AZUL DE FRÍO, POR MARCELO LEITES

                  Presentar a Marta Zamarripa en Concordia puede parecer redundante. Sabemos que dejó huellas imborrables en nuestra ciudad, donde escribió muchos de sus libros y vivió durante muchos años. Sabemos que considera a Concordia como su patria chica.  Sabemos bien, sabemos para siempre -como dice ella misma en su homenaje a Miguel Angel Estrella- de su apuesta a la excelencia educativa y de su paso por la Escuela Normal y el Colegio Nacional, cuyos alumnos aún la recuerdan con admiración y cariño.  Marta nació, sin embargo, en Gualeguay y además de vivir allí, también estudió y vivió en Victoria, ciudad a la que dedica uno de sus mejores poemas (“Pájaros sobre el sombrero de Vincent Van Gogh”).  Lo que no sé si todos saben o recuerdan es que fue  una precursora en la organización de  actividades culturales que nuclearon a los artistas más importantes de la provincia.  En Concordia, concretó la exitosa muestra “Nosotros”, realizada en la década del 80’ en el Hotel Salto Grande,  en la cual, además de plásticos como Oscar Meneguín, Marta Prioli y Nicolás Pasarella, participaban músicos como Mario Meichtry y escritores destacados, que en esa época iniciaban sus carreras literarias, como Juan Meneguín y Alejandro Bekes, a quienes  publicó ese mismo año en los Cuadernos Literarios del desaparecido Diario Concordia. Habitante plural de nuestra provincia, luego continuó estas actividades en Paraná, organizando memorables veladas literarias,  donde leímos todos los escritores de la Provincia.    Destaco además su labor  como Directora de la Editorial de Entre Ríos, con sede en Paraná,  que llevó a su máximo esplendor,    publicando a poetas fundacionales de la poesía entrerriana, como Alfonso Solá Gonzalez,  Juan L. Ortiz, Gaspar Benavento,  Ana Teresa Fabani y Alfredo Veiravé, entre otros autores y géneros, en la década del 90’.  Actualmente dirige la Editorial  Ríos al Mar, y dentro de ella,  la Colección de poesía  Dafne florecida, que privilegia la publicación de escritoras, acorde con su lucha permanente por la reivindicación intelectual de la mujer. Por eso mismo, en el año 2001, fue seleccionada para representar a la Argentina, en el  IX Encuentro Internacional de Mujeres Poetas, en el País de las Nubes, de México.  Todo esto y mucho más se podría decir de sus actividades, que también incluyen  la militancia política,  conferencias y lecturas en varias partes del mundo, además de las diversas distinciones que han merecido sus libros.  Pero yo preferiría detenerme aquí y presentarles a Uds. su obra, que es en definitiva, la mejor carta de presentación de un escritor.  
 
                  AZUL DE FRÍO  es un libro que reúne todo el corpus poético de la autora, desde el primero, de 1976, “Tapial con luna”, hasta “Sólo de Garza y otras levitaciones”, de 1998. Incluye también su último libro que estaba inédito: “Los Salmos del Desamparo”. En el arco de esos años, escribió “Ayer y todavía” y uno de sus títulos más celebrados: “Sólo de mate para días de poca yerba”. La cuidada edición,  con una tapa ilustrada por un cuadro de Berni, presenta los poemas con mucho aire: sólo están impresas las páginas impares;  y cuenta con el apoyo de Sidecreer, a quien también debemos agradecer la organización de este acto. 
 
                   Borges dijo una vez que los clásicos tuvieron un concepto romántico del poeta y los románticos, un concepto clásico, y señalaba como ejemplos a Platón y a Poe y como síntesis a Juan Ramón Jimenez.   Con el tiempo,  el concepto romántico pasó a ser sinónimo de lírico y actualmente, aplicado al género, el neoromanticismo alude a una poesía que se detiene en “el sentimiento del mundo”, como quería Ungaretti, a partir de una subjetividad muy fuerte dentro del texto.  Creo que Zamarripa reúne en sí misma esas dos ideologías: una concepción romántica del mundo, por su apego a la lírica;  y un sentido clásico de la forma, en cuanto al  léxico,  la métrica y la sonoridad del lenguaje.
                 
