A Jorge Isaías
y a quien pretenda leer:
El 15 de noviembre Rosario 12 publicó una nota titulada “La poesía y los poetas”. Título del cual no lo responsabilizo como autor, pues sé que una publicación no siempre es totalmente responsabilidad de este. Sin embargo, vale preguntar si el orden es correcto: ¿Qué está antes, la poesía o los poetas? Esbozando una respuesta y parafraseando a Eduardo Gonzales Lanuzza (1900/84), quien publicara “Variaciones sobre la poesía” (1943), diría que la poesía no puede prescindir de quien la escribe y que, en todo caso, muchos sí podrían prescindir de vivir sin la poesía. La respuesta queda implícita.
Ahora bien, yendo al contenido del artículo en cuestión. No estoy seguro de acordar en el interrogante con el cual comienza, tras una cita, que dice: “¿Para qué sirve un poeta?”, en tanto que tiñe de pragmatismo a una actividad que se diferencia de la ciencia, si bien pueden tener algunas semejanzas. A decir de Juan L. Ortiz (1896/1978), en conversación con Vicente Zito Lema (1939) [1], “las diferencias entre conocimiento científico y artístico creo que el eje está dado en la actitud o el método. El científico se coloca en la posición de valerse como instrumento de la abstracción del concepto. El poeta es la sensación, la intuición y a veces la imaginación, que es también muy importante en la captación del objeto”, lo cual implica procesos, si bien similares, bien distintos.
En fin, haciendo la concesión pragmática de la utilidad del poeta, tras la pregunta que mencionaba anteriormente, su respuesta como autor de la nota era “que el poeta no sirva para nada”. ¡Respuesta con la cual no puedo acordar! Dado que el poeta cumple con distintas funciones, de acuerdo con su tiempo vivido. Nuevamente citaré a Juanele y su entrevista con Zito Lema, más precisamente donde rescata la siguiente anécdota: “Por ejemplo, cuando no se había inventado la rueda y había que traer los tremendos troncos desde la orilla del río, o arrastrar esas grandes piedras, ayudaba toda la comunidad, pero el poeta directamente no, porque él tenía que componer para que ese esfuerzo fuera como una danza. He allí la gran sabiduría del pueblo. Esa gente se sentía ligera y como en danza nada más que por el conjuro de la poesía y del canto”, lo que denota una funcionalidad social, más que una utilidad inmediata. Además, Juanele nos habla de “cierta conciencia del tiempo, cierta iluminación que tenemos nosotros con respecto del tiempo vivido”, y, en ese sentido, recordaba “la tradición, precisamente militante, diríamos de la literatura latinoamericana, a partir de José Martí en adelante”, lo cual afirma la postura de que el poeta y la poesía —o viceversa— no se pueden analizar genéricamente.
Dicho de otra manera, por otro entrerriano, Marcelino Román (1908/81) decía: “La poesía —como toda literatura, como toda arte, como toda cultura— es un producto social, surge dentro de condiciones sociales determinadas y no debe omitirse la consideración de su funcionalidad en el cuadro completo de las formas de vida y de cultura, en razón de que, si el arte se resuelve en términos estéticos —y así es, sin disputa— no puede por eso apartarse de la realidad social como nada tuviera que ver con ella”, lo dijo en “Reflexiones y notas sobre poesía y crítica”, de 1966.
En consecuencia, en la nota difundida por Página 12 se trae la metáfora de la rosa; y es aceptable, en tanto que siempre se utiliza como objeto, por caso, como lo hiciera Lanuzza, para explicar la posibilidad de una historia de la poesía: ¿Quién fue el primer poeta que utilizó la metáfora de la mujer y la rosa? No se podría contestar. Lo que sí se puede contestar, de existir una historia de los poetas y de la poesía —o viceversa— es que en sus anales fue cantada y no escrita, y que se esgrimió como canto de esperanza para la libertad de los esclavos, como recuerda Engels (1820/95) [2].
En suma, en una cultura del texto seducido por la inmediatez, como una posibilidad; donde podemos hablar de una audiencia que quiere participar —me refiero a los Slam—; donde la idea de vanguardia literaria es una quimera, pienso que volver a los clásicos, como hábito, y tener una tradición, como método, garantizaría que la poesía sea “palabra en el tiempo”. Y claro, todo lo nombrado, afirma eso que Ud. dice en la nota: “no se puede llegar a ella en tres lecciones en un taller literario al uso”, claro que no. Y lo cito en tren de presentar lo dicho por el poeta Jorge Enrique Martí (1926) —otro “entrerriano por el canto”—, que en ocasión de su 90 aniversario decía: "Una vez puse que la copla es flor del aire y aire en flor. Es difícil. Parece un vuelo, pero vuelo de qué. Es un pájaro que vuela, o una flor que vuela. No se sabe, ¡es la copla! Es la copla que llega y se va" [3], y así rescato a la copla como un formato hoy desconocido e ignorado por los “poetas”. ¿Serán los raperos los nuevos copleros?, me pregunto (y ellos sin saberlo, con lo cual me vienen los versos de Armando Tejada Gómez): “Estamos prisiones carcelero, yo de estos tontos barrotes, tu —yo— del miedo”. La poesía ni siquiera es de bajo precio, la poesía no se compra, no vende. Por eso no aparece el poeta; él queda guardado, a lo sumo aparece como una cuestión terapéutica. Así, no me asombra que Alejandro Jodorowsky [4] ponga a la poesía como un ejercicio “psicomágico” para sanar —y sanear— nuestro lenguaje y, con él, nuestras emociones y nuestro tiempo y nuestra manera de vivir en y con el mundo.
En definitiva, no sé si el poeta o la poesía —o viceversa— sirven para algo. Mas bien habría que escuchar a Juanele cuando decía que “su acción poética responde a una necesidad interior que no precisa resonancias ni ecos, ni apreciaciones de valor. Nada (...) la visión que tengo de mi poesía es que ha sido otra manera de ser”, simplemente. Y agregar que su responsabilidad está en la transición.
Paris, otoño de 2017.
[1] Tomado de El poeta y su trabajo, Univ. Autónoma de Puebla, 1983.
[2] Pág., 141 de Marx C. y Engels F. “sobre el arte”, Ed. Claridad, 2009.
[3] Ver: www.elmiercolesdigital.com.ar/la-atmosfera-literaria-de-nuestro-poeta-marti/
[4] Pág. 184 en Jodorowsky, A. “Manual de Psicomagia”, Ed. Siruela, 2009.