PLAYA NÉBEL

 

Voy hacia el río
haciendo escalas en los árboles rojos y amarillos
recortados sobre la tarde como estaciones de un rosario
ante los cuales uno se inclinaría, sin prejuicios, a rezar.
El río corre, crecido.
Un pastizal cubre la orilla y disimula el trote de un caballo.
Cae el sol, por su propio peso, otra vez sobre la tierra
y destiñe los verdes de la costa.
Brillan algunos techos en últimos suspiros de luz.
Ahora, la presencia inquietante del caballo se pierde:
           un relámpago que anuncia mil tormentas
                                  una línea de fuego sobre el agua,
                                                                                 sobre la calma del día.

 ¿Acaso el animal huye del éxtasis?
 Como el hombre que presiente la trama irremediable del amor
                                         el siempre inútil intento de escapar del dolor. 
 

Todo transcurre y se detiene
todo vacila en la incertidumbre
como en el Interludio de Miles Davis
que insiste en definirme esta tarde de otoño.