LO LÍRICO, LO ÉPICO Y LO SATÍRICO EN EL CANTO PAYADORESCO

En los payadores aparece, en general, la fibra patriótica y la tendencia tradicionalista, junto con la corriente amatoria. A par de la nota amorosa, las ternuras y los desengaños, en su lirismo expresan su condición andariega, sin olvidarse jamás del pago, de la querencia, del nativo lugar. Por eso en sus versos entran siempre estos elementos líricos: el trabajoso amor del pobre que anda peregrinando, el romántico amor del bardo andariego que lleva enredadas en las cuerdas de su guitarra plurales suspiros de femenino rendimiento, y los volvedores fantasmas del recuerdo, la melancolía y la nostalgia, que en la saudade es una tortura fina, un dolor pausado y hondo, ineludible y necesario porque es de amor su raíz; una emoción que va abriendo surcos entre ruinas adorables, cortando territorios de vida y de muerte en busca del hontanar de las lágrimas. Pero en las muestras de poesía payadoresca que hemos podido examinar -apresurémonos a señalarlo-, de la Argentina, del Uruguay, del Brasil, de Chile y de otros países, no es la nota triste la que predomina. El canto del payador no es, de ningún modo, la voz de un vencido. Lo que tiene de agónica en el sentido prístino que Unamuno quiso restaurarle al vocablo, es precisamente porque se trata de una voz de militancia, de pasión y de lucha. Comenzando por que el oficio del payador no es, simplemente, el de cantar, sino el de cantar opinando, como lo definió concretamente José Hernández, payador genial que entendió muy bien el carácter de tal oficio. Su oficio es una misión. Y esa misión no se puede cumplir bajo el signo de la derrota. El payador se les enhorqueta a las penas sin miedo, como buen jinete. Se agencia de alegrías y las desparrama a su alrededor. Es generoso de su tesoro de optimismo. Cura las heridas de su aguerrido pecho con el aire del mundo. Y con el de su propio canto. No busca el aislamiento, sino la sociabilidad. No es solitario habitante de una torre apartada, sino un animador de las reuniones. Así lo reconoce -entre otros- Arturo Torres-Rioseco, cuando observa que el payador "llegó a ser una institución, no como cantor solitario, sino como centro de actividad social".1 Ese cantor lamenta, sí, los perdidos bienes, los contrastes sentimentales, los accidentes del camino, pero no es la elegía la que alberga en el caracú de su poesía viajera. Los remedios con que alivia su propio dolor, los aplica contra dolores de todos. Y a menudo la poesía payadoresca se reviste de un aire festivo, de igual modo que aparecen en ella la nota satírica y el elemento épico. Acerca de lo que representaba en el ambiente popular chileno la justa payadoresca, dice Fernando Alegría:

"Para el pueblo la ocasión de un contrapunto, constituía una festividad especial; era la culminación de toda una serie de proezas en que  el valor criollo se vestía de gala".2 En las fiestas campesinas -carreras, rodeos, topeadura- no dejaban de hacer su aparición  los payadores.

Sin duda será posible encontrar también, en los cantares payadorescos, notas de amargura y desengaño, de dolor impotente ante lo que pareció irremediable, de pesimismo quizá en algún momento. Pero por lo común hay en el caudal de ese canto, con la persistencia del río que tiene sus crecientes y bajantes pero que jamás se estanca ni se agota, una entrañable y potente energía optimista, una reiterada prueba del coraje de vivir, una constante ratificación de pujanza espiritual. Fuerzas de que los cantores se armaron en su largo camino, en sus experiencias; múltiples, en sus victorias sobre el dolor, pero que sin duda extrajeron de la gran fuente originaria: de los inexhaustos manantiales populares, de la entraña del pueblo de donde nacieron, puesto que es allí donde están todas las reservas milagrosas, como que el pueblo intuye o adivina lo que será finalmente luz triunfadora en todas las conciencias: que aunque lo estén matando desde hace tantos siglos sigue siendo inmortal y por lo tanto invencible.

