Pájaro de chapa a cuerda

De Inventario (Ediciones Danke, 2020)

 

Viale, Entre Ríos, 1934

Hay fronteras que cruzamos sin saberlo. La primera vez que soñamos, la primera vez que nos miramos en un espejo o la primera vez que probamos el chocolate, la leche o el pan. Sofía por ejemplo, aunque en adelante lo hará tantas veces que le parecerá que lo hace desde siempre, está a punto de descubrir la sensación de deambular por la casa mientras su familia duerme.

Se levanta de la cama y asume que, a condición de no hacer ruido, es libre de hacer lo que quiera. No hacer ruido implica no correr, no dejar abierta ninguna puerta o ventana que pueda cerrarse de golpe, no gritar ni usar sus juguetes ruidosos. Así que Sofía deambula.

No tarda en descubrir que es muy distinto a cuando anda por ahí en otro momento del día: ahora cada habitación encierra una promesa, con sus revelaciones y peligros. El primer destino, quizás porque es el que más vedado tiene, es el escritorio de su papá. Sofía entra al cuarto lleno de papeles, pasa por alto las fotos y cuadros que ya conoce de memoria y va directo a abrir los cajones.

Las lapiceras prolijamente ordenadas y los pañuelos doblados esperando su turno no llaman su atención, e incluso la decepcionan un poco. Sin embargo, son los mismos que años más tarde encontrará cada tanto por los rincones de su propia casa, y para ese entonces tendrán el poder de llenarla de melancolía y dejarla durante algunas horas en un leve estado de desconexión.

Pero Sofía aún no lo sabe, y sin pensarlo dos veces se va de la habitación.

El vagabundeo continúa y también visita el patio, la cocina —la caja de fósforos entera y solo para ella—, la sala de estar, el cuarto de guardar cosas. En adelante, gracias a esos paseos, Sofía se volverá experta en los atajos y las claves de su propia casa, y hasta encontrará por sí sola el falso fondo del armario en el que sus padres escondieron dinero, papeles, más papeles, tres anillos, un reloj, un arma y algunas balas. También hallará ahí guardado un pequeño pájaro de chapa a cuerda, hermoso  y lleno de misterio, pero esa es otra historia. Ahora, fascinada como está con la atmósfera nueva y estática que la rodea, Sofía pasa por alto esos detalles.

Una vez que recorre toda la casa, vuelve a subir la escalera. Arriba, el riesgo de hacer ruido aumenta, pero Sofía todavía es muy chica y después de un rato necesita volver a ver a su familia para orientarse.

Al llegar frente a las puertas de los cuartos, se detiene y mira. Rodeados de un aire de profundidad submarina, sus padres y hermanos parecen muñecas. Sofía observa con atención sus caras; el gesto atento de un hermano, la tranquilidad parca del otro. Su hermana percibe todo y mueve los ojos y la nariz. Su padre parece un niño enrollado sobre sí mismo y su madre, sumergida en otro mundo, desprende un halo profético involuntario.

Al igual que la casa, mientras duerme la familia se libera de sus planes y revela en silencio su verdadera personalidad. Entonces, todavía inexperta, Sofía pisa donde no debe y hace ruido. Apenas sus padres abren los ojos el secreto se quiebra y desaparece, y el día vuelve a empezar.