A Jorge y Mara
Por la noche indefensa que la luna hace triste
vamos viajando. Tiemblan en la niebla las luces
de los pueblos sin nombre que nuestro rumbo cruza,
dormidos, fantasmales, parecidos, azules.
Tan vasta, la llanura no conoce sus límites,
no presiente sus ríos infinitos, no sabe
de los seres noctámbulos que se mueven por ella
como huérfanas bestias en busca de la madre.
En el aire de hielo una estrella palpita
para un montón de árboles que en el sueño se juntan:
y la luz pordiosera de algún rancho parece
que velara en la noche su esperanza difunta.
Campos de Santiago del Estero, agosto de 1999