Las referencias de Concolorcorvo en su itinerario rioplatense aluden principalmente a la faz lírica de la poesía payadoresca, al decir que las coplas de los gauderios -por los cuales no muestra ninguna simpatía- "regularmente ruedan sobre amores", así cuando habla de los "mozos nacidos en Montevideo y en los vecinos pagos", como cuando se refiere a los del Tucumán. Pero también menciona las pullas que se dirigían unos cantores a otros. Vale decir: el canto de contrapunto.3 Composiciones amatorias, coplas, décimas y otras formas populares -como el cielito, muy a menudo mencionado en las crónicas del siglo pasado- eran sin duda frecuentes en la voz de los payadores, tanto en su repertorio memorizado como en sus improvisaciones. Esta frecuentación lírica -inclinación poética y humana- la encontramos igualmente en los poetas populares y cantores de las últimas épocas que hemos escuchado o leído, así como en las noticias reunidas, de distinto origen. Sentimientos íntimos; recuerdos, penas y nostalgias; lamentos de dichas idas y esperanzas de felicidad futura; la nota sentimental (y el matiz romántico más allá y más aquí de toda escuela literaria); los elementos, en fin, en que se funda y expresa lo lírico, están en la canción vagabunda del payador. Lograr -con libres impulsos, sin sujeción a modelo literario alguno-, el canto civil, social, popular, con calor de cotidianidad y sentido histórico, con luz y fuego de nuestro tiempo, con elementos épicos sin rechazo de las esencias líricas, teniendo en cuenta que a menudo hemos visto producirse la fusión de lo lírico y lo épico.

La descripción de costumbres, trabajos y cosas del terruño, entra frecuentemente en la temática de los payadores, principalmente cuando el canto no es de contrapunto: cuando improvisan solos. Asimismo el relato de sus propias andanzas y aventuras. O brindaban su experiencia y su filosofía personal en sus reflexiones de hombres largamente ejercitados en el oficio de vivir; o en forma de consejos, aspecto que reflejó también Hernández en su clásica obra, donde vemos a Martín Fierro y al Viejo Vizcacha aconsejando, cada uno de acuerdo con su particular modo de ver, con su rumbo en la vida, con su modalidad esencial. Muchos poetas populares y payadores han dejado compo­siciones en este subgénero filosófico (si así puede clasificarse) de los consejos. Así José Betinotti, Evaristo Barrios, Luis Acosta García, Francisco N. Bianco, Andrés Cepeda, Alfredo Lagazio, etc. Hasta el sainetero Alberto Vacarezza se sintió inclinado a seguir tales huellas y escribió los "Consejos del Viejo Irala".

El gaucho Basilio Barboza, célebre peleador descripto por Hudson y que era también cantor, animador de reuniones, atraía la atención de los oyentes cantando "décimas autobiográficas y filosóficas". Era tan famoso por sus duelos a cuchillo como por sus décimas. Su voz era áspera, pero "lo interesante de su canto estribaba en las originales palabras que narraban algunas de sus aventuras, mezcladas con ideas y sentimientos de cosas en general condensadoras de su filosofía de la vida".4 Eran las características esenciales de esos rústicos trovadores, por lo cual su canto despertaba tanto interés en los auditorios gauchos. A menudo surgía también el matiz histórico y la resonancia épica, como cuando el mismo Barboza empieza a narrar hechos del trágico año 1840 (el año de la infausta campaña final de Lavalle), "cuando citaron a todos los enrolados", según la referencia del cantor.

El Dr. Estanislao Zeballos, después de referir, en la segunda mitad del siglo pasado, las escenas a que daba lugar la boleada del ñandú en la pampa, con diarias y peligrosas correrías que se prolongaban por uno o dos meses, dice que "en las pulperías, bailes y velorios las proezas de los más hábiles gauchos durante la jornada dan tema a payadores inspirados".5

Una poesía que relata lances y hazañas, es una poesía de carácter épico, aunque esté alejada de los modelos antiguos.  

