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| Fotografía por Bill and Mavis (out until 2009!) T from Houston, USA - My yellow oleanders, CC BY-SA 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=5535134 |
I
El momento del año donde la región del lazio se torna más bella es durante la primavera. Las hojas de los bosques que cubren las colinas se tornan verdes, de esas mismas colinas nacen arroyuelos cargados de peces, en las llanuras las amarillentas flores de los arbustos atraen a las abejas y el pasto que los rodea es comido por ciervos y jabalíes. Si alguien sabía apreciar todo esto ese era Cayo Marsonio Plotonio, miembro de una de las gens más antiguas de Roma. Todas las primaveras venía a la villa que en este lugar tenía para disfrutar del paisaje; era su lugar en el mundo. La propiedad tiene varios años, el terreno fue comprado por el abuelo de Plotonio, Cayo Marsonio Bassiano, con el dinero que obtuvo luchando en el bando cesariano contra Pompeyo. Bassiano construyó la villa, luego fue heredada por el padre de Plotonio, Cayo Marsonio Postumo, y luego cayó, antes de lo previsto, en manos de Plotonio.
Este año se lo veía más emocionado de lo habitual. Llegó a la mañana con tan solo dos sirvientes: Castor y Perterix, a los cuales ordenó que le quitaran el polvo a todas las habitaciones de la finca. Mientras los sirvientes limpiaban, Plotino entró al peristilo y luego caminó hasta llegar al jardín que se ubica en el centro de la casa. Este tenía el suelo decorado con un mosaico elaborado con piezas de mármol y piedras de colores que recreaban el rapto de Perséfone a manos de Hades; una de las escenas de los mitos favorita de Plotonio. A su vez, en el centro de este mosaico había un anillo de cantos rodados que rodeaban un árbol de Nerium. Sus pétalos blancos eran, a los ojos de Plotino, hermosos y más blancos que el mármol más puro. El pintoresco árbol había sido plantado por su padre antes de marcharse a Britannia por orden del emperador Claudio.
El día prosiguió con la limpieza del hogar, en la cual Plotonio ayudó a realizar a sus esclavos. Cuando la noche llegó, el dueño de casa sació su apetito con un variado menú que incluía codornices bañadas en moretum, lenguas de flamencos en vinagre, unas bolas de carnes llamadas por los tesalios Isicia Omentata y para
acompañar todo esto un buen vino de falerno. Satisfecho se dirigió a su cubicula y recostandose en su cama leyó la iliada. Aquella emoción y hambre tan fuera de los normal se debían a que Plotino se encontraba nervioso porque esperaba un importante mensaje que venía desde Roma; ese mensaje podría marcar un cambio drástico en su vida. A medida que fue leyendo su mente se fue calmando, cerró sus ojos y logró hallar el sueño.
II
El canto de una corneja gris y un rayo de sol en su rostro, que entraba por una de las ventanas, bastaron para despertarlo a eso de las diez y media. Luego de vestirse desayuno en el tablinum leche con un poco de pan y se dirigió al establo para buscar a su caballo Elimos. Antes de montarlo, mientras le acariciaba el hocico, le susurro al oído su nombre; la voz de Plotonio sonaba amorosa y el animal, por los movimientos que realizó, parecía reconocerla. A lomos de este recorrió las montañas y planicies que decoraban la bella Lacio, aquel día era idóneo porque ninguna nube surcaba el cielo y el sol no estaba muy fuerte; en su travesía no hubo cerro sin escalar o arroyuelo donde no mojaba sus pies. A eso del mediodía los rayos del sol se tornaron más fuertes, entonces Plotino tomó la decisión de volver a la finca. Llegó acalorado siendo recibido por Perterix, al cual indicó que debía encargarse de alimentar e hidratar al caballo. Concluidas las indicaciones Plotino se fue a su sala de estar y recostandose sobre un triclinio tomó unos vasos de vino para saciar su sed. La habitación se hallaba fresca, lo cual hizo que se durmiera hasta la hora de la cena; donde disfruto de un nuevo banquete.
