DEDICATORIA: A LOS PERROS

 

 

                   
                             El cielo y la tierra pasarán; 
                             pero mis palabras no pasarán.
                             Evangelio de San Marcos, capítulo XIII, v. 31.

Y por eso...
A vosotros, ¡oh, perros!, que lleváis sin quejaros el alma vanidosa de Cristo bajo el pellejo purulento de Job. A vosotros, que al igual que los leones ponéis en vuestro aullido el lamento de los cisnes agónicos. A vosotros, que podéis disfrutar el supremo placer de la hidrofobia. A vosotros, que sabéis comprender toda la inteligencia de un mordisco. A vosotros, que sentís por la luna amores de Platón y por los gatos odios de Zarathustra. Sí. A vosotros, ¡oh, perros!, dedico este breviario de oraciones.
 
Es un libro de rezos prohibidos. No son rezos para goce de labios. Son rezos para fruición de aquellos corazones en cuyo fondo viven, graznan y se inmortalizan los justicieros buitres del odio. El odio es la única virtud que ha inspirado este libro... Afortunadamente, la muchedumbre, con tajante ademán de guillotina, ha de excomulgarlo por inútil. ¡Afortunadamente! Esta será buen augurio de sol... El silencio de los bosques de carne hará germinar el triunfo de este libro infecto de blasfemias... ¿Blasfemias? Sí. Blasfemias prohibidas por los muy ilustres monseñores del abecedario, que habiendo digerido leyes –leyes de gramática, de sentido común, de honestidad-, vense obligados a defecar decálogos de literatura, de geometría moral y de opiniones... ¡Sabios! Mis vértebras no aprendieron en la escuela de la vida ninguna genuflexión para esos sabios.
Este libro debiera estar dedicado a los hombres. Pero no puedo. ¿Comprendéis? No puedo... Odio a la humanidad con el enorme, con el terrible, con el formidable, con el espantoso, con el dulce, con el melancólico desprecio que ella merece. ¿Por qué? No sé. Ni me importa. La odio porque sí. "Única razón de sabios y locos." Yo no he nacido para escribir libros que deleiten a las multitudes. Ni libros que hagan rebosar de alfalfa los pesebres. Ni libros que llenen de lágrimas los ojos y de risa las bocas.


Los virtuosos se persignarán. Las vírgenes tendrán fuertes, raros, rojos ensueños. Los que puedan tirar la primera piedra rugirán diciendo que este es un libro impúdico. Tal vez... Nunca he podido practicar el pudor que legislan los cánones. Pero adivino que este libro tiene el sacrosanto impudor de los cadáveres que yacen desnudos en los anfiteatros. Creo que este libro tiene la casta obscenidad de los niños desnudos. La inocencia y la muerte valieron siempre más que las hojas de parra.
Este libro es demasiado bueno o demasiado malo para que los ojos humanos  puedan comprenderlo. Hay dos maneras de ser inaccesible: "águila o gusano" (Victor Hugo).
Y Mack Spangenberg: "Este libro no ha sido escrito para que se lea, sino para  que se comprenda.


Este libro no ha sido escrito para que se lea, sino para que se comprenda... Por eso, ¡oh, perros!, a vosotros, que tenéis en los dientes la justicia con que debieran ser juzgados los hombres; a vosotros, que no habéis frecuentado academias ni probasteis el agua que da para beber el padre Astete; a vosotros, perros sin dueño, perros sin báculo, perros tristes, perros enfermos, perros apóstoles; a vosotros, perros tísicos, hermanos de San Vicente de Paúl, de Paul Verlaine, de Carlos de Soussens y hermanos míos; a vosotros consagro este libro. Los hombres no tendrán el derecho de juzgarlo.
¿Hay necesidad de otros motivos? Los perros son perros más honestos que los hombres. Un perro sabe querer. Un hombre ni siquiera tiene el talento de odiar. No sabe odiar con honradez, con dignidad, cándidamente. Un perro, cuando odia de verdad, ladra y muerde. Un hombre en igual caso inventa la calumnia. Cuantas más caricias prodiguéis a los hombres, más puntapiés recibirá  vuestro amor. Si Nietzsche cree que el hombre es algo que debe ser superado, yo creo que el hombre es algo que debe ser extinguido. Oíd a Alberto Arnó: "Desde su contacto con el perro, el hombre se ha humanizado". Y Arnó murió de hambre...
A través de la vida he hallado más fraternidad en los perros que en los hombres. Los hombres han hecho de mí "un hombre". Por ellos, a veces, hablo bien de la virtud y creo en la doncellez de Juana de Arco. Por ellos creo, con más fe que la del centurión de Cafarnaum, en el milagro de los dos peces y de los cinco panes. Por ellos ya no podré vestirme con la artística desnudez de los charrúas. Por ellos no creo en la virtud del zaimph, el velo cegador de la diosa Tanit. Por ellos he sido mártir de mis propias virtudes.


Y por ellos (y he aquí el único bien que ellos me han hecho), por ellos os dedico este libro.

De: "La ciudad de los locos"