POR NAHUEL MACIEL, DIARIO "EL ARGENTINO"

De Nahuel Maciel publicada en el Diario “El Argentino

 

Luis Alberto Salvarezza es un provocador, si por provocación se entiende la pugna, ese desafío de encontrar en los opuestos ya no lo contradictorio sino lo complementario, como el día y la noche, el hombre y la mujer. Es un arte, y como todo arte tiene su propia aura, esa brisa que asciende desde el espíritu pero también de la reflexión.

El apellido Salvarezza significa “orando te salvas”. La oración, el rezo, es esa plegaria que invoca desde el socavón del alma para que lo más recóndito e incluso secreto se transforme en luz. Así es la obra de este ceramista, pintor y poeta, que incursionó también en la pasión de la historia. Un hombre lúcido a la hora de dejar registros, muchas veces de ensueño y otras de horas robada a la vigilia.
Sus trazos en él no son de arrebato y furia, sino consecuencia de la gimnasia que da el compromiso y con 52 años y más de veinte publicaciones, ya se puede hablar de una ontología, una cosmogonía que tiene la rúbrica “Salvarezza”.
Llegó a Gualeguaychú en la última mañana de abril para grabar un registro en una obra de la escritora María Eugenia Faué. Su generosidad se hizo encuentro en la redacción de EL ARGENTINO, donde dialogó por casi dos horas y recorrió preocupaciones e inquietudes, búsquedas y encuentros, pero nunca desde el lado de las respuestas. Aquí van tan sólo algunos reflejos, como un puñado de luz, de su mirada.

-¿La palabra es la que va a parir a la imagen o la imagen va a parir a las palabras?
-Hay un dicho popular que dice: “Una imagen vale más que mil palabras” y como toda sabiduría popular tiene su contradictor: “Las apariencias engañan”. En algunos casos creo que es así, porque como se dice también hay momentos en que “las palabras huelgan”. Sin embargo, también estoy convencido de que la imagen no se sostiene sin palabras. Las imágenes son denotativas y connotativas y eso supone la composición también de la palabra. De todos modos, creo que antes está el sentir. Recuerdo lo que decía Pasteur: “Cuando me aproximo a un niño o a un hombre dos emociones me invaden. Una la ternura por el presente y la otra el respeto por lo que seguirá siendo”.

-Usted tiene 53 años, casi veinte y pico de publicaciones, y ya se habla de una narrativa de Salvarezza si se tiene en cuenta los trabajos de “América en bandadas. Dos aproximaciones a la poesía de Luis Alberto Salvarezza”, de Belén Sigot, y “La plenitud del poema: una visión de la poética de Luis Alberto Salvarezza”, de María Angélica Merele de Masramón. ¿Qué le genera que existan estudios que aproximan a su obra?
-En principio me avergüenza. Es cierto que se hacen diferentes lecturas acerca de mi obra. Después de todo, el que mira también se proyecta. Cada uno busca en el otro algo de sí mismo. Pero tengo pudores y eso me limita para explayarme en este campo.

-Cómo se ubica mejor, teniendo en cuenta que usted incursionó en la cerámica, en la plástica, es historiador, escritor. En fin, posee una diversidad de registros que lo hacen un artista único.
-Bueno, eso de artista único, hay que aclarar que todos lo son a su manera. Américo Schvartzman una vez me describió como un “polígrafo”, en la acepción de muchas escrituras. Si tuviera que ubicarme diría algo más simple: un hombre con capacidad para el asombro. Creo que en el mundo de hoy no estamos dejando espacio para el asombro porque nos estamos moviendo y desentendiendo del mundo. Es una pena que no tengamos resquicio para el asombro, así nos empobrecemos espiritualmente. Plutarco confesó “quiero al hombre porque el hombre me asombra”.

-Y sus motivaciones, cuáles son.
-Diversas, según la época, las circunstancias y los asombros.

