragil con “g” es el nombre de un método de la Gematria: operación que consiste en leer por números a las “cartas” o letras del alefato (o abecedario) hebreo, que consta de 22 simples y cinco dobles. En el método Ragil las letras son o se traducen a números de 1 a 9; de la décima en adelante van por decenas hasta  90, las últimas cuatro simples se traducen por centenas: 100, 200, 300, 400  y las cinco dobles llegan hasta el numero mil.   
 
¿No es mucha coincidencia que Gerchunoff  -antes que Moisesville- haya sido elegido por Rajil y Entre Ríos, para hacerlo de su país, y que él lo consintiera tan fervorosamente?
 
¿No es mucha coincidencia qué ese lugar tuviera el nombre de un método de lectura, de interpretación y de búsqueda de las revelaciones de las escrituras? 
 
Y además ¿no es hermosa esa predestinación, que también le diera motivos para amarla y comprenderla? 
 
Según Foucault las colonias son heterotopías:  esos espacios diferentes que se crean como impugnaciones míticas y reales del espacio en el que vivimos…uno de sus ejemplos fue el de las misiones jesuíticas, donde no se ensañaba el castellano y por ende ni la palabra, ni el concepto “Rey” existían…y todo era un socialismo sagrado, bastante similar al que los guaraníes, antes de los Jesuítas, ya compartían.
 
Predicar entonces, de Gerchunoff y la escuela entrerriana de poesía, no es un desborde de géneros, pues aunque Gerchunoff  fue antes que nada un eximio prosista, un avisado crítico literario y un periodista muy atento a las cosas del mundo, también fue un hombre tan de bien, que llegó a declinar en 1931, el sillón que le propuso la Academia Argentina de Letras -creada y fundada, entre otros, por Manuel Gálvez, de cuyas inclinaciones políticas ya sabemos-  inspirándose en aquella frase de su admirado Rubén Darío: De las academias y las epidemias, sálvanos Señor… que es otra de las causas de mis admiraciones hacia él.-
 
Manuel Gálvez era entrerriano y natural de Paraná, claro está, pero navegó por aquellas derechas de la denominada reacción argentina, xenofóbica, auto-celebratoria y constructora de un canon que aún persiste, con estrategias diferentes y bajo el continuo abuso del gentilicio: argentino.  
              
¿Imaginan ustedes la perplejidad del Gerch, teniendo que declinar tamaño honor, sin que ello sonara a ofensa política, o digna de castigo? 
¿Cómo explicarle a Gálvez, que la palabra viva era otra cosa; que su patria era otra, que eran otras sus lenguas; y que sólo el amor y la fe habían hecho de él un local, pero que su país mítico y real era Rajil…que además tenía a pocas leguas un territorio de otros exilados de la sociedad y/o de sus reinos naturales y de curanderas y de hadas, de leyendas y de aparecidos y de “arroyos asombrados” de la selva de Montiel, que el designó como geografía de la fábula, es decir, la heteropía limítrofe que lo justificaba y lo recibía? 
 
¿Cómo decirle a Gálvez, que él era un Gerchunoff legítimo, y que era absurdo integrar esa Academia Argentina, porque la Argentina que él deseaba no era esa, si no la que vendría y que quizás no llegue nunca, mientras el discurso nacionalista-unitario persista?  
 
¿Cómo explicarle al olvidado Gálvez, que nunca son buenos los abusos del gentilicio? ¿Cómo explicarle a Gálvez, que esta noche estoy hablando de Gherchunof  y de una provincia de lenguas…mientras a él pocos o nadie lo recuerdan? 
   
Entre las décadas del ’20 y el ‘40 del s. XX apareció en Entre Ríos una producción literaria que dio en llamarse escuela entrerriana de poesía, una de cuyas notas distintivas fue el canto y la celebración del paisaje: es decir la naturaleza y todas sus criaturas, la humana, sobretodo. 
 
La tierra, la provincia en términos literarios, dejó de ser el espacio de la memoria de las épicas federales y la adquisición de un territorio por la lengua y por las lanzas, para mutar en mundo de visiones nuevas y un lirismo ajeno a la mera descripción naturalista, cuya consumación fue lo que podríamos llamar el panteísmo trascendente de Juanele Ortíz, y su proclamada vocación a “transustanciarse” con el medio circundante…como hacen el junco y la corriente… 
 
Fue notorio en aquellos jóvenes la lectura de los simbolistas franceses: Mallarmé, Verlaine, Valery, o de los simbolistas belgas como Emile Verhaeren, o Maeterlink…o de Rubén Darío, así como la inexcusable presencia de Rilke, y de cierto “internacionalismo”, a la vez tanto literario, como político: Mastronardi tradujo a Mallarmé; Juan L. a Yannis Ritzos o al rumano Hilarie Voronca; o Amaro Villanueva a Nazim Hikmet, por ejemplo. 
 
Si, amigos, aquella generación no traducía de lenguas muertas, si no de lengua viva a viva lengua, ya que traducirlos era una forma de manifiesto literario y de manifiesto político. 
       
La prosa costumbrista de Leguizamón o Fray Mocho y la poesía de los númenes precedentes, venía con aquel inmovilismo subjetivísimo de todo está como era entonces/ la casa, la calle, el río y demasiados matreros, guitarras, batallas, y hálitos románticos que ya evidenciaban su cansancio de retóricas decimonónicas, mientras el mundo era un quilombo de muertos entre una guerra mundial pasada, y la otra por llegar todavía.
 
Pero recordemos de paso -y como enlace entre una y otra tradición- que fue Martiniano Leguizamón, ilustre mascarón de proa de aquellas hirsutas entrerrianías “a la nacional”, quién prologó la primera edición de “Los Gauchos Judíos”, y allí califica a Gerchunoff como: “intérprete de los temas entrerrianos” o lo que es más terrible aún: “cultivador de la literatura regional”, cuando esa primera edición estaba llena de remisiones y referencias a la cosmovisión judía y judeo-española, luego morigeradas por Gerchunoff en las ediciones siguientes.   
 
Obviamente, Leguizamón no sabía  -o no lo dijo- la clave mítica y cabalística que cifraba el nombre de Rajil; y entendía mucho más aquello de llevar aguas para su molino, que del cataclismo que estaba sucediendo ante sus propias narices: una provincia con más de cuatro lenguas, por donde se la mirase o se la quisiese oír entre colonias, selvas y colinas.
 
Habíamos pasado de una épica morosa y ultramontana, a un lirismo de altísimo cuño panteísta, nunca ajeno a todas las criaturas y a todas las voces del mundo poético recepcionado y conocido, y ¿por qué no decirlo? todo ello en ciertas soledades y ostracismos, sólo por haberse alzado federal, ante una nación de nacionales, con resultados a la vista.
 
Curiosa intersección: de todos los exilios reales del Gerchunoff, el único voluntario fue escribir en castellano…y quedarse aquí, como si nada, eligiendo a Rajil como eje de rotación de su vital heterotopía.    
 
Gerchunoff adjudica la proverbial expresión: gauchos judíos a un ignoto juglar, contemporáneo suyo: Favel Duglach…Mi ignorancia y yo, creímos durante años que Favel Duglach era un invento de Gerchunoff: un personaje literario, creador a su vez de un desvió esencial de alumbrantes sincretismos. Un alter ego, que lo justificaba.
 
Sin embargo -para error de mi tesis emocional- Favel Duglach existió de veras, y terminó sus días como tantos judíos de las colonias entrerrianas: viejo, solo y olvidado en las juderías laterales de Buenos Aires.           
 
Pero volvamos: en la poesía entrerriana había un ciclo que agostaba y algo empezaba de nuevo. 
 
Los poetas que cumplieron esa tarea -común, pero inorgánica- no fueron flores del ceibo, ni ángeles músicos desprendidos de las incendiadas misiones, si no -además de sus talentos individuales- la resultante de ciertos procesos históricos, políticos y culturales. 
           
Y en aquellas soledades, el primer gesto fue un repliegue hacia sus sitios virreinales: Concepción del Uruguay, que fue capital de la Provincia; Paraná, que había sido capital de la Confederación; y una retirada íntima hacia el río doméstico: el Gualeguay…y la Gualeguay que fundara Tomás de Rocamora, criollo de Nicaragua…quién luego gobernara en Yapeyú, los escombros de aquel reino interior que España desmembrara, pues era adverso a sus planes.  
 