                     Alguna vez habría que hacer un estudio estilístico de la poesía entrerriana, porque el neorromanticismo ha sido una marca de identidad, desde la generación del 40’,  hasta autores muy recientes. En realidad, casi todos somos neorrománticos, aunque nos cueste admitirlo.  No olvidemos que nuestros máximos referentes literarios pueden encuadrarse en ese movimiento, empezando por un autor clave para Marta, como es Alfonso Solá González.    Somos neorrománticos en varios sentidos, uno de los más importantes es la construcción de una Arcadia mítica a la hora de escribir.   Esta actitud frente al hecho literario, seguramente está influida por un sentido sagrado de la naturaleza, que en nuestro caso tiene el peso de los dos ríos que nos rodean y de una vegetación pródiga en matices de luz y color; además del hecho de no aceptar  la realidad que nos ha tocado vivir y, por consiguiente, tratar de inventar otra, donde el mundo resulte más respirable, aunque sea sólo de papel. Obviamente: esta actitud frente al lenguaje se manifiesta de un modo distinto en cada poeta, que tiene su propia voz, su propio tono.
 
                  En el caso de Marta Zamarripa,  uno de los tópicos más preciados del romanticismo campea en la mayoría de los textos: la soledad existencial, que, en su caso, es también la soledad de la mujer que ha perdido a los hombres  o al hombre entendido como género, pero que su corazón  sigue esperando  y  seguirá esperando siempre. Esta disponibilidad frente al sexo opuesto  es una de las razones por las cuales su poesía resulta tan femenina;  y la idea  -también romántica-  de la unidad perdida, se vuelve en estos versos, la perdida unión de la pareja,  del otro, que completa el sentido de nuestra existencia.   En sus últimos textos, sin embargo, Marta también se despide de esta posibilidad: ¡Adiós huertos del amor! , escribe en Solveig. Y pueden rastrearse innumerables ejemplos donde aparece la típica nostalgia  de esa unidad de la que hablaba y que en definitiva es una construcción humana: -digo, no sé si alguna vez estuvimos en algún paraíso, pero basta que necesitemos creer en alguno, para que este exista. Cito: Persigo los ramos olvidados de la noche. Los bosques donde duerme el recuerdo/con la fragancia de las violetas/apagadas en los libros (en “Elsinor”);  Te mostré los paraísos que se fueron/en la ribera donde estaba el ramo verde de mi casa  (en “Bufanda para travesías”). Pregunto por el ala del verano/ por levísimas garzas/que no están/ por el solo de flauta de la tarde  (“Reino de arena”).   Inclusive,  ya desde sus primeros libros, aparece esa nostalgia, asociada con la pérdida y con la imposibilidad: En “Álbum”: Cuando alguien se nos va/ y no nos queda/ más que que la sombra del ayer/ y un  pájaro.   En “Es simple lo que digo”: Me hubiera gustado ser tu novia. / Nunca me atreví a pensar en un hijo tuyo/ por temor a no poder abarcarlo. / Sé que el chico tendría tu voz…ya nunca estaría sola. Y en “La abuela”, escribe: Yo me acuerdo de un tiempo con flores en los tilos/ Yo no me daba cuenta que había vivido tanto.
 
                  Estamos, entonces, en presencia de una poesía lírica,  con una fuerte presencia autobiográfica.  La autora  nos participa de sus emociones, que son en definitiva quienes gobiernan los textos y el mundo representado. Nenúfares, jardines, pájaros, diamelas, calles, campos, ríos decoran ese mundo, y al mismo tiempo, sus amigos, sus amores, sus escritores y músicos más entrañables.  Sin embargo,  estos poemas se hacen cargo del desamparo, de las injusticias, de los desaparecidos,  lo que también remitiría a la poesía social, en la línea de los poetas del 60’, como Juan Gelman o Juana Bignozzi.  Lo curioso es que Zamarripa, aún  para estos poemas más coloquiales,  utiliza un lenguaje que sigue siendo lírico: Qué haremos /con nuestros sueños de escolares/ y nuestros muertos/que ya no pueden gatillar? (de Interrogaciones).  En  “Sólo de mate para días de poca Yerba”,  afirma: Sí, sí, te creo Yuri Gagarín, te creo:/ la tierra es azul./ El voltaje de la picana es azul ; y en tres versos bellísimos de los Salmos, su última obra, exhorta:  Oh Dios,/despega tus oídos de la música celestial de Bach/ y escucha la música de la tierra.
 