-Sin ánimo de forzar un registro, coincidirá que todo tiene un principio, y que en el principio todo es confuso.
-Sí. En ese marco debo decir que comencé con el barro. Fueron una serie de palomas. Palomas picasianas, si se me permite el término. A esas palomas les ponía en el centro peces. Puede decirse que esa fue una búsqueda inicial, ya no sólo como preliminar sino como germinal, como inaugural.

-Palomas y peces, una imagen muy precolombina: lo de arriba está abajo y viceversa.
-Sí, fueron espíritus precolombinos. Es cierto, lo de arriba es igual a lo de abajo, el cielo es un mar dado vuelta y el mar es un cielo hacia abajo. Aquí no se trata de algo inverso sino recíproco. Esa serie de palomas se llamó “Plumas e intemperie” y aunaba los cuatro elementos: el barro, el aire, el agua y el fuego, cuando al final de la producción lo cristalizaba en la cocción. Fueron en total dos mil palomas y las terminé para el segundo milenio. Las tengo numeradas y seriadas y sé perfectamente quiénes poseen esas palomas.

-Una búsqueda nunca es monopólica porque sino sería obsesión ¿Por dónde siguió su persistencia?
-Luego vinieron los escuerzos. Son animales que poseen una simbología muy fuerte e intensa, especialmente en el norte argentino. Admiro mucho a Luisa Pereyra, una ceramista chané que hace unos escuerzos y caballitos magníficos, donde los equinos montan a los sapos. Lo cierto es que el escuerzo significa la abuela. Aparece el escuerzo también como símbolo de la fecundidad, de la lluvia y encarna a la abuela, es decir a la memoria.

-Sin ánimo de invadir su intimidad, imagino que su abuela habrá tenido influencia en esas búsquedas. Lo digo teniendo en cuenta que usted quedó huérfano de padre a muy temprana edad.
-Mi abuela materna tuvo una gran significancia en mi vida. Con ella aprendí a pescar, a remontar un barrilete, a construir trampas para cazar palomas. Fue la faz masculina de mi vida. Se llamaba Margarita Figún, y su esposo era oriundo de Gualeguaychú.

Aquellas huellas, estos caminos.

-Luego de los escuerzos vinieron los bestiarios pero humanizados y la serie de obras eróticas. Si tuviera que abreviar sus búsquedas, qué diría.
-Que es la humanidad, ese carácter único y universal. No la globalización, eso es otra cosa. No creo que todos los caminos conduzcan a Roma, no adhiero a lo imperial. Lo universal en cambio está vinculado a cuestiones más trascendentes. Los ritos pueden cambiar, pero el hombre se emociona igual ante el nacimiento de un hijo o la muerte de un ser querido. Tendrán diferentes modos de relacionarse con sus dioses, con sus temores, sus asombros, pero hay algo universal que los equipara, que los hace distintos e iguales al mismo tiempo. La cultura, después de todo es el producto del hombre a través del tiempo. Lleva su mirada hacia atrás, hacia el pasado; pero sin descuidar el hoy y siempre convocando al mañana, al futuro. No hay cultura sin una experiencia previa, sin una trayectoria histórica, sin un pasado compartido. De la misma manera no hay cultura si no se expresa en el presente. Y en consecuencia, no hay cultura si no se tiene aspiraciones de futuro. La cultura es el latido del hombre. El latido que es acompañado por la mente y las manos, esa cualidad que tiene todo hacedor.

-Además de artista ha incursionado en la historia. Pareciera que historia e imaginación son dos términos opuestos, sin embargo en usted son complementarios ¿Lo podría explicar?
-A veces los documentos permiten armar el contexto, pero es indudable que siempre se tiene que recurrir al auxilio de la imaginación para percibir aquellas realidades. Un historiador, por definición, tiene que tener imaginación. Y es una persona optimista, porque valoriza, yuxtaponiendo y encadenando lo que estaba oculto para que se ilumine el saber. De alguna manera, por más terrible que sea el hecho que se está historiando, siempre se debe buscar lo bueno de todo suceso.