El sustantivo provincia adquirió entonces para los entre-rrianos aquel sentido de marginalidad y sumisión que tuvo entre los romanos, y no el que se halla en el Preámbulo de la Constitución, a cuyo nacimiento contribuyera con hombres, cañones y caballos, y hasta con generosidades que no han valido la pena. 
 
Ese ostracismo interior permitió por un lado la ultra vigencia de un pasado libérrimo y por otro, la conformación de un espacio de diálogos de lenguas en una encrucijada de saberes: ya estaban las colonizaciones de suizos franceses que Urquiza trajo a campos lindantes a su palacio, donde existió hasta un falansterio -el de Durandó- y a principios del XX las colonias judías que desde Basavilbaso a San Salvador ocuparon tierras feraces y feroces en una implantación de imaginarios diferentes.   
 
Rica de mundos, aquella soledad cobijó la convivencia de costumbres, lenguas, dioses y memorias, comidas, carruajes, vestidos y rituales, mientras por el norte gauchi-guaranítico cabalgaba Lázaro Blanco, luego santito de actuales devociones populares, entre retazos de aparecidos y leyendas fronterizas a los imaginarios del poderoso y actuante cosmos Correntino.   
 
A las insignes ciudades ribereñas les quedaba algún saldo de poderes y ciertamente sus prestigiosos centros educativos: el muy liberal Histórico Colegio Nacional de Urquiza y su Fraternidad conexa, y la positivista Escuela Normal de Sarmiento, en Paraná, que es otra cosa. 
 
En el interior profundo, persistían los aislamientos de sus núcleos poblacionales, que sólo un  ferrocarril desmentía cuando pasaba por sus colonias alzando tarros de leche a la madrugada en su viaje hacia al norte, del cual regresaba al sur-atardecer del otro día, cargado de naranjas y acordeones…y que reaparece en el primer libro de Arnaldo Calveyra:  “Cartas por si la alegría”…o en aquel “Tren casi fluvial” de Francisco Madariaga, que también participara de aquella generación, sobretodo en sus estadías en Concepción del Uruguay, en la que se reunía con Alfredo Martínez Howard, Ana Teresa Fabani, José María Díaz o Luís  Alberto Ruíz, entre otros, en la ya mítica “Torre de los murciélagos” una buhardilla colectiva, similar a aquella “Torre de los panoramas” que el muy modernista Julio Herrera y Reissig inventara en Montevideo, años antes. La de Montevideo tiene una placa que la recuerda. La de Concepción del Uruguay: no tiene nada. Cosas de distraídos. 
 
El destino federal, las sucesivas inmigraciones que se asentaron en ella, la falta de caminos transitables y su exclusión de la Nación que fundara llevaron a esta Entre-Ríos a ser -según la hermosa y acertada expresión sociológica de Gerchunoff- una provincia de ciudades. 
 
Cada ciudad, cada colonia, cada caserío creció apoyándose en los suyos y en lo suyo: sus músicas, sus trajes, sus dioses, sus prohombres municipales, sus comidas y otras devociones del país al que habían venido; o sus cooperativas agrarias, sus curanderas, sus puertos desiertos y abiertos a la nada, y otros prodigios por soledades. 
 
Y Gerchunoff  lo vio claramente: una provincia de ciudades, que aún persiste en el carácter general de cada una… los de Concordia son de Concordia,  los de Paraná  de Paraná,  los de Gualeguay de Gualeguay…donde unos suelen optar por el canon porteño…cosa que da prestigio, pero que no da palabras.
 
Y la palabra -que a todo se anticipa- ya se anticipaba en él, que en realidad vivió aquí tan pocos años, que Los gauchos judíos, bien podría considerarse -sólo desde ese punto de vista- el relato de un extranjero demorado, inclusive por el talante de su castellano, si no fuera la hondura de su pensamiento y ese canto de celebración con los otros en recuperada lengua, como si en ella bien se hallase, puesto que en habla local: hallarse, es ese ser-estar, que en el castellano cervantino no existe.               
             
Esta falsa isla continental aislada oyó y habló entre los flujos y reflujos de un guaraní preexistente y entonces subsistente en las áreas rurales y otras lenguas posteriores al castellano común -más andaluz que de Castilla- y con ellas en unos diálogos ex cátedra de la sarmientina educación común.  
 
En las escuelas reinaba la imposición castellano, el relato nacional y la imposición de unos héroes recién creados, mientras en los campos y en la Selva de Montiel, los iletrados se jactaban de la música y la palabra heredada de los penúltimos guaraníes y un castellano arcaico jamás  incorrecto, entre el francés, el idish, el italiano, el alemán y el belga, que eran lengua de entrecasa de inmigrantes que pudieron adorar a sus dioses también pulsantes, y que para los migrantes de la Jewish, fue una tierra de promisión y de alabanzas.
 
Y entre ambas hojaldres de hombres y de lenguas se desarrolló una palabra que Juan José Manauta califica como dotada de ciertas autosuficiencias gracias al aislamiento señalado, y por cierto, a la calidad de la formación e información de sus poetas y escritores que bien sabían aquello de los continuos y benefactores trasvasamientos entre la palabra literaria, y la palabra iletrada.    
  
El gaucho entrerriano natural y ya mestizo -urquicista o jordanista- y los diversos judíos generaron -entre recelos solidarios- un ámbito de confluencia de literaturas orales….y allí me es grato pensar que fue Alberto Gerchunoff,   quien dio primera cuenta en Los gauchos judíos (1910) de una visión sagrada de esta luz y estos cielos, estas tierras y estas aguas, llenas tanto de leyendas como de visiones de una paz congraciada, no a la patria que se tiene, sino a la patria que se halla más allá de ella misma: ultima tellus y primerísimas gracias de las libertades del aire y de las aguas. 
 
Gerchunoff  no sólo narró la vida interior en sus colonias, sino que vio también esa provincia de ciudades, de lenguas, de imaginarios, de curanderismos y de voces iniciadoras, inclusive las de Guendalí ben Schlomo, que lo preparase para su bar-mitzvá, pues Gerchunoff miraba lo que oía.     
 
Tal vez aún no se haya leído a ese primer Gerchunoff, pensando a la vez que los guaraníes hicieron también por aquí sus migraciones en búsqueda de su tierra sin males, mientras cada cual tentaba sus palabras-almas, su canto trascendente, sus arribos al Paraíso personal; pues la guaraní, como la judeo-cristiana, es una religión americana, también milenarista e iniciática. 
 
Y tampoco se ha reparado en algo esencial: aquí hubo judíos felices -la Shoa no había sucedido allá por inicios del s.XX -mientras la cosmogonía y creencias de los guaraníes ya levitaba por toponimias de flora, fauna y leyendas de este y el otro mundo, con palabras cuyas etimologías son metáforas cosmológicas a pasitos de unos alumbramientos de conciencia iluminada. Y en aquel interior Entre-rriano, más de uno tenía más de una lengua para decirse, o imantarse con la realidad que miraba.
 
Pero como todo judío debía saber leer para repasar las filacterias, de ahí su interés primordial por levantar escuelas junto a los primeros ranchos de las colonias. El “pueblo del Libro” enseñaba a leer,  no por una mera cuestión de “alfabetizaciones nacionales” a lo Sarmiento, si no más bien por necesidades de las liturgias individuales. 
 
Novalis -y aquí comienzo a citar a Harold Bloom- se preguntaba: ¿Quién dijo que la Biblia estaba terminada? ¿Acaso no seguiría aún la biblia en un proceso de crecimiento?...  
 
Fruto de ese entusiasmo por la educación, inclusive al modo  “argentino” fueron las colaboraciones del Gerch en la revista El Monitor de la Educación Común, creado por Sarmiento, y desde el que se “alertaba” sobre “los peligros” de esas educaciones especiales de las escuelas judías o de las ruso-alemanas entrerrianas; cuando ya no eran un “peligro”, por ejemplo, los crucifijos o los retratos de Rivadavia, o de Sarmiento, o de Mitre, o de Julio Roca, o de las maestras norteamericanas. U otras imposiciones e intolerancias. 
 
