Y la luz me atrapa
Detrás de una sombra china
Escapo por la grieta más cercana
sin el tartamudeo lógico de mis dedos
cuando arruino todo
Me acuerdo entonces de dónde saqué
El sombrero que ya no llevo puesto
De dónde el cinturón que ata mis uñas
para que la escritura no penda de tus aros
o los comentarios no arañen sobre la música
Del viejo calesitero sentado triste
“ Ya no vienen los chicos
ya no vienen los chicos”
repite mientras patea un muñequito de los Power
Rangers
Trataría de caminar derecho por Paraná
Esquivando las bolsas de basura
pero no puedo
El aire me derrite con fuerza de llovizna
Mancha mis pasos
y la libreta de apuntes donde ayer
escribiera una frase de regalo Artaud
“Los órganos no deberían ser donados sino condenados"
recuerdo
mientras tengo una fila de perros tras de mí
siguen
a una tísica faldera en celo
la adrenalina comienza a fluir
pero no corro les comento mis feos versos olvidados
sobre los destinos de las hembras
y las gentes me desnudan por mi atrevimiento
Llego a la casa descascarada
tiemblo por emoción retráctil
me hago tan diminuto que puedo bailar
con Alicia dándole celos a Carroll
El juego de la Bajada reparte miserias
barajando peces y alacranes
Y tu voz me invita a escuchar un mal sonoro
Melancólico y aburrido
Tengo que escapar de todas esas mesas
que inclinan mi pulmón a pensar sólo en el humo
Y mi boca que no se atreve a dejar el vidrio sucio un vaso
con ginebra desconfiada
para que un cantinero mienta sobre
los billetes que se levantan
debajo de la decoración natural.
Y el colectivo me atrapa
Detrás de un arroz aún no digerido
Pero llego, subo y flameo
Bajan barrancas escamadas
al tiempo que la cumbia descoyunta
la cabeza de un colectivero ojeroso
Miro por la ventanilla
una luna mal meditada protege
las gavetas de un coche en Villa Cariño
el chico lee sin comprender al viejo Sade
para su princesa que se ha reclinado
sobre el asiento de piel y levanta su remera
Vicisitudes de la moral
Muchos se persignan
desviando la vista y de paso
para que no suban ancianos
y tengan que ceder con gentileza su asiento
Ramilletes humanos sin risa
amontonados saltos coreográficos
sobre lomas de burro.
La señorita se sienta a mi lado
mira su número y en trance de anacronismo
pregunta interesada
¿No le tocó el número capicúa?”
Ya no hay frases -le digo-
Extraño a Epicteto o a Ghandi
diciendo cómo ser feliz al otro lado del boleto
A ella ya no le importa
Mira su pequeño paquete sonriendo
Tendrá hoy el reemplazo exacto de teta
para los hijos
Más y más cumbia
dos viejas regresando de su novena
Suben
De: El baile de los libros tontos (Municipalidad de Paraná, 1999)