Los siguientes días continuaron con las mismas actividades sin muchos cambios. Durante ese tiempo Plotino no recibió mensaje o información alguna, acrecentando su preocupación, hallando la calma solamente por medio de las comidas, las cabalgatas, las lecturas y el cuidado de su querido Elimos. Al octavo día se desató una lluvia torrencial que tomó por sorpresa a Plotino mientras recorría los alrededores de la villa. Cuando sintio que caian las primeras gotas emprendió el retorno a casa a todo galope. Estando a mitad de camino un rayo pulverizó un árbol que estaba a unos metros de él. Aquel estruendo asustó al caballo, cayendo este y
Plotonio al suelo. En el proceso el noble romano se golpeó la cabeza desmayándose en el acto y el pobre caballo se lastimó una pata trasera. Para suerte de ambos a los pocos minutos del accidente, Pertinax y Castor los encontraron. Sucedió que una hora antes que comenzara la tormenta ellos notaron que el clima estaba alterando de una manera poco halagüeña y que, por tal motivo, lo más prudente era buscar a su amo para que no lo atrapase la tormenta; los aullidos de dolor del caballo ayudaron a que pudieran localizarlos. Castor llevó al caballo al establo y Perterix acostó a Plotonio en la cama de su cuarto para luego encargarse de su herida. El sirviente preparo un tradicional remedio celta que consiste en una pasta hecha con hierbas molidas que crecen en las laderas de las montañas. El remedio era una masa grumosa de color verde oscuro que al ser pasado por la herida logro disminuir el dolor y contribuyo a la posterior cicatrización. Al sentirse menos adolorido, Plotonio exclamó con debilidad en su voz que cuidaran al caballo; repitió esta directiva unas varias veces, cada vez con la voz mas apagada, hasta caer en un profundo sueño.
Los siguientes días el noble romano permaneció dormido bajo una fuerte fiebre. A pesar de estar acostado e inmovil su mente se mantuvo inquieta. Pesadillas de todo tipo se manifestaban en su inconsciente, haciendo que sufra , chille y, de vez en cuando, se retuerza. En una de ellas, la más frecuente, estaba en un lugar totalmente oscuro, pero donde podía verse a sí mismo. Deambulaba sin rumbo por aquel sitio hasta que veía caer en el suelo un enmarañado papiro. Al abrirlo veía, en el medio de este, un corazón rojo, aún latente y sangrante por sus aortas. Entonces, antes las mirada llena de terror de él, el órgano comenzaba a latir, con cada segundo esos latidos se tornaban más fuertes e insoportables. Cuando parecía que su cabeza le iba a estallar la pesadilla concluye, volviendo todo a convertirse en penumbra y silencio o, en su defecto, comenzaba otro sueño.
En el cuarto día despertó, abriendo sus ojos lo primero que dilucido fueron las siluetas de Perterix y Castor que yacían parados delante de él. Mientras Perterix gritaba de alegría por su recuperación, Plotonio sentado sobre la cama y preguntó, con la voz algo entrecortada por el mareo, por su caballo. Perterix seso con su griterio y por unos segundo reino el silencio en la habitación. Los sirvientes se miraron el uno al otro y luego dirigieron sus ojos a su amo, que los observaba de
manera inquisidora. Fue Castor quien le explicó que el caballo había muerto hacía dos días. La herida de la pata no se había logrado curar, lo cual provocó una infección que en el corto plazo se extendió a todo el cuerpo generando al animal cuadros febriles que acabaron con su vida. Cuando el sirviente acabo de hablar Plotonio quedó sin voz, abriendo la boca elevo las manos al cielo, en señal de plegaria, y cuando parecía que iba a gritar se las llevó al rostro, dando inicio a un llanto que solo pudo calmar Perterix cuando, caminando hacia donde estaba él y apoyando una mano sobre su hombro, le explico que lo mejor que podía hacer por Elimos era darle buena sepultura para que de este modo el animal hallará el camino a la otra vida. Razonando que esto era lo mejor, Plotonio seco sus lagrimas y le pregunto a Castor donde descansa el cuerpo del corcel, este le respondio que habia sido enterrado en el patio de la caballeriza.