Duró poco la pluma del joven Gerch, en esa revista destinada a crear un presente unitario y un pasado ilusorio, y además demasiado estrecho de saberes y de verdades, para comprender un país de regiones y de diferencias tan grandes como los picos del Aconcagua y este Uruguay de los dorados, los hidroaviones y las garzas. O de Rajil, por ejemplo, que recordaba otro modo de leer las escrituras milenarias, para comprender la realidad circundante.
                       
En Los Gauchos Judíos se citan textos poético-sagrados de Las bendiciones cotidianas (Pág.35), cantares populares: Pensamiento mío…/ Vidalitá… (pág.53); u otros escritos en ruso que decían: “A Palestina y Argentina,/ iremos a sembrar, /iremos, amigos y hermanos,/ a ser libres y vivir…” (Pág.57) , o citas del Cantar de los Cantares (Pág.67), o endechas judías (Pág.75); o coplas de los judíos de España, es decir los sefaradíes, (Pág.95) , o coplas castellanas por Estanislao Benítez (Pág.119); o aquella como extraída de bibliotecas borgeanas que precede a Historia de un caballo robado (pág.139) en castellano antiguo; o el epígrafe traducido del aljamiado judeo español de El viejo colono (Pág.171): Guedalí ben Schlomo, a quien Gerchunoff considera su maestro, y que da cuenta de sus aprendizajes de la Guemara y la Cábala, en épocas de Castilla, y que aquí en Entre-Ríos, él estaba recibiendo en Rajil, mientras a no más de 30 Km. en línea recta ya comenzaba “la geografía de la fabula” de Montiel: última frontera de la heterotopía jesuítico-guaraní, de la que Foucault diera cuenta, ensayando sobre estas cuestiones de lugares de la tierra, y lugares de la palabra. 
 
Por otro lado, la exclusión social, política y cultural del gaucho -sobretodo el de Montiel, por cimarrón, cuarterón, más valiente y más osado- en nombre del binomio sarmientino de civilización y barbarie, generó ciertas simpatías entre aquellos viejos soldados y las primeras juderías entrerrianas, que ya habían sido víctimas a finales del XV de aquellas consignas trinitarias españolas: una sola sangre, una sola religión y una sola lengua. En esa Entre Ríos pretérita nunca hubo una sola sangre, ni una sola religión, ni una sola lengua…     
  
La visión sagrada de Entre Ríos ya estaba en la expresión guaraní: Tapé Mbiazá, algo así como el camino, el conocimiento o el sendero de los Mbyá, los hombres verdaderos…territorio de paso en sus constantes migraciones sudamericanas y un milenarismo que no sólo sucedería en el tiempo, sino también en un espacio-tiempo, ni siquiera colectivo, sino individual si se obtenía el estado de aguyjé, o alumbramiento y donde cada uno podía quedarse si ese era su lugar, mientras los otros continuaran sus viajes.
 
Casualmente, a los judíos de la diáspora que llegaron a Entre Ríos, les pasó lo mismo: unos siguieron su viaje, y otros alabaron su llegada a una tierra de paz, de libertades y alegrías, y de cielos mansos.     
 
Suele ocurrir que las lenguas son influidas por las tierras que las imantan. Pero en tanto dato de los años y los libros, es Gerchunof quien testifica esa mirada…y sería violencia de sentido pensar que no lo hubiesen leído poetas tan cultos y tan atentos de mundo, como los que nombraré más adelante.    
 
Pensemos que una diferencia esencial entre Juan L. Ortíz y Mastronardi, por ejemplo, es que Juanele conoció de gurí la Selva de Montiel y su universo bárbaro-mágico de arroyos encantados por neblinas, caballos, tigres y mariposas, samovares, sulkis y hadas y sauces; y que hasta llegó a tratar en su infancia con un santo: Nelaj Iarcho que fuera médico de su madre y que el Gerchunoff ya nombra y exalta, y que algo de las íntimas convicciones políticas de Juanele, también son herencia natural de aquellos socialismos agrarios, jasídicos por la alegría y tolstoianos por la gracia…  
 
Mastronardi en cambio, es como si la recordara al pie del teodolito de su padre, mensurándola como después la cantara por métrica y versificación de una lengua que enjoyó sin atravesarla…como si la atravesara Juanele para volverla instrumento de prospección y celebración a la vez: y a iguales saberes: tonalidades diferentes, y ese trasfondo seminal, difuminado y actuante, de un castellano rodando entre colinas de otras lenguas, invocaciones al paganismo mediterráneo y virgiliano y cantos diferentes…que sostienen también este entusiasmo. 
 
El guaraní fue lengua general sudamericana y limitaba con diversos castellanos, desde el Caribe del primer encuentro, hasta más abajo del Delta entrerriano- y el idish fue la lengua general de la diáspora.
 
Curiosa intersección de dos lenguas generales que aquí convivieron en búsquedas de un más allá trascendente entre gregorianos del monte y estudios por la Guemara. Curiosa casualidad haber sido latencias sumergidas frente a la oficial “castellana” y la educación oficial “argentina”. Cosas políticas y cosas de la palabra.  
 
Gerchunoff sabía seis lenguas como he dicho, pero su castellano fue distinto al “nacional”, no por su condición de inmigrante, sino por el sesgo cervantino que lo atravesaba. Pero ese “españolismo” era distinto de aquel del Larreta de “La Gloria de don Ramiro”, hoy un poco empalogoso y perdido entre las nostalgias improbables de Ávila y de los moros.-
 
Gerchunoff,  puede ser leído hoy, con cierto agrado porque su prosa se mantiene más fresca que la reaccionaria de Larreta o la descriptiva y montaraz de Martiniano Leguizamón, que tal vez envejecieron por ser vehículos de ideas, más que de conocimiento y celebración de la palabra.       
 
Y como en todos lados se cuecen habas, Gerchunoff, dió cuenta de las disputas entre aquellos que insistían por la Jerusalem terrestre y los otros que creían que Jerusalem se halla donde la paz y la alegría habitasen, Jerusalem no es un lugar, si no un estado del alma.
 
Y él se halló aquí, sin olvidarse nunca de Cervantes,y de ahí que su visión personal, situadamente nueva, funda un matiz celebratorio de tierra sagrada, menos por prometida que por ofrecida a sus anchas, y en un castellano desprovisto de tradiciones nacionales y escribió un libro esencial al primer “centenario” cuando, apenas tenía 26 años. Y las antiguas juventudes, también mandan.     
 
Ahora bien, esa precocidad no carecía de saberes precedentes y nostalgias de hombres y batallas. Gerchunoff refiere tanto a sus rabíes como a los viejos soldados de Crispín Velázquez y de Urquiza. Esos ecos y retumbos no le eran ajenos a su memoria educada en el antiguo testamento donde también existen héroes guerreros. 
 
De ahí que su celebración de aquella paz y aquella luz de provincia haya sido siempre con los otros. Es bello entonces -si no fuera cierto- pensar que ese encuentro no sucediera en desiertos lejanos, sino entre lenguas, una selva sub tropical al lado, y por todos lados: aguas de cielos mansos y colinas ya extendidas y expectantes de un reverdecido canto mediterráneo, que entonarán después los hombres de su tierra por sermo humilis, sermo humilis de la gracia. 
 
O para decirlo con Arnaldo Calveyra: en ese gregoriano del monte que en San Pedro de Solesmes cantara, nombrándose y recordándonos -por ecos de pertenencia- un mundo de palabras.   
   
Creo que Gerchunoff  funda -o advierte- ese canto con los otros, y  tal vez de su estilo deriven los nombres propios que utiliza Gaspar L. Benavento en las “Las siete colinas” ó el Juan L. Ortiz, de “El Villaguay” y en ambos los nombres particulares de sus paisanos, sombras perdidas y reales que pueblan ambas páginas. 
 
Fue él, quien primeramente se hundiera en el conocimiento de sus noches y sus días y sus músicas extrañas. 
 
Gerchunoff veía lo que creía, como el Quijote, que cuando vio gigantes donde había molinos, solamente se anticipaba: miremos hoy Entre Ríos: donde hay molinos hay gigantes…Y también razones muchas para cuidarnos, pues ya sabemos qué cosas hacen los molinos y los gigantes…Pero la literatura es cosa de palabras.  
 
