CAMPO

(Fragmentos)
 
                           I
 
Salud, amigos! Y salud, febrero! 
Todo lo mío es esta sombra magra
y este decir palabras inocentes: 
os lo doy. Es tan poco. . . y casi nada!
Quiero decir albricias con vosotros
de comprensión y espigas maduradas
a la lluvia y al sol de los estíos
y en un sueño de trojes y de parvas. 
Quiero decir albricias con vosotros 
de corazón y harina sazonada 
con la sal del sudor de los varones
y la sal del amor de las muchachas.
 
Áh!, nunca vi tanta alegría como 
veo en este alfalfar hecho esperanza, 
una alegría verde como debe 
ser la alegría de la gente aldeana!
 
 
                          II
 
—Eres, Manchín, el mismo; no has cambiado.
¿Cuándo has de dar descanso a tu guadaña?
 
La yunta está nerviosa por la espera 
y en el camino el sol se te adelanta. 
Buena costumbre que no pierdes nunca 
la de hacer todo por la madrugada: 
echar al agua de la tina el sueño 
y darte al campo a vendimiar tu alfalfa, 
tu alfalfa, una ternura campesina
y un consuelo de Dios sobre la pampa!
 
Cómo dicen tu elogio las esquilas, 
—ésas que a misa eglógica nos llaman— 
del cabrito feliz que se arrodilla
humildemente ante las ubres santas, 
y cómo dicen gloria los relinchos 
y cómo se hacen lenguas las payancas!
 
Por el maizal que maduró en mazorcas
y en su porfía de rasgar la chala
ya andan los hijos despertando alondras
con una copla amanecida en gracia. 
Se colmarán los trojes y el granero,
y las desgranadoras de las chacras 
tendrán motivos para comentarios:
en el morral encontrarás tu fianza, 
lucirá otra virola tu rebenque 
y cambiará el percal de tus muchachas.
 
 
                        III
 
Adiós, Hilario Acosta, y bien oído 
sea el trote de tu zaino malacara!
 
La tan sabrosa leche del reparto
sin el bautismo insustancial del agua 
da a tu apellido una patente ilustre
de honestidad como de cosa rara,
pues no dirás del poncho, que es tu lujo, 
la expresión proverbial del vasco Ibarra: 
Lo que es del agua el agua se lo lleva 
si alguna vez te lo llevara el agua.
 
Salud de leche pura y aire fresco
nos traes del campo sin pedirnos nada.
 
Por la alegría de mi sangre nueva 
y este color de vida de mi cara
salgo al camino para saludarte 
con un revuelo de palomas blancas:
 
Adiós, Hilario Acosta, y buena suerte! 
Voy a gozar tu campo esta mañana.
 
Placer de contemplar la tierra propia 
por aquí herida y por allá sembrada. 
El trato familiar con los terrones 
limpia los ojos, purifica el alma 
y una amistad que se resuelve en trigos 
pone un gesto de Dios en mis palabras.
 
Cuánto dolor de humildes campesinos
—cierta vez sangre; cierta vez plegaria— 
fue preciso amasar sobre los surcos 
por esta espiga prieta y enrubiada, 
por esta mies madura y en gavillas 
y este montón de sueño de las parvas.
 
Si habrás, Cañales, contemplado el cielo!
Si te habré visto en esas noches largas,
—largas por las angustias y los duelos, y
acaso más por las desesperanzas—  
con los ojos perdidos en la altura 
buscando un signo, cualquier signo, de agua. 
Eras un loco, pero todo el mundo 
aguardaba tu signo y tu palabra.
 
 
                       IV
 
Santos Duré —¡que en paz descanse, amigos!—
inauguró esta tierra abandonada.
Con voz de payador y pericones 
festejó en gloria la primera parva. 
Fue suyo el surco, suyo el sembradío, 
suyo el linar, la espiga engavillada, 
suyos por su fatiga y por su sangre, 
por su cansancio y por sus esperanzas. 
Todavía el lucero lo recuerda
como el primer saludador del alba 
que pule rejas y abrillanta aceros 
quebrando sueños en la tierra arada.
 
 
                       V
 
Áspero olor de aguaribay me llega 
en la brisa cereal que se desplaza 
con indocilidad de yegua joven 
por las cuchillas y las hondonadas.
 
Tiene el finar en flor ojos de gringo 
para mirar la vida y la mañana, 
voces de gringo alegran los cardales
y es gringo el sol para la tierra gaucha. 
Vinieron acordeón y granos juntos 
a infundir nuevo espíritu en la raza:
la frente, vertical a cielo y tierra, 
la mano, limpia, horizontal al agua 
y el tararear hacia los cuatro rumbos
como quien pone el corazón en danza.
 
Nadie como Carlín para el arado 
ni como Luigi para la guadaña, 
ni para dirigir la trilladora 
como el nieto mayor de doña Lala.
 
Qué de fecundidad en la familia
—prolongación de la que está en Italia
junto a las vides, madurando sueños—;
qué en la tierra sembrada y rastrillada,
tan parecida a las mujeres mismas
en el seno, en el molde y en la gracia; 
qué en las colmenas rumorosas, limpias 
en el ritual de una labor pagana; 
qué en la hacienda robusta enardecida; 
qué en la pascual, prolífica majada
y qué en el sentimiento de estas vidas
buenas hasta en la sal de sus palabras, 
hasta en la flor de sus sonrisas frescas
y hasta en la miel de sus pupilas zarcas.
 
 
                            VI
 
¡Salud, don Salustiano Castañeda! 
Quién me diera montar su malacara.
 
Ni el tostado alazán de Basaldúa 
iba a ganarme aun eligiendo cancha. 
Sus caballitos, los de mi Entre Ríos, 
bien merecen la estrofa que los canta, 
la estrofa del marucho que ha dormido 
sobre los cojinillos hasta el alba 
y en la huella, de cara a las estrellas: 
caballitos de nervios y de estampas, 
firmes en el andar por los caminos, 
fuertes para el repecho en las lomadas, 
fieles al rumbo como a las querencias 
y al corazón como a las esperanzas.
 
Este es día de gloria para el verso: 
cantar la libertad reconquistada, 
decir el bien del vuelo y de la copa 
y agradecer la pulcritud del agua. 
La paz de la campiña soledosa
reconforta el vivir, contenta el alma, 
ilumina las sienes, limpia el pecho 
y da color y aroma a las palabras.
 
Quien nace aquí recibe de la tierra 
el bien de una bondad que no se iguala: 
como en un generoso entregamiento 
la avena espiga, el manantial abraza, 
se afelpa el trébol, la estación madura, 
el viento sopla un aire de chicharras, 
y el corazón es lámpara encendida 
y es encendido el canto que se canta 
aún perdida la próxima cosecha 
y aún perdida la última esperanza!
 
Esta vida de amor, que es la que vivo, 
no es sino una expresión de tierra santa: 
aran en mí, siembran en mí, rastrillan
en mí, y en mí cosechan y en mí emparvan.
 
Yo soy el campo. Y como el campo vuelvo
a la ciudad por esta calle larga 
que prefiere la flor del duraznero
y el olor y el color de las naranjas, 
con el motril que refrescó las siestas, 
con el morucho que anudó distancias,
con el pastor que fatigó caminos 
con el boyero que rompió las albas;
 
Y vuelvo con el pasto y la sandía, 
con el trigo, el maíz y la cebada 
que hacen el pan de la honradez y ponen 
las manos juntas en acción de gracias 
por tanto llanto, y tanta sangre y tanto 
sudor caídos en la melga parda.
 
Y a la ciudad me adentro, enamorado, 
con la canción rural de las calandrias!