SI HOY FUERA SIEMPRE. ANTOLOGÍA POÉTICA 1978-2002, PRE-TEXTOS, VALENCIA, 2007

Sorprende el paralelismo entre la última poesía española y la argentina. Pablo Anadón en el prólogo a Señales de la nueva poesía argentina (Llibros del Pexe, Gijón, 2004), nos cuenta que allí predomina una línea rupturista, muy influenciada por “el objetivismo norteamericano y anglosajón en general”, en la que “se diría plenamente ausente la lección de la poesía española y de la hispanoamericana previa al surgimiento de las vanguardias (hay cierta fobia en ellos hacia toda la poesía con métrica y rima, lo cual los aleja incluso de antecedentes importantes en la indagación realista, tales como Baldomero Fernández Moreno en la Argentina, Luis Carlos López en Colombia o Ramón López Velarde en México)”. Fuera de esa línea se encuentran algunas voces apenas atendidas, que Anadón agrupa dentro de un “lirismo atenuado”.

Entre estos poetas líricos destaca Alejandro Bekes (Santa Fe, 1959). Anadón, en el mismo prólogo, los describe. “No desdeñan los recursos métricos […] Los líricos indagan más bien por medio de la piedad y la simpatía —en su sentido etimológico— en la multiplicidad de ocasiones trágicas y tragicómicas que ofrece la experiencia del hombre contemporáneo, empleando la ironía limitadamente, como correctivo, sólo como un medio para evitar lo patético y la (auto)conmiseración […] Tratan de escribir bien, vale decir, ser dignos de la lengua que utilizan y extraer la mayor intensidad expresiva posible del idioma […] escriben sus textos como personas que hablan con su vecino, pero también como personas que leen y releen con pasión […] es un lirismo apagado, en sordina, que busca eludir toda retórica del énfasis. […] Dado que tal lirismo se manifiesta a menudo como un plus de la vivencia concreta, como una luz que inesperadamente tornasola de nuevos sentidos lo que ya se creía conocido, la poesía de estos autores suele asumir el carácter de una indagación metafórica y meditativa sobre los materiales de la cotidianidad, que se muestra tanto en las imágenes como en el tono epigramático de muchos de sus textos”.

He citado abusivamente a Pablo Anadón, lo confieso; espero que la oportunidad de ida y vuelta de su prólogo me disculpe. Y también la necesidad de que no pareciese que al reseñar la obra de Alejandro Bekes forzaba una oratio pro domo sua, esto es, por la poesía de aquí que más me interesa. El paralelismo nos sitúa, sobre todo, en una posición inmejorable para conocer de cerca los riesgos de la obra de Bekes y para valorar sus méritos. Él, que apuesta por una poética de menos relumbrón y sorpresa, nos emociona más.

¿Cómo lo consigue? Aunque hablaba Pablo Anadón de una lírica con sordina, Si hoy fuera siempre encierra una diversidad de tonos muy grande, con exclusión, eso sí, del griterío o la extravagancia, por un extremo, y del silencio o la vaguedad, por el otro. No excluye el canto, ni en el sentido dantesco del término ni en el sentido salmódico: véanse los poemas “Paolo” y “Trenos”, respectivamente. En cuanto a los temas, la variedad es también grande: desde deliciosas celebraciones de la vida familiar —Van y vienen triciclos cargados de rodillas— hasta hondas elegías —ya todo lo que tengo es el pasado—, logrando, entremedias, conmovedores versos de amor: Cuando ella te miraba, amanecía. Bekes es capaz de montar eficaces monólogos dramáticos, dignos de un Cernuda, como el poema “Alvar Núñez encuentra las cataratas del Iguazú”; y sabe de sombras borgianas —En los cristales que la tarde azoga / vagamente una cara se dibuja / sustituyendo al día— y de retratos con resonancias machadianas:

Rojo entre las perdidas arboledas
sufre el camino las dos ruedas duras
del carro, el golpe de las herraduras
y el látigo en el aire. Las dos ruedas

torpes sacuden algo como hueco
que va en el carro. El hombre del pescante
está de luto. El arrebol errante
pierde la canción fúnebre del eco.

El hombre oscuro en el camino rojo
tiene la voz sin vida y es mi padre
y los caballos trepan entre espinas.

Y el rocío embalsama ese despojo
que va detrás, la caja de su padre;
la trágica dulzura en las colinas.

No rehuye la poesía religiosa, que dedicada “Al Dios que se ha eclipsado”, reza: Tú que estás esperándome en la muerte. Ni tampoco la poesía civil, con sentidos poemas a Argentina y a su historia reciente.

Si entre tal variedad de tonos y temas todo suena a Alejandro Bekes, es porque estamos ante un poeta de una técnica depurada (compruébese, por ejemplo, en la segunda estrofa del primer soneto del díptico “Ecos”) y de una amplia cultura abarcadora. Ha sido traductor de Virgilio, Horacio, Dante, Petrarca, Shakespeare, Baudelaire, Gérard de Nerval, y ha publicado ensayos sobre Fray Luis de León, Cervantes, Rubén Darío, Antonio Machado, Cernuda, Borges, Eco, etc. Esto deja, como es natural, un poso de indiferencia hacia novedades y rupturas. Uno estaría tentado a afirmar, precisamente, que el mejor Bekes es el que hace gala de tanto culturalismo vivido: el que se trae lo de siempre a su hoy. Pero quizá convenga afinar más y precisar que el mejor Bekes, como todo poeta, es cuando toca el corazón del lector, cuando llega al fondo misterioso de la vida, que es de lo que se trata. Lo hace a menudo. Así, en este poema, que es además, por cierto, culturalista y shakesperiano, y se titula “Verona”:

La alondra al alba gorjeando explica
el agua en las acequias que la noche
enturbió de secretos, y las gotas
de oro en racimos todavía verdes
y la ilusión del día que comienza.
Anoche acurrucada entre las briznas
del nido, sobre el brazo de su roble,
oyó trinar oscuro al ruiseñor.

Ella no sabe que su canto hiere
la dicha de los cuerpos en la sombra,
que destierra a Romeo, que despuebla
la ciudad y despoja a los felices
(tampoco el ruiseñor pensaba en ellos).

Prosiguen los planetas en sus órbitas
y Fray Lorenzo recoge sus hierbas
y Capuleto calza sus zapatos
y la alondra da al éxtasis del alba
su canto que destroza a los amantes.

Esto es lo que llamamos inocencia.

Enrique García-Máiquez