por Ignacio Mastroleo para Mate Tuerto
Para cumplir con el deber, sólo basta con actuar correctamente. La receta es la misma para todos. ¿Te dan ganas de hacer una excepción en tu caso? Sos un garca. El problema de la felicidad es distinto. Los caminos hacia la felicidad no son todos iguales. Alcanzar la felicidad puede vivirse como un imperativo, pero distinto al imperativo categórico. El problema de la felicidad es el problema de los medios para alcanzarla. En El Bienestar, Carolina Sborovsky intenta contestar esta pregunta: ¿qué se necesita para ser feliz? Olvidarte de tu ex. Recordarlo. Listas, muchas listas. Ejercicio. Toda la sabiduría práctica que nuestros amigos nos puedan proveer. Terapia. Determinación. Incentivos y gratificaciones. Llamar a tu ex. Acostarte con él. Un claro sentido de lo que nos hace bien y lo que nos hace mal. Un botiquín bien nutrido de fármacos que nivelen tus químicos cerebrales. Un psiquiatra. Un homeópata. Una veterinaria. Un buen ginecólogo. Un controlador de plagas. Algunos candidatos a PAVs (posibles amores verdaderos). ¿Qué cosas se interpone en nuestro camino? Un ex novio. Ataques de pánico. Toda la sabiduría práctica de nuestros amigos. Ratas. Los profesionales nombrados en el párrafo anterior. Cándida/HPV. El gordo, ese vecino de mierda. La madre del gordo. Nosotros mismos, por supuesto.
Escrita en formato de diario, la novela de Sborovsky juega con el morbo de sus lectores y nos hace adictos a “ella”, autora del diario, personaje principal, narradora, madre, hija y espíritu santo de la acción. Antes de darnos cuenta, estaremos a la mitad del libro preguntándonos si va volver con su ex novio; si Salieri, el perro virgen, la va a poner algún día; qué va a pasar entre “ella” y su ginecólogo. Por suerte Sborovsky no nos ahorra detalles y nos cuenta todo con amor y sordidez (la de Salinger y la de las letras de Pet Sounds). Si somos sensibles a la prosa de Sborovsky, probablemente descubramos en ella un algo que está debajo de la superficie. Una intuición. Un sentimiento que nos deja intranquilos y perturbados. Incluso si no experimentamos esto, es improbable que permanezcamos neutrales frente a alguna de las muchas causas del bienestar que combaten en el libro. Defenderemos eufóricos la homeopatía o el Alplax; la terapia de grupo o la individual. No obstante, el bajón, en algún momento se hará presente “leer esto no me hace bien, se parece demasiado a mi vida”. Pero como dice A., el ex novio, aunque sepamos que luego nos vamos a sentir mal, estamos desesperados por la abstinencia. Ya somos adictos a la prosa de Sborovsky. Tenemos que llegar al final del libro. De ello depende nuestro bienestar.
Nacho