Está aquí con su cuerpo perfecto,
sus hombros y sus piernas,
las finas manos vencedoras
y los dientes obstinadamente blancos.
Sonríe,
con el sombrero entre las manos.
Me siento la maestra, la mujer
llena de lúcida e inútil sabiduría,
la vieja enamorada
del hombre débil niño.
Del hombre dueño de la agilidad de la vida,
pasando de largo
junto a nuestra minuciosidad.
Me enderezo.
Hay algo en ti que surge finamente
a despecho de tu ausencia de pensamientos luminosos.
Hay un alerta de animal hermoso
en tus músculos firmes.
Algo de juego noble, de lucha franca.
Puedo verte braceando embetunado por el Plata
y triunfando,
con tu sonrisa sana, abierta y tentadora.
Hombre:
qué inútiles mis pensamientos trabajados
en tus dedos morenos.
Hoy, primavera, daría los tesoros logrados
de pequeña mujer dolida y mansa
por andar de tu brazo, esta tarde,
en una calle arbolada.
Sólo una tarde.
Septiembre 8/945