UNA DOBLE RUPTURA DE LOS MOLDES

Entrevista realizada en 2018, junto a Selva Almada y Graciela Gianetti.

 

Comenzar a escribir desde la provincia y desde mi condición de mujer, me significó una sola cosa: una doble ruptura de los moldes. Como empecé a escribir desde muy chica, casi en la adolescencia, el acercamiento a esta práctica fue impulsado por un gesto intuitivo y, desde este gesto, importé y construí al universo poético como un reducto, como un refugio desde el cual podía manifestar mi voz y mis inquietudes, en contraposición a lo que se esperaba que saliera de mí y mis actitudes en un seno familiar y escolar fuertemente católicos, los únicos círculos con los que interactuaba; y esto es, la censura de todo tipo de manifestaciones que se corrían del lugar que se me había asignado a mí, una niña, casi mujer, en una sociedad patriarcal.

            Y esto tiene que ver también con haber nacido y crecido en una ciudad como Concordia, por ese entonces, carente de espacios para la cultura y la diversidad en la medida en que no contaba con ningún tipo de contacto con las problemáticas literarias, salvando la literatura de manual —muy reducida en contenido— que me ofrecía la escuela; de manera que todas mis relaciones y, por ende, mi formación, estaban atravesadas por la misma línea ideológica de la cual era muy difícil correrse.

            Posteriormente, ya bien entrada en la adolescencia, con el advenimiento del internet y el libre acceso a la información, comenzó mi etapa de curiosidad y junto con ella, de problematización acerca de la práctica escrituraria por lo que empecé a experimentar y a jugar con nuevas voces y formas y también a compartir mis producciones con otras personas en entornos virtuales. De modo que ya no estaba atravesada solamente por mi condición de mujer entrerriana, sino que comenzaba a abrirse dentro de mí un diálogo con otras realidades, otras voces y por ende, otras formas de concebir y entender el mundo y el mundo de la literatura.

            Como mujer y entrerriana; es decir, en esta doble limitación, la escritura de poesía me significó, decía, una doble ruptura. En primer lugar, el corrimiento del lugar que se me asignaba por mujer y, en ese corrimiento, la apertura de interrogantes en torno a mi cuerpo, a mi propia feminidad, a la libertad, la rebeldía y al lugar que yo, como adolescente y como mujer proyectaba ocupar en un determinado entorno social. Y, en segundo lugar, el rompimiento de ese imaginario que conecta a la literatura regional (producida en Entre Ríos en este caso), con la tradicional imagen bucólica de la veneración de los paisajes rurales y los ríos, para dar lugar al advenimiento de una poesía cargada con una fuerte naturaleza urbana que daría lugar a las problemáticas relacionadas con la vida social y política y el espacio que la intimidad pasa a ocupar en esos entornos públicos.

 

—¿Existe un imaginario en torno a lo femenino en la literatura entrerriana? ¿Sienten que la obra de cada una dialoga con ese imaginario o es parte de una tradición en ese sentido?

Creo que existe un fuerte imaginario respecto de “lo femenino” en la literatura entrerriana. En primer lugar habría que hacer una distinción entre lo que es la literatura producida o escrita por mujeres y la literatura “femenina”. Creo que la primera no necesariamente deba corresponderse —ni se corresponde, de hecho— con la segunda. Desde el imaginario la literatura de la feminidad es la literatura de la delicadeza, la sensibilidad, la devoción, de la negación del cuerpo y sus deseos relacionados con los ideales románticos del amor, la belleza y lo íntimo, muchas veces (en la literatura entrerriana producida por mujeres sobre todo en los siglos XIX y gran parte del XX) en concomitancia con imágenes asociadas a la naturaleza.

            No creo que mi breve producción poética se enmarque dentro de ese imaginario, porque como ya dije, en mis textos (al menos últimamente) me preocupa trabajar y problematizar sobre el cuerpo y sus representaciones, la sexualidad no necesariamente ligada al amor, desdibujar la dicotomía de lo intimo/lo público, la vida en las ciudades, y cuando trabajo la feminidad, lo hago desde figuras como la madre, el agua, los espejos, los insectos y el sol o a través de imágenes y escenas en que no prima ya el ideal romántico de los sentimientos, del alma y la naturaleza, sino la concepción absurdista de que lo único real son los cuerpos atravesados por la experiencia.

            Creo que mucha de la poesía escrita por mujeres de las generaciones más nuevas rechazan el lirismo y el sentimentalismo asociados a la literatura femenina y están comenzando a trabajar desde versos “narrativizados” y minimalistas, con léxico sencillo muy ligado al habla, estamos volviendo a la cotidianeidad de lo íntimo experimentado desde los espacios públicos y, sobre todo, urbanos.

                                                                                                                     

—Una escritora es también o antes que nada una lectora. En estos días circula un experimento en Facebook que consiste en sacar todos los libros escritos por varones de la biblioteca personal y dejar sólo los escritos por mujeres. Se fotografía la experiencia. Por lo general las bibliotecas quedan despobladas. Si tuvieran que hacerlo de manera imaginaria en este momento ¿cuánto de literatura escrita por mujeres hay en sus lecturas y de esas escritoras cuántas entrerrianas?

Las clásicas: Sor Juana Inés de la Cruz, Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, Gabriela Mistral, Victoria y Silvina Ocampo, María Zambrano, Sylvia Plath, Emily Dickinson, Simone de Beauvoir. Judith Butler, Julia Kristeva, Mía Gallegos. De las entrerrianas tuve contacto recién cuando conocí a Fernando Belottini, porque a través de Autores de Concordia pude acceder a autoras que no conocía como Emma Barrándeguy, Marta Zamarripa, Elsa Aparicio de Pico, Ana Teresa Fabiani, Josefina Pelliza.

 

—Según la experiencia de cada una ¿sintieron alguna vez que ser escritoras mujeres y provincianas fuera un obstáculo para acceder a ciertos lugares de prestigio, premios, publicaciones? ¿Estos lugares siguen destinados a los escritores varones o el panorama ha cambiado en estos últimos años?

Entiendo que a la mujer, en cualquier ámbito y no sólo en la literatura, suele exigirsele más. Hasta fines del s. XX para ser reconocida como escritora, para alcanzar una suerte de visibilización en un ambiente aún colmado de masculinidades, era necesario destacar de alguna manera, ofrecer la novedad, ser disruptiva en la propuesta o alcanzar determinadas cualidades estéticas.

Hoy puedo decir que eso está empezando a cambiar, no se ha erradicado necesariamente, pero sí estamos colmando más espacios, estamos alzando la voz y haciéndonos ver aun desde la imperfección. No se nos están otorgando los lugares, nos estamos abriendo paso casi en hermandad, se están empezando a escuchar más nombres en lecturas, en concursos, en publicaciones. En el caso particular del máximo galardón en la provincia, por ejemplo, ha ganado por primera vez en el género poesía una mujer. Es una conquista detrás de las muchas que restan por lograr.