EL ROSTRO DE ISABEL

La lluvia que inunda las calles dificulta la búsqueda, no obstante al fin localizo el lugar, ubicado en un estrecho callejón con baches y pavimento de adoquines. Paredes de mármol en dos tonos de gris, un amplio ventanal desde el cual se aprecia la oficina y en su lateral la puerta de reja que comunica con el garaje. Ingreso. La atmósfera es lúgubre. Trajes negros, vestidos oscuros, caras largas, susurros; unos llantos contenidos y otros desconsolados. Busco entre los presentes, pero no la encuentro.

¡Isabel!

Sus amigas de la universidad, mis amigas, lloran sentadas en los sillones de la sala de velatorios. También sus parientes y los míos. Un vecino lagrimea junto a su prima, la tía solloza mientras conversa con el abuelo. Amistades comunes colman el ambiente, mas no diviso a mi amor.

¿Dónde estás Isabel?

Recuerdo. Anoche, festejos por el día del estudiante. Bailamos, reímos, bebimos. El beso, las caricias y nuestras miradas; nos conocemos tanto que no necesitamos pronunciar palabra alguna para confirmar el deseo compartido. El auto, la ruta que lleva al motel en las afueras de la ciudad, el camión que aparece de frente. El estruendo y los gritos de dolor.  

¿Qué te pasó Isabel?

Distingo el féretro en el centro de la habitación, un grupo de personas lo rodea. Casi sin darme cuenta llego hasta ellas; son sus padres y los míos. Se abrazan en una danza interminable que pretende menguar el dolor. Me acerco, lloro. Les digo que no estaba borracho, que el camión de repente se lanzó a superar un coche y no me dio tiempo a esquivarlo; les imploro que me perdonen. Sin embargo, no obtengo respuestas, el desconsuelo es demasiado profundo. Saco fuerzas de donde nunca creí tenerlas y me dirijo al cajón, temeroso de encontrar allí su rostro. De inmediato se desprende una frágil figura de los brazos de mamá. La penumbra no me permite descubrir de quién se trata; mira hacia el piso, se acerca y levanta su cabeza: es Isabel. La alegría me invade, respiro tranquilo, ella está bien.  

Me acerco al ataúd, levanto la pierna y de un salto me introduzco en él.