PINCELADAS

La población más heterogénea y más curiosa de la república es, seguramente, la que acabo de visitar y que vive perdida entre los pajonales que festonean las costas entrerrianas y santafecinas, allá en la región en que el Paraná se expande triunfante.
Qué imponente y qué majestuoso es allí el gran río, con sus embalsados que parecen islas flotantes; con sus pajonales impenetrables que quiebran la fuerza del oleaje y defienden del embate continuo la tierra invasora que poco a poco lo estrecha y que ya luce orgullosa su diadema de ceibos y de sauces; con sus nubes de garzas blancas que al volar semejan papelitos que arrastrara el viento; con sus bandadas de macaes que zambullen chacotones persiguiendo las mojarras entre los camalotes florecidos y con sus nutrias y sus carpinchos y sus canoas tripuladas por marineros de chiripá, que parece que allí nomás, a la vuelta del pajonal, han dejado el caballo y las boleadoras!
Qué curioso y qué original es este gran río que lucha desesperado por ensanchar sus dominios! Cómo se defiende la tierra de sus ataques y cómo avanza , tenaz y cautelosa, aprovechando la menor flaqueza de su adversario y con qué orgullo tremola, como un pendón de triunfo, la florescencia vistosa y fragante de la vegetación que alimenta!
Aquí, el río impetuoso arranca de cuajo un pedazo de isla, y le arrastra mansamente, desmenuzándole hasta dejar en descubierto los tallos trenzados de las lianas y camalotes que formaron su esqueleto.
Allá, va a tenderlo como un rompe-olas, ante un ceibo veterano cuyas raíces sirven de asidero a las zarzas y enredaderas que ya dibujan en su contorno un futuro albardón, o lo estrella con fuerza sobre el tronco rugoso de un sauce sin hojas, paradero habitual de los enlutados biguaes encargados de la vigilancia de la comarca.
Más lejos, la tierra avanza un red de plantas sarmentosas –protegida por otra de esos camalotes cuyos tallos parecen víboras y cuyas flores carnudas, pintadas con colores de sangre sobre fondos cárdenos, exhalan perfumes intensos que marean- y, lentamente, va extendiendo su garra sobre el río, inmovilizando sus olas, aprisionando los detritus que arrastra la corriente, hasta poder formar un albardón donde la vida vegetal se atrinchera para continuar con nuevos bríos la lucha conquistadora!
Este vaivén, esta brega de todos los instantes, da a la región una fisonomía singular e imprime a todos sus detalles un sello provisorio, un aire nómade, que, bien a las claras indica al observador que ha llegado adonde la civilización no llega aún, sino como un débil resplandor que está en el desierto, en fin, pero no en el de la pampa llana y noble –donde el hombre es franco y leal, sin dobleces como el suelo que habita-sino en otro, áspero y difícil, donde cada paso es un peligro que le acecha y cuyo morador ha tomado como característica de su ser moral la cautela, el disimulo y la rastrería que son los exponentes de la naturaleza que le rodea; que se halla en el país de lo imprevisto, de lo extraño; en la región que los matreros han hecho suya por la fuerza de su brazo y la dejadez de quienes debieron impedirlo; en la zona de la república donde las leyes del congreso no imperan, donde la palabra autoridad es un mito, como lo es el presidente de la república o el gobernador de la provincia.
Pensar aquí en la Constitución, en las leyes sabias del país, en los derechos individuales, en las garantías de la propiedad o de la vida, si no se tiene en la mano el Smith & Wesson y en el pecho un corazón sereno, es un delirio de loco, una fantasía de mente calenturienta, pues sólo impera el capricho del mejor armado, del más sagaz o del más diestro en el manejo de las armas.
-¿Y cómo arreglan ustedes sus diferencias, preguntaba a un viejo cazador de nutrias, cómo zanjan sus dificultades?
-Asigun el envita es la rempuesta! Si uno tiene cartas, juega, y si no se va a barajas!
-Es decir que aquí sólo tiene razón la fuerza?
-Ansina no más es señor ! …Aquí, como en todas partes, sólo talla el que puede!
No obstante, a medida que uno sube de las tierras bajas a las altas, la vida del hombre cambia, como cambia la naturaleza que le rodea: las pajas desaparecen bajo el manto tupido de la gramilla, los ceibos y sauces son substituidos por el espinillo y el ñandubay, los ranchos no son ya miserables chozas quinchadas, sino construcciones de paja y barro que resguardan de la intemperie.
En vez de la desolación que reina en aquellos, alegran la vista de estos algunas aves caseras y un enjambre de muchachos que juegan bajo el alero.
En las tierras altas están los hombres de responsabilidad, los diablos que se hacen santos, los que lucran con el esfuerzo de los nómades sin techo y los que, a su vez, son sus víctimas en las horas de escasez; en las bajas, habitan los desheredados, los que recién llegan a la tierra de promisión donde no hay piquete de seguridad ni comisarios, donde a nadie se pregunta su nombre ni la causa que lo trae al desierto, ni cómo va a vivir o a morir.