                 Los Salmos  están atravesados por la invocación,  por un tono elegíaco a la manera de uno de sus maestros, Solá González, sobre todo el de las “Elegías de San Miguel”, que aquí aparece homenajeado por el ruego: “Oh, Dios, despierta”, especie de letanía que recorre anafóricamente todos los poemas.  Alfonso Solá González, escribe :   Despierta, Diosa,/ oh Diosa de los ojos de lluvia muerta y solitaria…Los nuevos reinos descienden/ y el  navío abandonado en la arena no oirá la canción de las aguas venideras.  Y Marta, en Salmo por nuestra señora, la poesía, la invoca de la  misma manera:  ¡Despierta, Diosa, despierta! …Canta para nosotros./Para nuestro oído afinado/en el misterio incesante de la música…///Antes de que los pájaros dejen de cantar. / Antes de que los pájaros canten sólo para los muertos…(Salmo II)   
 
                  La poesía exclamativa y lírica no admite demasiados comentarios; es una poesía celebratoria, que exalta valores eternos, como la belleza y el amor; condena otras actitudes, como la indiferencia del poder ante la pobreza,  la existencia de los desaparecidos; o se  conduele del paso del tiempo y de las pérdidas.  Dicho esto es muy poco lo que se puede agregar a lo que ya dicen los textos por sí mismos.  Por lo demás, la eximia oralidad de Marta, que incluye una diccción canyengue y una emoción sutilmente dosificada, dificulta aún más el análisis; aparte de que su poesía es, en ese sentido también,  clásica: apuesta a la transparencia del texto.  De todos modos, este tipo de clasificaciones no significan demasiado; son nada más que un punto de partida para el análisis, tan válido seguramente como otros.  En definitiva, la mejor lectura que se puede hacer de esta obra está en los poemas mismos, leídos una y otra vez y, valga la tautología, con esas mismas palabras y en lo posible con la misma voz cautivante de su autora.   Una poesía, que en sus momentos más intensos, como en “Jazmín Diamela”, parece haber sido dictada por algún duende que no es de este mundo.  Marta Zamarripa junta en sí misma la inspiración y la elaboración a la hora de escribir.  Lleva la huella de su experiencia hacia imágenes reveladoras y así aparece la delicada mirada de una mujer que nos confiesa: Al atardecer/ la diamela derrama su fragancia, / secreta como una mujer…Sólo aspiran su perfume los elegidos…
 
                  Resuenan en estos textos ciertos giros, cierta entonación, algunos términos de sus poetas amados: Solá Gonzalez; los españoles, especialmente Garcilaso, y también un olvidado poeta argentino, Ricardo Molinari, algunos de cuyos poemas parecen establecer un canto paralelo con los incluidos en este libro. Por eso, quiero compartir con Uds. unos versos de Unida Noche, de Molinari. Se los quiero dedicar a Marta y a sus poemas:
              
                Canta glorioso Orfeo la noche atada de la tierra, los rebosantes
                muros de la marea;
                el agua impetuosa y olvidadiza, y el viento errante y
                solitario,
                brotado de la desmemoria, de la sed, de mi corazón  que
                sopla en el aire
                y vuelve del cielo sin ir a nadie…
              Lo que queda, entonces, son los poemas de una de las voces más importantes de Entre Ríos. Quedan palabras -leves- como música, vuelo, pájaros y jardines; palabras -límpidas-, como agua, árboles, bosques, trigos, mujeres; quedan palabras -célebres- como noche, otoño, astros, amor  y, -acaso las más puras-: beso, muchacha, corazón.  Queda, vaya si queda, el lenguaje,  que vuelve a nombrar las cosas más significativas y todavía permite que le hagamos piruetas a la muerte y festejemos nuestro  paso por la tierra.                     
 
                                  Marcelo Leites, Biblioteca Serebrinsky, Concordia, febrero de 2007