El noble romano, lleno de energía, marchó hacia el lugar donde yacía Elimos. Desenterró el cuerpo sin importarle el estado de descomposición en el que se encontraba y con los debidos honores lo incineró y guardó sus cenizas en una urna al lado del templo familiar; Sobre la urna escribió “Neptunus equester te sub palio protegar et laetitia impleat”(Que neptuno ecuestre cobije tu alma bajo su manto y te colme de felicidad). Esa noche no pudo conciliar el sueño por pensar en su caballo. Entristecía su espíritu pensar que el animal pasó sus horas ultimas sin el, maldecía en silencio no haber podido estar para consolarlo en su sufrimiento mientras esperaba la llegada de Thanatos.
Además del sufrimiento por la pérdida de su corcel, a Plotonio también lo mortificaba que aun no llegara el mensaje, había pasado más días de lo previsto; lo cual generaba que sus nervios crecían más. Como no podía dormir decidió caminar por la casa. Después de unos minutos terminó por llegar al jardín principal, donde estaba, visible gracias a la luz de la luna, el Nerium. Se acercó a mirando con detenimiento su majestuosidad y luego se recostó sobre él a mirar las estrellas. Observó cada punto blanco en el cielo nocturno, se preguntaba cómo vivían allí los dioses, si pasaban frío o calor. Se mantuvo en esta postura reflexionando largo tiempo hasta que el fresco de la noche y el rico aroma del nerium lo relajaron, incitando el sueño en él.
III
Permanecía el patricio sumido en un plutónico sueño cuando a primeras horas de la mañana Perterix lo despertó sacudiendo su hombro. Cuando el patricio abrió sus ojos vio el rostro de su sirviente, el cual mostraba en sus rígidos ojos claros signos de estar tenso. En el momento en que Plotonio entró en sintonía con el entorno, levantándose con dolor porque el suelo no resultó ser una cómoda cama, el sirviente le suplicó que se despabile y levante. Cuando noble romano inquirió a su sirviente la razón por la cual tenia esa actitud y le pedía tales cosas este respondió que hacía unos tres minutos, estando en la colina más próxima a la villa recolectando frutos para el almuerzo, en el extremo más lejano del camino que va al norte vio asomándose un diminuto punto que se movía a velocidad media que dejaba una estela de polvo a su paso. Intuyendo que podía tratar de la persona encargada de traer el tan deseado mensaje vino con desesperación a buscarlo.
Tan pronto como Perterix termino de explicarle Plotonio lo ocurrido este lo abrazo dándole las gracias y luego se dirigió a la salida de la finca a esperar al posible mensajero.
***
Pasaron los minutos y Plotonio no daba más de los nervios, a tal punto que se habia comido todas sus uñas. Llegó un momento donde parecía que nada sucedería, entonces Perterix exclamó en voz alta a su amo que mirase a su derecha. Al observar para el lado indicado pudo ver lo que parecía una persona montando un caballo castaño. Comprendiendo Plotonio que posiblemente estaba a unos segundos de recibir el mensaje por el cual tanto había esperado su corazón latió más rápido, todos sus músculos se tensaron, le sudaron y temblaron las piernas. Sin embargo algo imprevisto ocurrió. Los dos hombres observaron que el mensajero venía recostado sobre el caballo, en el momento en que estuvo cerca de donde estaban ellos salieron a detenerlo. Lo encontraron acostado sobre el corcel con su mano izquierda metida a la altura del estómago. Suponiendo que estaba dormido,
Plotonio lo zarandeó; aquel movimiento hizo que el sujeto se desplomara en el piso. Lo que Plotonio y Perterix vieron los mortifico: el mensajero estaba muerto, su pálida piel, los ojos blanco y la heredia que presentaba a la altura del vientre daban cuenta de ello, la herida, por su forma, debió ser generada con un puñal y a través de ella podían verse las entrañas del desgraciado.
