ENTRE LAS PAJAS

Entre estos pajonales, los hombres pierden en absoluto la noción de la vida civilizada: el nombre no es el que uno tiene, sino el que le dan los compañeros, ya sea por una razón o por otra; la patria la forman el rifle y la canoa; la religión es la de los patos que pululan en las lagunas; y los derechos individuales concluyen allí adonde a cada uno se le concluyen las garras.

Traté de saber si estos hombres sabían algo de los sucesos del día, de Chile, de las elecciones apasionadas que iba a haber en la provincia, de la ley de enrolamiento y de la movilización de la guardia nacional: no sabían nada de nada, ni querían saberlo.
Un viejo que habitaba una ranchada miserable, allá, sobre un filete de agua de los tantos que forman el río de la Victoria y que tenía a su alrededor una decena de mocetones, entre hijos y nietos, me dijo:
-Hace treinta años que llegué de Buenos Aires a estos pajonales –yo soy de San Pedro- y no he vuelto a salir más ni saldré ya! Nunca he servido, ni sé lo que es enrolarse y he vivido quieto, criando mis hijos…! ¿Lo mismo pueden vivir estos, no le parece, señor? Esas cosas son buenas pa’los doctores!...¿Pa’los pobres? Bah…Más fe le tengo al mastuerzo y a la malva sancochada!
-Así es!....Y por qué se vino, sino es imprudencia?
-Qué ha de ser, señor!...Fue por cosa de hombres!...Estábamos en una pulpería y llegó un mozo que le decían el surero y comenzó a chocar a los presentes…Yo era entonces un muchacho farfantón y medio ligero de genio y le contesté feo. Nos trenzamos y yo vine a dar a estos pajonales!
No faltó quien me contara, más tarde, la historia del viejo y por ello vine en conocimiento de los muchos claros que él dejó en su corta relación. Lo había muerto al "surero" y a dos amigos que quisieron defenderlo; había peleado policías, formando parte de cuadrillas de bandoleros; después había sido indio de la tribu de Manuelito, aquél célebre cacique que fue terror de la frontera de Santa Fe y, más tarde, tomado prisionero y destinado al famoso "seis de línea", desertó y fue a aumentar la cuadrilla numerosa de los vagos y cuatreros que, cuando ya no tienen cabida en las costas, se refugian en las islas buscando que la naturaleza los defienda y los ampare.
Más o menos todos los que habitan las chozas miserables que quiebran la monotonía de este paisaje, siempre igual, tienen la misma historia.
Si no fueran hombre del temple que son, no podrían soportar esta vida llena de privaciones y miserias, luchando con la muerte momento a momento: son libres, pero no pueden salir de esta cárcel de paja y agua que han elegido voluntariamente.
Qué fisonomías las que se encuentran, qué caras lombrosianas, qué miradas torvas, que cabezas deformes!
Muchas veces al lado de tipos criminales, cuyas facciones son reveladoras de las pasiones más brutales, encuentra uno gauchos de mirar apacible, de líneas correctas, de cara plácida y sonriente: se me antoja temerles más aún que a aquellos que llevan el estigma de sus pasiones.
"Dios lo guarde del agua mansa"…me decía ño Ciriaco, una noche que conversábamos de estas cosas, envueltos por el humo de la hoguera de paja verde que habíamos encendido para librarnos un poco de los mosquitos y refiriéndose a dos buenos mocetones que encontramos en una pequeña canoa, fondeada en medio de una sábana violeta tendida entre los camalotes, ocupados en cazar con una vara aguzada los sábalos golosos que venían a libar la florescencia exuberante y extraña, cuyos colores y fragancia deleitan pero hacen daño!
-¿Son hombres de avería?...Si parecen unos desgraciados!
-No lo niego…pero ese bajito es Juan Yacaré…y el otro es el Yacarecito!...Nunca los ha oído mentar? Aquí le dicen "los yacarés" y cuando en una ranchada se pronuncia su nombre, la gente, si no es muy descreída, señor, se santigua y reza.
-No diga, ño Ciriaco!
-Vaya!...Y cuando hombres como nosotros los encuentran en su camino, agarran para otro lao si pueden: esa gente no tiene amigos, señor…ni tiene asco!         
-Mirá!...Y yo los había tomado por cualquier cosa!
-Ansí es la vida nomás, pues!...Puritos chascos!...Vea: esos tienen de todo en el alma: incendios, violaciones, muertes, asaltos…! Pregunte luego en la estancia, al señor Gomensoro, quiénes son esas almas de Dios y ya verá!
Y con esta indicación tuve conocimiento de la vida de aquellos buenos pescadores de sábalos que, tranquilos y apacibles, gozaban de los esplendores de la naturaleza como pudiera hacerlo cualquiera.
Había pasado cerca de un nido de víboras y no lo había sospechado. ¿De qué sirven, aquí, en el desierto, los conocimientos que uno adquiere en los libros?
Desde entonces dudo un poco de las teorías criminales de nuestros sabios del día y creo que los hombres sólo se conocen por los hechos, como juiciosamente me lo observó uno de mis acompañantes a quien le repugnaban los crímenes de "los yacarés", cuando los de él eran los únicos que pudieran, según lo supe después, parangonárseles, en aquella región donde uno se duerme con la seguridad de que al día siguiente despertará teniendo de compañera alguna culebra, enemiga de la soledad y del frío en las horas del reposo!