En Mastronardi esa hímnica se tornará celebración de una pax agraria, conviviente aún con los jinetes del monte que a la noche llegaban de los suburbios, y así extiende las cuartetas alejandrinas de Luz de Provincia
 
Ortíz va por el camino de una sorpresa inmanentemente interrogativa y comprensiva de todas las criaturas. Mastronardi canta una provincia. Juanele atraviesa una lengua para cantarla al otro lado. Los unen sí, ciertas soledades siempre presente y jamás negada en ambos.
 
El canto por interpolaciones del primer Gerchunoff es una fractura que aceleró los desprendimientos. Juanele -biográficamente- estuvo más cerca de él y su palabra, pues vivió en Montiel y realizó su educación primaria, entre belgas y judíos y luxemburgueses y españoles viejos o nuevos  italianos- en esa Villaguay, que por recóndita estaba lejos de todo. O preservada. 
 
Mastronardi, como graficara Borges, recuperaba su provincia en las noches de los bares de la Avenida de Mayo…Ortiz nunca dejó la provincia pues la llevaba consigo adónde iba y con la que aún en China se interrogaba por esa estela, que venía tras sus pasos: 
 
 “Pero no es mi país,/ ante todo, y después de todo, el sauce por fluir/ nuevamente/ sobre las juntas de los halitos?… 
 
 “El sauce por fluir…” es algo que antecede a lo que será, y que sin embargo ya está ahí, pronto a ser futuro nuevamente y desenvolviéndose en la palabra que lo imante. O que lo llama. Y eso, es más un conocimiento profundo, que un tropo literario.                
 
En aquel Gerchunooff de 26 años ya está la mirada sagrada de Entre-Ríos, y que obviamente es anterior a sí mismo. Cito esta incitación por ejemplo: 
 
-“Y el Daian, con su elocuencia ejercitada en las disputas sinagogales, describió un porvenir magnífico para el pueblo perseguido. Su voz emocionada vibraba como en el templo al hablar de la tierra prometida…¡Ya veréis, ya veréis! Es una tierra donde todos trabajan y donde el cristiano no nos odiará, porque allí el cielo es distinto, y en su alma habitan la piedad y la justicia. (Pág.36-37).
                 
Dice Daniel Elías: Puso un ángel en su honda milagrosa/ el proyectil de plata del lucero / y el cielo herido por el agujero/ estrió su sombra y exhibió una rosa (pág.41). 
 
Y Ortíz dirá : Qué extraño que en esta mañana haya un rajadura!/ Leve, la luz, recibe las nuevas palabras de las flores / sobre las colinas y junto a los caminos. (pág.277).
 
El cielo rajado sí, como en la soñada escalera de Jacob por donde los ángeles subían y bajaban y donde fue escuchada la bíblica promesa: La tierra en que estás te la doy para ti y para tu descendencia (Gen.28-12). 
 
Ana Teresa Fabani, dejará como heraldos, para cuando vuelva después de muerta a los caballos blancos de su infancia: Qué galope largo para hallarme trunca/ sobre la llanura!/ Qué de pasos dados hasta ya encontrarme,/ sin la sepultura! / A mis caballos blancos/ cuídenlos, y esperen/ hasta que yo llegue. Cielos distintos, justicias celestes y piedades terrenales; esperanzas, cánticos, caballos.      
 
Dice Gerchunoff: Tenemos que marcar un nuevo trazo para labrarlo…Trazar los surcos iniciales constituye una tarea solemne. Lo comprenden todos. La pareja de bueyes tiene por esto un aspecto más grave. (Pág.41). 
 
En Daniel Elías hallamos: Pardea el surco eglógico en el llano/ apto para el bautismo de la siembra (pag.18); o: labriegos de las faenas/ bucólicas y sencillas/ que os templáis en las cuchillas/ que la mañana abrillanta (Pág.64). 
 
Gaspar L. Benavento dice: Toda la geografía del recuerdo/ se transparenta en linfas de nostalgias: / leves ondulaciones de colinas / hacen pensar en frentes extasiadas….tierra de exaltación y de promesa, /siempre sembrada y siempre cosechada/ (Pág. 40). O por ejemplo esta alabanza: 
 
-Cómo dicen tu elogio las esquilas./ -esas que a misa eclógica nos llaman-/ del cabrito feliz que se arrodilla/ humildemente ante las ubres santas,/ y cómo dicen gloria los relinchos / Y cómo hacen lenguas las payancas! (Pág- 47), hasta consustanciarse con el paisaje y decir como Juan L. Ortíz propugnara: 
 
Esta vida de amor, que es la que vivo,/ no es sino una expresión de tierra santa;/ oran en mí, siembran en mi, rastrillan/ en mí, y en mi cosechan y en mí emparvan. (Pág.54). 
 
Bucólicas y eglógicas adjetivan -más allá de la tópica referencia virgiliana- la alabanza de la vida sencilla y campesina, hecha real aquí por eficacias del deseo y por la propia fe de aquellos cabalísticos y  tolstoianos y jasídicos de las colonias judías, y hasta de sus vecinos suizos-franceses, y del socialismo utópico del falansterio de Colonia Hughes, a pocas leguas de Rajil, cuyo adalid se comunicaba con Dios directamente, y que apenas quedaba a un sudado galope de aquellos caballos, hijos o nietos de centauros, que venían tanto de un pasado guerrero y libertario, como de las colonias vecinas y que a su sulky atara tantas veces Nelaj Iarcho para ir a salvar vidas de la “intrusa” , entre escarchas y terribles arroyos-ríos que de tanto en tanto dejan al descubierto en sus barrancas arcillosas, puntas de flecha, cerámicas indias o molares de prehistóricos animales, como lo sigue haciendo el Santa Rosa…       
 
Dice Gerchunoff: En el horizonte pintábanse franjas rosadas y la colonia toda amanecía. Abríanse los corrales, y los viejos de grandes barbas aparecían en las puertas de los ranchos, masticando la oración de la mañana. Con la aurora –la aurora de Dios alabada por el verbo de los santos rabinos- brotaban los diálogos del amanecer…(Pág.43).
 
Dice Benavento: -La humildad pensativa de mis montes/ halla expresión en la vejez del tala: / gotas de sangre de la tribu ausente/ suben por las corrientes de su savia / hasta dar con el pico de setiembre/ que alhajará de silbos la mañana. (pág.25). 
 
Y Mastronardi: -He cruzado sus leguas de alta fronda, y recuerdo /un sosiego de estancias perdidas en la dicha/ y tormentas de pájaros obedientes al alba./Era un agrado estarse contemplando esa vida (Pág.110). 
 
Y Juanele en su poema “Entre Ríos” hace esta invocación: Espíritu del sauce, oh tú,/ mi “Entre Ríos”…/que ha de reaparecer, probablemente en otro fluir / sobre los vértices de lo invisible…:/ millones y millones de “golondrinas para hacer” de nuevo el trigo/ de la eucaristía (Pág.584). 


 
Si bien las citas escogidas, padecerían de un exceso de vocablos “litúrgicos”, no es menos cierto que los poetas citados también las eligieron para construir los campos semánticos de sus textos, y diestros como lo eran en sinonimias, metonimias  y otras figuras del lenguaje….y ni siquiera profesantes de catecismo alguno, sino hasta quizá todo lo contrario, ello refuerza su carácter literario y revela una forma de cantar a la tierra, no por “terra” sino por tellus, casi por un sermón de humildades hasta esa intimidad de los vocablos guaraníes, notable en Ortíz que hasta sustituye el “prestigio poético” del zorzal, por el casi desconocido equivalente guaraní: sabiá. Y hasta ese espíritu del sauce, propio del culto a los arboles que ya Frazer describiese en su rama dorada
 
Gerchunoff – que prefiere en general un histórico presente continuo para estas intervenciones- dice: Sonríen los ranchos a la faena naciente y allá, en medio de la colonia, el arroyo canta a la mañana y ofrece en pocillos de greda, agua fresca al buey y al caballo…(Pág.45). 
 