Una poesía que narra episodios movidos, despliegues de esfuerzos, baquía y coraje en un duro ambiente, como esos a que alude Zeballos, en los que afrontaban peligros -que a veces costaba la vida, según el citado autor- en el arisco escenario del desierto pampeano, es una poesía con abundantes elementos épicos (aunque en ocasiones se hallen fusionados con lo lírico), por más que la narración poética de los payadores carezca de tono heroico y solemne, y aunque los personajes que allí se mueven sean anónimos. Así como aquella poesía que sea capaz de pintar el heroísmo oscuro del pueblo en sus diarias batallas por el pan, o el ya menos oscuro de los momentos de mayor tensión en otra clase de luchas, será también una poesía con sustancias y estremecimientos épicos, aunque en ella no aparezcan héroes arquetípicos, ni fragores bélicos, ni coronamientos gloriosos.

La tensión épica se acentúa en el enfrentamiento de los troveros, en la batalla del contrapunto, cuando los cantores se miden en su talla como tales y en el tamaño de sus razones.

Cuando su patriotismo de hombres del pueblo pregona el ansia de una patria, grande, libre y feliz, o cuando protestan contra las injusticias de las castas mandonas, la vibración épica está en su voz.

La payada tiene algo de aventura, de dramático viaje hacia lo imprevisto, de retadora travesía por la zona del riesgo. Algo hay también más allá de la música y las palabras, en la hondura abisal de la vihuela y en los horizontes del alma del cantor.

Los payadores muestran, por lo común, un espíritu festivo, una inclinación chacotona y optimista, alejada de la tendencia elegíaca, de la "lloradera" del Viejo Pancho y del agobio de mortal tristeza con que Eduardo Gutiérrez quiso presentar a Santos Vega. Los payadores son, en todas partes, animadores de las reuniones (y hasta hay reuniones que se realizan exclusivamente en torno al cantor); comunicadores de voces estimuladoras y no agentes del pesimismo. Alegres ráfagas andan siempre en su canto, por encima de las penas más cargosas. Y entre la frecuencia de lo festivo, de lo humorístico, de lo burlesco y de lo irónico (a cuya corriente no es ajena una intención de jarana compartida, de broma sin ofensa, de travesura amistosa) aparecen asimismo, ya con más punta y alcance las saetas satíricas, cuando se ataca "como changüisiando", cuando en el aire chancero va la intención crítica, cuando entre lo risueño va el chuzazo.

Encuéntrase también el elemento picaresco, administrado con bastante sobriedad y que a veces se vincula, como en las viejas corrientes clásicas, con la sátira de alcance político y social.

Todos esos elementos, reconocibles en la poesía popular y payadoresca, ponen su matiz en la obra de poeta que, como Hidalgo y Hernández, mostraron atentos a la tradición representada por los modos poéticos de los payadores, a las manifestaciones del espíritu popular y a la realidad circundante. Y advertimos de nuevo su persistencia, su carácter y su proyección, en algunos "compuestos" aparecidos últimamente y en otras expresiones de poesía de índole popular y militante que, en ciertos momentos y en ciertos regímenes, constituye un aspecto de la lucha del pueblo desarmado contra los que, esgrimiendo desde el poder toda clase de armas, quieren someterlo todo a sus dictados y no desean oír más voces que las de los monótonos coros la adulación.

 

1- Arturo Torres-Rioseco: La gran literatura iberoamericana, p. 175, Emecé Editores, Buenos Aires, 1951.

2- Fernando Alegría: La Poesía chilena. Orígenes y desarrollo, p. 141, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1954.

3- Cf. Concolorcorvo: El lazarillo de ciegos caminantes, pp. 37 y 114-15, Ed. Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1946.

4- Guillermo Enrique Hudson: "Allá lejos y hace tiempo", pp. 161 y 163 Ed. Peuser, Buenos Aires, 1945.

5- Estanislao S. Zeballos: Viaje al país de las araucanos, p 100, "La Cultura Popular", Buenos Aires, 1934.