PALACIO SAN JOSÉ

Sigue siendo irreal: un espejismo

que atravesó los mares y la historia,

un perenne artificio, la ilusoria

visión de un General; el egoísmo

o la compleja vanidad de un hombre

que concibió el espléndido escenario

para la eternidad y el temerario

puñal de la traición sobre su nombre.

Nada es real: ni el lago, ni la alfombra

de rosas que a Sarmiento recibiera,

ni la sala de espejos, ni la sombra

de un fugaz centinela de ceniza;

sólo una cosa, acaso, es verdadera:

una mancha de sangre: la de Urquiza.