Luis Alberto Ruiz, dirá en su poema El río infinito, (1947), correspondiente a su libro intitulado: “Intermedio de los poemas sin libro”: 
 
Esta es la luz guardada./Y en las profundidades silenciosas/ un ciego pez insomne moviliza/ sus espectrales iluminaciones./ ¡Oh luz guardada de los viejos días!/ Yo recuerdo/ el limonar de pródiga largura,/ los áureos colmenares infinitos;/ recuerdo un sauce, una tormenta, un pájaro;/ y que un eco de islas me seguía./…./Yo supe del hinojo y la biznaga,/ del trebolar sin fin, que era pastaje / de apacibles manadas vagabundas;/ y el asombro de hallar alguna tarde/ una reja mellada entre la ortiga. 
 
Bueyes y caballos beben en pocillos de greda, y hasta se celebra el asombro de una reja entre ortigas olvidada….Lorca -junto a su padre- vio salir torsos de mármol romano, cuando hundían sus herramientas en los campos de Granada. Aquí sólo hay flechas y vasijas enterradas a la orilla de las aguas fluyentes, y “luces malas” de tesoros escondidos y jamás hallados…Y si no, que lo diga Salto Grande…
 
Capas y capas de polvo y de voces rinden como un arco iris echado sobre nieblas de arroyos y colinas  su extenso palimpsesto de fulgores y de ecos trasatlánticos. Exclusiones, olvidos, desamparos: ascuas, rescoldos de un infinito canto.        
 
Dice Gerchunoff: La tarde se extingue en la dulzura de una paz beatifica. El cielo se ha teñido de fulgores amarillos de sol. Los animales conocedores de la hora, van aproximándose al corral. La colonia se recoge en el descanso. Tras de los ranchos, los arados levantan sus brazos en forma de lira y, cerca del arroyo, el cencerro de la yegua repica. (Pág.47). 
 
Y agrega Benavento: Es tarde, si. La sombra no me asusta./Soy un tallo de luz desde las plantas;/llevo un signo de Dios sobre la frente,/ hago un camino de celeste gracia.// Y este retorno a la caricia es dulce, dulce como el perdón con que me aguardan. (pág.16).  
 
Si alguno de ambos hubiese introducido una pareja de campesinos y una carretilla de palo en estos atardeceres de extramundo, hubiese sido la descripción del Angelus, de Millet, la oración del atardecer, los arados vueltos liras, el cencerro repicando cierta confianza para la noche que sólo es un paréntesis hacia las celebraciones de las criaturas del alba, y los caballos blancos que la Fabani espera que la esperen para sus resurrecciones provincianas. 
 
Dice Gerchunoff: Del cielo, lavado por la lluvia de la víspera, desciende una paz religiosa, y de la tierra se elevan rumores apacibles. Floridos están los huertos y verdes los campos sin fin. En medio del potrero, el arroyuelo entona su melodía geórgica. Lenta y grave es la canción que dice el agua cubierta de círculos pequeños; y en el camino, uniformado por una densa colcha de polvo, una víbora muerta semeja un garabato de barro….(Pág.49)
 
La  reiteración -melodía geórgica- afirma una tradición literaria y a la vez una novedad ya sabida: ciclos solares, agrarias tareas y consiguientes loas con Hesíodo detrás, y todo el panteísmo del mediterráneo, hasta esa imagen de la víbora muerta semejando un garabato de barro que cobra otra dimensión, pues remite a un secreto sentido otro, carísimo símbolo unitivo de los excluidos y de los desplazados de su paraíso original: la mítica víbora muerta. 
 
Pues muerta la víbora, muerto todo pecado original, toda razón de expulsión del Paraíso, y todos los exilios porque la víbora-garabato no dice nada.  O dicho de otro: sin ley no hay delito; sin Mandamiento no hay pecado. 
 
Cantó a tellus quien se halló en estas tierras en un redepente por sermo humilis: cantar de celebrantes, palabra situada. Y las tierras imantan a las lenguas que las tratan.     
 
Nos dice el Gerch: Allá, en un ángulo, repica el cencerro de la yegua Los bueyes rumian y mueven sus cabezas pensativamente, y en sus cuernos la luz se quiebra en flechas azuladas. También para ellos el sábado es día bendito. Allá, en un ángulo, repica el cencerro de la yegua madrina y el potrillo de manchas claras brinca y se revuelca sobre el pasto…(Pág.49.50). 
 
Y es eso solamente. Encontrar el eco de otros. Y ese entre otros será infinita tarea de otros, puesto que donde los bueyes rumian y piensan y se quiebran en sus cuernos las flechas azuladas, es siempre territorio agraciado, incluso para no creyentes declarados. 
                          
Alfredo Martínez Howard afirma: Entonces, esos días, /balbuceando el vivir,/ ebrio de sangre y sin fronteras,/resonando en mi pecho las batallas,/ canté también sin dioses, y podía/ sentir lo eterno, festejar un ángel.
 
Ni siquiera era necesaria una religión, digamos ya civil o celestial, u obedecer a rituales en tierra tan sagrada donde hasta los bueyes comprendían que el sábado era bendito, pues es ella quien nos permite: sentir lo eterno, festejar un ángel. Humus, humili, terra, tellus: diferencias, canto, íntimo maizal, soledades, Solentiname provinciana.      
 
Dice Gerchunoff: -….don Gabino, el boyero de la colonia, se hallaba con el ganado en un campo distante. El viejo criollo, que fue, según contaba, soldado de Crispín Velázquez, era el astrónomo del lugar y sus predicciones no fallaban. -(Pág.64). 
 
Y Mastronardi, tan afecto a los hallazgos de Gerchunoff, como Borges fuera luego tan afecto a los de Mastronadi, dirá
 
Es bueno ver los hombres, allí, alegres de campo,/rigiendo altos motores, sudando entre las parvas./ Estas gentes descifran su futuro en el cielo, /y sus mansas acciones confirman bestias y aguas./ (Pág.106). 
 
Cuando Daniel Elías refiere a criollos de ese cuño dice: 
 
-Oh, la indígena selva rumoreante,/ de encantos millonaria,/ sobre cuyos ramajes se fatigan / todos los soles de las siestas largas;/ guarida de los gauchos indomables,/ los de hirsuta melena enmarañada,/ que allá en los tiempos de la Ilíada nuestra/ perforaron los cielos con sus lanzas…(pág.186).
 
Pero la expresión: descifran su futuro en el cielo, luciría de prestigios astrológicos -y otros esoterismos abundantes en ese tiempo- si Mastronardi, en dos cuartetas antes de esa no dijera: El inconstante cielo, las plagas vencedoras, y en Gerchunoff no se requiriese la presencia de don Gabino, ante esa nube inquietante y sonora, que no era sino una manga de langostas, la plaga bíblica pasando por Entre-Ríos, con el doble augurio de recordar que si Egipto había quedado atrás, el éxodo, los exilios, aún no habían terminado. 
 
Con lo cual el inconstante cielo, las plagas vencedoras, dejan de ser dos correctos heptasílabos para comprometer los dones civiles de las esperanzas agrarias, advirtiendo este futuro de hoy, los peligros ciertos de labrar en tierra que ni se tiene, ni se ama: los nacientes sembrados que empiezan la alegría,/ los anhelos atados a un destello del campo,/ el riesgo, siempre hermoso, y el valor que no brilla. 
 
Daniel Elías, dice: Pardea el surco eglógico en el llano/ apto para el bautismo de la siembra (pag.18)…donde bajo supuestos versos civiles (nacientes sembrados/bautismo de la siembra) vemos un vocabulario de sacralidades, pero la percepción de lo sagrado pujaba desde antes, como un tesoro anterior a la palabra. 
 
Dice Gerchunoff: -Muchos son así –respondió la mujer de Moisés-; no saben leer una letra en el Majzor, pero en cambio, saben sentir. Se aprende a leer con el corazón. (Pág.73). Y el Majzor es el libro que contiene las oraciones sagradas de las grandes festividades.
                              
Y no puedo evitar la extrapolación de ese Gerchunoff, hasta el muy posterior y granadino Luis Rosales, otro cervantista de veras, cuando decía que el corazón de Alonso Quijano era creyente, pues veía lo que creía…y que repite en su poema: “La plenitud suele vivirse en México”:
 
-Cuando un lugar tiene misterio, lo que sientes, se ve,/ no se adivina./ se encuentra en el presente, redimido y andando/ andando sin llegar…
 
Y creer sin ver, no sólo es contradecir al apóstol aquel que exigía lo contrario, sino al mismísimo Aristóteles del nihil est in intellectus… el Gerch nos dijo: Se aprende a leer con el  corazón…Y diría, toda poesía real es un latido de lengua que se aprende a leer con el corazón, y ello habla del latido del mundo y del latido de las palabras. 
 