Lecturas y compromisos.

-Siempre existen tensiones e intenciones. Hoy la cultura está atravesada más por la globalización que por la perspectiva universal.
-Sí, lamentablemente hoy la cultura está avasallada por intereses. Esos intereses la transforman, la deforman, no la dejan ser. A veces siento que le taparon los ojos, la boca y los oídos, como la imagen de esos monitos que nos vienen de Oriente. Hay que tomar conciencia de que el hombre es una sumatoria de todas sus muertes y a lo largo de su vida las arrastra.

-Su generación, en términos generales, podría decirse que fue lectora. Hoy hay coincidencia en que ya no se lee en calidad ni en cantidad como antes ¿Es una imposibilidad de las generaciones actuales o fue porque ustedes no lo supieron transmitir como corresponde?
-Los adultos de hoy somos responsables de lo que está ocurriendo. No podemos ser ajenos a esa situación. Algo mal se debe estar haciendo para que la sociedad corra sus intereses hacia otros lugares que no son tan productivos para el hombre. Lo relativo se ha instaurado en la conciencia humana de este tiempo. Pareciera que hoy todo está bien, pero cuando se tiene la percepción de que “todo está bien” es porque no se saben o no se viven valores.

-Este corrimiento hacia lugares no tan productivos es más patente en la relación escuela y familia…
-Sí. No es casual que la familia, la primera transmisora de la identidad y la cultura, junto con la escuela, que es una institución clave también para la identidad y la cultura, estén tan divorciadas, tan separadas, tan distantes, tan lejanas una de otra. La escuela hoy por hoy no contiene, pero la familia tampoco. Es muy grave lo que está ocurriendo y pocos son los que intentan revertir esa situación.

-Sin embargo, las generaciones más jóvenes tienen una gran capacidad para expresarse artísticamente.
-Eso ha ocurrido siempre y en todo lugar. El joven, por definición, es un ser en expansión. Charles Baudelaire decía que “la insatisfacción y el dolor son generadores del arte”. Hoy hay tanta insatisfacción y dolor en el mundo, que los jóvenes se han puesto a escarbar en ello. Sin embargo, se advierte claramente que no encuentran referentes, justamente porque no hay esas integridades de otros tiempos. Pero la vida tiene, si se me permite la metáfora, los cánones de la arquitectura: se requiere cimientos sólidos, paredes y techo que contengan y marquen límites, y luego sí las ventanas y las puertas que es necesario atravesar para salir al encuentro con el mundo. Pero es evidente que hemos perdido muchos espacios trascendentes, por ejemplo, la mesa familiar. Recuerdo que uno de mis primeros poemas se llamó “La mesa de los domingos”. Fue como un homenaje a ese altar donde humea y campea el espíritu de todos sus integrantes que se relacionan con conocimientos entre unos y otros y fundamentalmente con respeto, que no es justamente distancia sino acercamiento. Es evidente que hoy muchos no quieren estar en ningún lado porque eso pareciera que no los hace responsable de la convivencia. No sabemos convivir con el otro.

-¿La falta de pertenencia social es parte del problema?
-Sin duda. Pero más que la falta de pertenencia, hay otros riesgos o peligros como el de ocupar falsas pertenencias. De todos modos, en ambos casos expresan algo que ha desaparecido o que ya no se tiene o no se sabe que se tiene. Así nacen, entre los jóvenes especialmente, distintas formas de agrupamientos, de clase si se fuerza el sentido. En todos los casos hay falsas identidades que se asumen, justamente para saciarse en determinadas cosas que no dan satisfacción. Saciarse y satisfacerse son dos cosas distintas. El saciarse está vinculado con un consumo hasta el hartazgo, en cambio el satisfacerse está vinculado con un repararse, una suerte de indemnización por la necesidad que se acusa. Hay que aprender a estar desnudo y sin embargo seguir siendo uno mismo.