BUÑUELOS Y ARROZ CON LECHE

Una ventana iluminada, lejos, es todo lo que veo. Si la ventana iluminada es real. A veces en el trecho que va de la huerta a la cocina aparecen los ángeles. Por esos caminos chiquitos un ángel se detiene ante mí. Además están las  luciérnagas.

Estoy  bajo la luz de la  luna, una luz blanca, una luz mía. Extiendo las manos.  Las luciérnagas y los ángeles vuelan  sobre las ramas de los árboles, sobre el pasto, sobre mí. Miro el cielo mojado  de estrellas. Si me quedo muy quieta, se paran  sobre mis zapatillas húmedas de rocío, que no son verdes bajo la luz de la luna. Mi  vestido azul no es azul, mi camperita celeste bordada no es celeste, todo es blanco o brillante o de un color desconocido.

El color es una sensación.

Mi madre detrás de la ventana iluminada prepara la cena,  arroz con leche y  buñuelos. Sus manos rocían con el azúcar las redondas y doradas bolas de esponjosa masa. Los granos de arroz nadan en la leche caliente y  la leche se oscurece por la canela que  raspa la lengua.  

Detrás de la ventana iluminada, la cocina es real. La música de la radio vuela con los vapores de la leche que hierve, del aceite dorando los buñuelos. Detrás de la ventana iluminada mi padre lee y mi hermanito recorta figuras o hace torres con latas de conserva.

Sigo con las luciérnagas y los ángeles, con la luna blanca. Mi madre abre la puerta,  me llama. Me cuesta moverme. Las luciérnagas y los ángeles se irán. Tendré miedo de apagar su luz. De romper sus alas. Llego a la galería y mi rubio Pastor,  me mira y mueve la cola, me arrodillo, lo abrazo y no quiero entrar.