Juan L. Ortíz lo dirá en Al Paraná, (pág.598) :- No sé nada de ti…No sé nada….y agrega: 
 
Y hace, sin embargo, diecinueve septiembres que te miro y te miro. Más es cierto, te miro/ con los ojos de aquel a cuyo borde abrí los míos…/No podría hacerlo sino así./ He de llevarlo, bien íntimamente, y a la izquierda, claro, del latido,/ y es él sin duda, el que me haría preferir/ tu enajenamiento en el cielo…  
                 
¿Acaso no está leyendo con el corazón, ese río nacido de dios o dioses, que a la vez que mira con los ojos de su río natal ? 
 
¿Y cuándo afirma: Y no podré decirte nunca, probablemente…/nunca… Pero qué es lo “indecible”, sino aquello que está ahí delante nuestro, y que corresponde a otros “órdenes” ahí y aquí  redimido y andando/ andando sin llegar…?       
                  
Dice Gaspar L. Benavento: Hundo la mano en la corriente, y algo / que yo imagino un crisantemo de agua,/ y que es agua nomás / levanto en ella / y en hilos de cristal se deshilacha (pág.37).  Daniel Elías ya había dicho: La aurora lució su plumaje fino/ como un gallo solar que abre las alas (pág.8). 
 
Y en Mastronardi es así: Es el mundo olvidado de sí mismo, la noche/ que rechaza mis pasos serenados de estrellas./ Calladas aves cruzan buscando la alborada,/ y desfilan las ánimas suspirando luciérnagas. (Pág.85) 
 
Por el día o la noche, por los cielos  o el aire, hundir la mano o los ojos o los oídos en el agua o en la lengua, también es encontrarse a uno mismo, es decir “hallarse” de sólo hundirse en un más aquí del más allá, que transcurre por el mero presente de un acá, ya  habitado de presencias otras. 
 
Dice Ortíz: En la noche un ruido de agua./ ¿Ruido? Escuchad el canto./El agua choca contra el sauce caído/ y deshace bajo la luna toda su red melódica: canta un triunfo sereno e iluminado,/ sola, toda la noche, sola,/ por entre el follaje abatido.//….Ah, es un triunfo y es queja pero por momentos/cobra tal serenidad que ya no tiene de nuestros sentimientos,/ y es un canto de pájaro nocturno/ que sale del río para encantar la soledad/ hasta que ésta al este palidece y se franja. (Pág.257). 
 
Gerchunoff, en la continuidad del canto y los días dice: 
 
El sol declinaba y la tarde de otoño se adormecía en una vaguedad brumosa. En el cielo se extendían franjas rojizas. El tono amarillento de las huertas, el verde pálido del potrero, quebrado por el arroyo angosto y gris, daban al paisaje una melancolía dulce, como en los poemas hebraicos, en que las pastoras retornan con el rebaño sonámbulo bajo el firmamento de Canaán. Sumíanse en oscuridad las casucas y en los alambrados estallaban en reflejos vivaces los últimos rayos. (Pág.94).
                 
Como rasgo estilístico, las citas de Gerchunoff corresponden a intervenciones poéticas explicativas al discurso del otro relato, lo que evidencia su intención de tornar inseparables aquellos hechos naturales, del mundo de palabra en que suceden. Y esas interpolaciones son bellísimas, porque es allí donde Gerchunoff pinta/narra/explica, estos mundos que ve con su mirada nimbada de textos literarios y sagrados. Ahí reside su mirada poética, lo demás es el don de un narrador atento y asido a la trama de sus temas. 
 
Dice el Gerch: Al terminar las plegarias el sol ya estaba alto. Deshacíase la escarcha y los paraísos y los tártagos parecían renacer en el vibrador aliento de la mañana. Un soplo ligero movía las plantas ya desnudas en el enrarecido jardín; las ranas acompasaban con su crasa resonancia el canto de los pájaros. (Pág.91). Y claro, hasta tártago es un sustantivo sagrado. (Ver cita Szurmuk, pág.44 y de donde tomé la cita). 
                                      
Dice: Aullaron los perros de la vecindad. El galope se oía cada vez más precipitado  y nítido, y un instante después divisaron el caballo blanco que venía en enfurecida carrera. Se pararon madre e hija llenas de espanto, y de sus bocas salió un grito enorme como un alarido. El caballo, sudoroso, se detuvo en el portón, sin el jinete, con la silla ensangrentada…(Pág. 98) 
 
Es tan creyente la mirada Gerchunoff, que hasta se hace cargo de este realismo mágico originario: el caballo retorna con un terrible mensaje ausente: no está el jinete…Que me perdone Horacio Quiroga, si aquello del cuento en que el padre regresa, brazo al aire, sobre el ánima de su hijo muerto…. pero bueno Horacio Quiroga y Gerchunoff fueron amigos y mucho se trataron. 
 
Y es más, Gerchunoff y Borges, llevaron a Montevideo las cenizas de Quiroga, como he dicho…y cualquier desprevenido podría colocar a los tres, en tres distintos sistemas planetarios…No creo que la expansión del universo, ni la infinita memoria real de la palabra, justifique semejante la alteración de las coordenadas reales.
 
En “Las brujas” Gerchunoff hace irrumpir el otro “mundo de aquí”, que sus personajes intentan explicarse con los “conocimientos de allá”. Y si existe el bien, debe existir el mal, así como hay ángeles hay demonios. Pero eso sí: si he leído de este modo:  lo que se vive se ve y después de todo: se vive para creer, se escribe para tocar, y se canta porque no se vuelve. 
 
Dice el Gerch: De lejos vino el eco de la campana, la campana diminuta y humilde de la capilla. Entonces, el matarife recordó que era día de fiesta cristiana. Otra vez resonó en la vaguedad de la distancia el son apenas perceptible y el alma del teólogo hebreo, llena de Talmud y Jerusalem, se conmovió al sentir el lejano repiqueApretó contra su pecho a la mujer, rejuvenecida en la existencia sagrada del campo, y puso sobre sus mejillas un beso trémulo, murmurando con voz quebrantada de sentimiento: -Loado sea Dios.  (pág.116).
 
La mirada sagrada, es algo más que una cuestión de religiones o creencias y quizá sea todo lo contrario, pues supera los credos y convoca a la alabanza de algo tan imprescindible como improbable: ¿Se puede percibir la belleza si no hemos vivido entre hermosas palabras? 
 
¿De dónde desciende todo poema real, si no de aquellos textos anteriores que lo anticipan, y a la vez de aquellos textos futuros que lo aguardan? 
 
La poesía es algo que sucede en el lenguaje, pero ¿en qué lenguaje?...
 
Toda lectura es una equivocación; y las hay rastreras, interesadas, convenientes…como también las hay novedosas, excitantes, provocadoras…Y los poetas no leemos como los críticos; ante todo texto, nuestras indagaciones son otras. Y el saldo es otro, obviamente. Yo creo que el encuentro esencial del Dante, no es con Virgilio, ni con Beatriz, si no su encuentro con Bernardo de Claraval, un cristiano esotérico, que sucede pocos versos antes de presenciar el resplandor de la gracia…y al finalizar el poema.
 
Con Los gauchos judíos, la literatura de esta isla inxilada inicia una partición: quedarán atrás los paladines del pasado guerrero y unas melancolías insuperables: Todo está como era entonces….y del otro, los que venían influidos por un destino suave como haciendo cierto y operante aquello del otro viejo cantar de fronteras: yo no digo mi canción, sino a quien conmigo va.  
                  
Dice Gerchunoff: …Y explicó que había estado en Palestina, en Egipto y en Rusia, pero en región alguna (el cielo) es de un azul tan intenso como en Entre Ríos. Completando su pensamiento añadió: -El cielo entrerriano es protector y suave. Hallándose solo, por ejemplo, en medio del campo, el espíritu no sufre sugestiones de miedo; su luz es benigna…(Págs. 118-119), 
 
Mastronardi dirá -al menos veinticinco años luego- en los 3ro.y 4to. versos de la cuarteta inicial de “Luz de Provincia”, Quien mira es influido por un destino suave / cuando el aire anda en flores y el cielo es delicado. (pág,104); y similitudes de tal tamaño imponen este silencio, que más habla. 
 