Aquel horror hizo tambalear al aristócrata y gritar al sirviente, pero se mantuvieron fuertes y continuaron revisando el cadáver. Mirando mas abajo de la herida vieron el cinturón de cuero que sujetaba la prenda y mas importante que debajo de él se hallaba, mal enrollado y con manchas de sangre y mugre, un papiro. Con una mezcla de emoción y miedo Plotonio tomo el papel y con las manos temblorosas lo fue abriendo. Su rostro se ensombreció y le faltó el aire, el papel tenía dibujado una calavera; el plan había fracasado. Durante los últimos años Neron llevó el imperio a la anarquía, los patricios, asqueados de su obscenidad y depravación, fraguaron una conjura para poner fin al reinado del sucesor de Claudio. El plan consistía en lograr, por medio de algún sicario, dar muerte al emperador en el primer momento en que se presentara la oportunidad. En todo esto Plotonio cumplía el rol de “mecenas” al prestar el dinero y logística necesarios para llevar a cabo el magnicidio, logrado esto sus amigo cenadores lo eligieron como nuevo César.
Al ver Plotonio desmoronados sus sueños sintió que un vacío invadía todo su cuerpo, sin embargo, a los pocos segundos esta sensación fue eclipsada por otra más fuerte y profunda. Una sensación punzante apareció en su vientre, el noble supuso, con toda probabilidad, que sus compañeros conjurados antes de morir fueron torturados para que hablaran, tal vez dijeron su nombre. Sabía que el castigo para delitos de esta índole era la muerte, si Neron fue capaz de matar a su propia madre y esposa embarazada que podía esperar a alguien como él; el hecho de imaginar lo que aquel actor frustrado podía tenerle reservado hacía palidecer su cuerpo de pies a cabeza.
Sin perder un minuto más, ordenó a perterix que alimentara y diera agua al caballo del difunto, mientras tanto el se fue a despertar a Castor; lo encontró dormido, al parecer inducido por los efectos del vino al juzgar por el olor que desprende su boca. Con unos golpes de mano abierta lo espabilo y explicó todo lo ocurrido, luego lo llevo afuera, le dio el caballo y le entregó una bolsa llena de denarios. Ordenó a
Castor que con ese dinero buscara en el pueblo costero más cercano matones que pudieran protegerlos y un barco; creía que tal vez podrían huir del lazio, desembarcar en Libia para luego escapar a Partia. Castor marchó a todo galope perdiéndose en el horizonte.
Plotino pasó el resto de la mañana y la tarde preparando su equipaje. Llegada la noche se inquietó, Castor tardaba demasiado, ya tendría que haber vuelto; el pueblo costero más cercano estaba a 10 kilómetros.
***
Llegada la mañana del otro día, cuando asomaban los primeros rayos de sol, el joven patricio despertó. Luego de desayunar dirigió sus pasos hasta llegar a la entrada de la finca, mirando en dirección por donde Castor se fue. Pasado unos minutos, acalambrado por estar de pie, Plotonio se recostó en el suelo. Cuando parecía estar harto de estar en la entrada escucho, a lo lejos, pisadas de caballo. De un sobresalto volvió a estar de pie.
Sin embargo, aquello que venía galopando no fue lo esperado. Lo que se acercaba, a lomos de un caballo, era un pelotón de diez legionarios encabezados por un centurión. El cuerpo de Plotonio, de un solo golpe, fue conquistado por un miedo que enfrió su pecho. Los soldados rodearon al muchacho y el centurión, con los rayos de sol iluminando su phalera, arrojó a sus pies una bolsa; lo hizo con tanta violencia que al caer en el piso salió rodando de ella el objeto que guardaba. Plotonio contempló con horror que el objeto que guardaba la bolsa era la cabeza del desaparecido Castor. Tenía los ojos abiertos de forma grotesca con la boca abierta y la lengua hacia afuera, como si cuando le cortaron la cabeza hubiera hecho un último esfuerzo por tratar de tomar aire. El centurión le explicó que interceptaron a su sirviente cuando éste subía a bordo de un barco rumbo a Sicilia.