Pero Mastronardi insiste: “La conozco agraciada, tendida en sueño lucido./ Da gusto ir contemplando sus abiertas distancias,/ sus ofrecidas lomas que alegran este verso,/ su ocaso, imperio triste, sus remolonas aguas.”,-    
 
Cuando Gerchunoff refiere al médico milagroso de las colonias, al que también nombra Juanele:
 
-Nahum Yarcho desilusionó a las muchachas y decepcionó a la viuda. En vez de casco, usaba chambergo, que se le caía con invariable regularidad no bien se hallaba sentado en el sulky, y en vez de botas de charol exhibía zapatos de lona con punteras de cuero amarillo y los llevaba con una especie de fruición escandalosa. Eso sí -médico al fin- gastaba anteojo de aros de oro, naturalmente empañados siempre de bruma y siempre torcidos sobre el puente de su flaca nariz, flaca y curva, pues diré con permisible anacronismo que el doctor Yarcho no era lo que hoy llamamos un ario puro….(Pág.187)
 
Gerchunoff nos cuenta que este médico era lector de Tolstoi, y que nunca se privó de unos cigarrillos, aun en santas festividades. Juan L. Ortíz, conoció las piedades de Iarcho y sus luchas con “la intrusa” ante su propia madre y dice: 
 
-“…..Vi en mi niñez un santo? …Lo vi una vez en el almacén de Clemens, cerca, antes del almuerzo..Y supe de sus travesías por todos los países de la noche;/ en el monte ciego, con el canto sólo de ese pájaro que nadie había visto, sobre el barro imposible, y entre las ramas del camino a Villaguay,/ bajo los látigos del frío y de la lluvia en las madrugadas ateridas,/ en el halito de una tierra que le traía vagas flores,/ -recordaba la sombra ilusionada de su Abril ya lejano, allá?- / en la asfixia medrosa que se amasaba al lado de las huellas,/ en los perfumes últimos del pasto y de los espinillos y del agua adivinados…/ para ganar criaturas a la “intrusa” pobre con casi las puras armas de un ángel./ Y supe del dolor que iba a Domínguez como a otra Yanaia Poliana,/ en peregrinación numerosa, bajo todos los soles y las nubes…” 
 
Dice Mastronardi: Esto era en la provincia,/ en la infinita rosa donde se holgó la infancia,/ El campo se daba a la brisa/ y el alba era cantora/ en los arboles del fondo de la casa./Las crecientes, los soles, la incansables aguas /conmovían al viejo vecindario,/ el hombre trabajaba con dulzuras/ en aquella quietud de esplendores durables. (En todo lo que diga estará el cielo,/ pues era en la provincia,/las bandadas cruzaban una luz melodiosa / y eran los años vueltos hacia el campo). (Pág.129). 
 
Y si en los textos citados se hallan relaciones justificadas, inclusive en lo mítico y lo sonoro, no hay misterios, pues la taxonomía universal designa como tradición a ese suceso. 
Derivar el Iarcho de Juanele de Gerchunoff, sería excesivo pues ambos lo conocieron de primera mano y ambos vieron lo mismo en feliz coincidencia, lo que también me exime. 
 
Más destacable por ejemplo -literaria o biográficamente- es que Gerchunoff da cuenta de cómo se cantaban vidalitas en su tiempo y Juanele elige ese título-ritmo-forma  para contar la de la vuelta, que refiere a su Villaguay: 
 
Queda mi vida perdida, entre tanto don gentil (O.C., pág.650). 
 
Y agrega: Oigo en la tarde el secreto/ del agua escondida y frágil…/ Ay, vidalita del monte solo,/ todo en el aire me llama aquí.// Dejé en las ramas oscuras/ miedos que nunca vencí…/Ay, vidalita de los misterios,/ todo en el aire me llama aquí
  
Dice Gerchunoff: -La condujo hacia la ventana. La inmensa llanura de rastrojo llameaba bajo el sol y la luz hervía en la atmósfera diáfana. –Abra bien los ojos. ¿Ve las nubes que se alejan allá, como ovejitas rosadas? ¿Ha visto alguna vez nubes como estas en su podrido pueblecito de Rusia? –Yo no tengo la costumbre de mirar las nubes…Vivo tan ocupada. –Señora, hay que mirar las nubes. Créame; hace muy bien a la salud…(pág.190).  
 
Daniel Elías adopta hasta el mismo tono jocoso cuando dice: Se doraban las horas en el cielo,/y arriba, sobre un fondo color plomo,/ surgió una blanca  nubecita, como / si la tarde perdiera su pañuelo. (pág.5 v. 1-4). 
 
Dice Arnaldo Calveyra: El hombre sale del rancho a contemplar las nubes. Entre los pastizales a golpecitos blandos, los primeros goterones, hombre despertado por su propia lluvia. Dios hecho de hombre, de hombre solo por el campo anochecido de la mañana. Avanza entre los teros que se guarecen en los pastos, la perdiz se hizo perdiz, avanza por la lluvia como animal por los rincones de la madriguera. Avanza por lo mismo de hombre. Callada la lluvia y callada la tierra. Hombre que se fuera llamando a silencio. (Pág.345). 
 
Y digo Calveyra y el poema en prosa, hablando precisamente de Gerchunoff, como si entre ambos se cerrara otro círculo más…
          
Y vaya en salvaguarda de estos cruces arbitrarios, si no fueran explícitamente textuales, que la propia expresión: “gauchos-judíos” pertenece  a Favel Duglach el desconocido poeta de las colonias y: 
 
 “uno de los colonos menos laboriosos”,  pero que “En su idioma duro y pedregoso glorificaba la vida nómada del paisano. Conocía las fábulas de la comarca, que narraba los sábados a los colonos, sublimando con su emoción el heroísmo de los criollos del pago entrerriano y el coraje guerrero de los israelitas de otra edad, cuando Jefté comandaba sus briosos ejércitos y las insignias del rey David  llevaban a los pueblos el esplendor de su fe y de su fuerza…(pág.146-147). 
 
Conocía las fábulas de la comarca… el heroísmo de los criollos del pago entrerriano, ¿no es ya una clara señal para la línea de ruptura que iniciara? La nueva saga requería de un poeta ausente de las antologías escritas, un juglar, un contador de historias enlazadas de mundo, y de lenguas enlazadas; un recuerdo del futuro: otra palabra. Al fin y al cabo, la Cabala nació en Provenza en el S.XII. 
 
Pasados los años, aquella escuela entrerriana y las edades de los libros, Arnaldo Calveyra dirá: Ondula el maizal del gregoriano, nace de unas cuchillas, de unas lomas de la Mesopotamia argentina, se diría la canción inventada por un tartamudo que a fuerza de desearlo, terminara por echarla a rodar en el recinto de una pieza vacía, ya sin el menor asomo de tartamudeo. 
 
Y el canto, libre conserva las huellas del antiguo traspié, tanto, que la canción sin apoyos precisos, sin pautas precisas, su melancolía confiada entra en tratos con él. Ambos juegan a ponerse nombres, intercambiar horizontes, nombres de músicas no oídas, tanto, que el aire en derredor encuentra asidero, lugar para el aire –alrededor y tiempo de ella- canción dejada por muerta en lomas junto a las costas del Uruguay, y ahora en boca de unos monjes. (Pág.342). 
 
Y eso erase ya lejos en tiempo y de aquí, reapareciendo en un monasterio de Francia.     
 
Provincia aislada, Calveyra dice en aquel día de un primer libro en cuando atravesaba en ferry-boat su delta largo: Sólo me di cuenta que estaba triste cuando me pidieron que cantara…Francisco Madariaga, en su tren casi fluvial, pero hacia al norte de una mesopotamia de lenguas, al cruzar los altos puentes, pondrá en voz de su hijo:…Aquí empieza  a haber caballos…Si, caballos, caballos blancos y palabras sagradas. 
 