Terminada la explicación el centurión bajó de su caballo y desenvainó su gladius. Plotonio reaccionó de inmediato rogando a su ejecutor que se detuviera; pidió ser ejecutado en el jardín alegando que deseaba observar una última vez el cielo azul. Aquel legionario de rasgos firmes aceptó la petición asintiendo con la cabeza y con
un gesto de su mano ordenó a los legionarios desmontar. Temeroso, traicionado y con pies temblorosos se dirigió Plotonio, escoltado por los soldados, a su lugar de ejecución. Al llegar se presentó Perterix, con lágrimas en el rostro y con una daga, jurando matar a todos los soldados si osaban herir a su amo. Antes que alguno de esos hombres lo matara, Plotonio se acercó a él para calmarlo. Tomando sus manos le sonrió y luego le dijo que debía alegarse por su muerte, gracias a ella el se volvería libre; este entró en calma y tiró la daga al suelo. Apaciguado los ánimos del futuro liberto, Plotonio camino, solemne, hasta ponerse de rodillas frente al nerium.
No solicitó ser ejecutado en el jardín para ver desde ese lugar el cielo; en realidad él anhelaba algo más personal. Cuando su padre partió a Britania jamás regresó, cayó bajo las espadas y lanzas de los naturales de aquellas inhóspitas islas; dejando a Plotonio solo siendo aún muy joven. El único recuerdo que le quedó de su padre fue el nerium que había plantado días antes de marcharse. Cuando Plotonio supo lo de su padre, decidió hacerse cargo de los cuidados del nerium. Cada vez que lo regaba, que cortaba sus ramas y abonaba su tierra trataba de recordar a su padre: ¿que color de ojos tenía?; ¿como era su pelo?,¿ era alto o bajo?; ¿su voz era grave o aguda?. El nerium fue creciendo junto con Plotonio hasta aquel instante. Miro la belleza de sus flores y degusto su perfume. El legionario, otra vez, desenvainó su gladius, lo elevo y acompañado por un alarido de Perterix descendió sobre la nuca del patricio. La cabeza fue separada del cuerpo de un solo corte, la cual rodó hacia un costado, el torso cayó de frente. De la herida rezumo sangre como un río, la cual fue recorriendo los recovecos del suelo que había entre cada fragmento de mármol hasta llegar al nerium. La tierra sobre la cual estaba fue bebiendo sin cesar la sangre que llegaba desde el cuello. Cumplida la misión, los legionarios molieron a puñaladas a Perterix el cual, creyendo en el honor de aquellos hombres, no huyó ni bien tuvo la oportunidad. Acto seguido los soldados del emperador incendiaron la propiedad y partieron.
IV
Pasaron los años, las décadas y las centurias, hasta que un día, sobre los restos de la finca y en el mismo lugar donde existió el nerium fue, con lentitud, creciendo uno nuevo. Durante los primeros meses parecía ser un nerium común como los demás, pero cuando terminó de madurar y llegó la primavera dio flores de pétalos rojos. Era un color que atrapaba la mirada de cualquiera, su perfume era embriagador como el vino. Los eruditos dicen que aquella planta se convirtió en el símbolo de los ambiciosos, no hubo general y político de Europa que no poseyera, en secreto, una flor de este arbusto especial. Alarico, Carlomagno, Ricardo corazon de leon, Carlos I, Soliman el Magnifico, el mismísimo Napoleon, todos ellos y muchos otros llegaron en las noches de primavera, sin ser vistos por nadie, a buscar estos pétalos que alguna vez supieron ser cuidados por Cayo Marsonio Plotonio.
Autores de Concordia