Dice el Calveyra: Luz de lluvia en Entre Ríos, hacerse de un azul los cañaverales de junto al pozo. Luz de lluvia en Entre Ríos, sueñan azul los cañaverales de junto al pozo. Lluvia avecindada a ríos, próxima a los bordes del pantano. Azul el caballo en la cerrazón. Un poquito más próximo el pasado, sueña azul, sueña con caballo de color azul.
 
Si de capas textuales, estratigrafías o temperaturas de lengua se tratara, la palabra Gerchunoff alentó secretamente aquello de atravesar lenguas contiguas y heredadas.
 
Y para que eso tan hondo -tan parecido y tan diferente- no se pierda entre imitadores, declinadores al uso y lúdicos amanuenses como si la poesía fuera un juego de intelectuales, Calveyra nos advierte desde las honduras guaraníes de las palabras-almas: 
 
No duplicar el canto, no tratar de escribir dos veces la misma melopea, en ningún momento describir lo que cantan, gregoriano de los montes. No poetizar la voz, que las voces sigan emergiendo a medida que guardas el compás. No reescribir la partitura. Fluya el hilito nacido y criado en las lomas entrerrianas, napa brotando desde tantas partes como otrora la lluvia, su voz no cesa. No sumarte al canto con palabras -palabras no son el canto-, la partitura que oyes tendría que bastarte. Que no llueva sobre mojado. (pág.347).-   
 
Las citas y comparaciones precedentes son anillos del árbol siempre vivo de la poesía entrerriana. Anillos que crecen desde adentro. 
 
Hay tierras que imantan el destino y las palabras de los hombres y mujeres que la tratan. Sermo humilis, gregoriano del monte, cosas de provincia. Cosas de palabras. 
 
Lean a Gerchunoff, pensando que sabía seis lenguas y venía de otras tierras, pero escribió en castellano, y declaró que su país era Entre Ríos, junto a -por ejemplo- William Henry Hudson, en  “Allá lejos y hace tiempo”, realmente titulado Far away  and long ago, porque ese Hudson de “la literatura argentina” jamás escribió en castellano, y además pensaba en superioridades a la inglesa al colocar sus adjetivos sobre los negros, los indios y los gauchos bonaerenses…      
 
La visión Gerchunoff fue distinta, si no opuesta…No creía en los nacionalismos ni en los tribalismos, ni en las superioridades raciales…Descendía de los constructores de la Torre de Babel…y por ende sabía de las maldiciones que conlleva el orgullo…   
 
Erase entonces un canto particular y sagrado: los cielos bajaban a celestear los linares, las aguas, los hombres, las criaturas…y erase un tiempo olvidado, en que muchos sabían naturalmente, que todas las cosas tenían otro nombre… 
 
La escuela poética entrerriana, tuvo en “esa visión” al menos un punto de apoyo, la pura gracia que se evita, cada vez que se la nombra: una patria de lengua futura, por la fractura que entrañó y las libertades que creara… No hablo de influencias, si no de precedencias y similitudes como las anotadas, que son al menos casualidades notables…
 
Y por último: lean a Gerchunoff, como me enseñó a leer Juanele: al autor y a sus maestros previos por él citados: a Rilke pero también a Verharen; o como enseñaba Pound: al Dante, pero también a Cavalcanti y a Arnaut Daniel…Reparen en las citas del Gerch…sobre el Talmud y sobre la Cábala y la Guemara…Y lean a la par de eso a Harold Bloom en “La Cábala y la crítica”…que comienza con aquel epígrafe de H. Leivick -autor del poema dramático del Golem, que por lo tanto precede a Borges por supuesto- que dice:
 “Una canción quiere decir llenar un jarro y, aún más, romper el jarro. Hacerlo pedazos. En el lenguaje de la Cábala acaso podríamos llamarla: Recipientes rotos.”
 
Y recipientes rotos, moldes rotos donde algo pasado se derrama y se filtra a futuro, y que  quizás sea la única noticia que les traigo…fragmentos  a media asta entre los olvidos, mis ignorancias y ciertas semejanzas textuales…
                      
O que por el contrario: todas ellas provienen de otros precedentes, común a todos ellos, y entonces todos copian copias…Pero hay otra posibilidad: todos nos transformamos en lo que miramos….pues la palabra poética no es un epifenómeno de la literatura….La literatura es una ciencia, algo posterior a toda escritura…
 
Y descender de la literatura es sólo saber leer y muchas veces, no estar viendo ni estar sabiendo abrir la flor de la palabra…  
 
En el sentido ocultista y astral, se creía que la “influencia” era un fluido invisible, pero sumamente palpable que ser vertía sobre los hombres desde el mundo de las estrellas, un mundo de potencias y no de meros signos…  
 
Harold Bloom, que hablaba idisch y hebreo antes que el inglés -como el Gerchunof antes de escribir en castellano- fue como él  herederos de una tradición milenaria. Y H. Bloom dice:
 
¿Acaso no son las Sefirot, con toda la Cábala, una encarnación del deseo de la diferencia y de que el Exilio toque a su término? Ser diferente, estar en otro lugar, es una magnífica definición del móvil de la metáfora, del móvil profundo, afirmador de la vida, de toda poesía…” 
 
Predicar de Gerchunof y la escuela poética entrerriana, es -entonces- una amable provocación y una reducción entusiasta, pues ambas desbordan a ambos, sin flechas del tiempo a la vista. Harold Bloom, citará a Paul Valery, a cuyo “método” fuera tan afecto Mastronardi, diciendo:
 
-“ No hay palabra que acuda con mayor facilidad ni frecuencia a la pluma de la crítica que la palabra influencia y no hay concepto más vago entre los vagos conceptos que constituyen el armamento ilusorio de la estética…. Suele ocurrir que la obra de uno reciba en el ser del otro un valor muy singular, que en él engendre consecuencias activas que era imposible prever y que con harta frecuencia es harto difícil descubrir…
 
Lo que se hace repite siempre lo que ya se hizo o bien lo refuta: lo repite en otros tonos, lo depura, lo amplía, lo simplifica, lo carga o lo recarga; o bien lo impugna, lo extermina, lo trastrueca, lo niega; pero por lo tanto lo presupone y lo ha utilizado invisiblemente. Lo contrario nace de lo contrario.-“
 
Nada nace de la nada, y en la literatura entrerriana profunda -o en toda literatura que se las traiga- el primer  mandamiento es: No olvidarás. O para seguir jugando: leerás a tu prójimo, como a vos mismo… Lo contrario nace de lo contrario.-“
 
Una canción quiere decir llenar un jarro y, aún más, romper el jarro. Hacerlo pedazos. En el lenguaje de la Cábala acaso podríamos llamarla: Recipientes rotos.”
 
O dicho de modo: ignorar las precedencias, es algo doliente o suplicante, pues implica a la vez ignorarse o suprimirse a sí mismo en futuro…pues hasta la contrario, nace de lo contrario.
 
Pensemos que Cábala significa tradición y que la Cábala inicial nace en aquella Provenza del S.XII…Y pensemos que para los Cabalistas, este mundo es la emanación o el resplandor de aquel dios creador de lo visible y que se hiciera visible por la palabra: Soy el que soy, hasta el límite riesgoso de que Dios y el lenguaje, estén siendo el mismo carro creador, los cántaros rotos, los trasvasamientos secretos y continuos, la  misma cosa.
 
O extrapolando: que aquella celebración del paisaje, era celebración sagrada de tellus y del lenguaje, y de todas sus interinfluencias recíprocas, puesto que en términos de las Sefirot hay tres posibilidades de lectura: 
 
  1. Que la visión Gerchunoff haya sido un precedente textual inevitable; o  2. Que el Gerch y los poetas locales citados hayan ambos imantados por esta tierra ya sagrada para otros; y 3. Que hayan sido -realmente- los poetas posteriores quienes nos hayan permitido advertir ahora, en aquel texto heráldico de “Los gauchos…” ciertas nociones que estaban ocultas o latentes bajo aquel texto originario.
       
Todos nacemos a una lengua y la interceptamos en el tiempo y en el lugar en que concretamente la recibimos…Lo demás, es arte. Y en toda lectura cabalística, los efectos suelen influir sobre las causas.      
 
                                                 Miguel Ángel Federik, 2018.