BOLITAS

 

 

ABUELA Balbina guardaba unas cajas llenas de trompos y bolitas de colores y sartas de argollitas galvanizadas. Con ellos habían jugado cuando niños nuestros tíos. En aquel tesoro infantil que heredábamos, había trompos y bolitas magníficas, muy bien conservadas. En tales conos de madera y esferillas de cristal, lucían todos los colores del iris y las gemas. Y también los había llenos de marcas; bolitas y trompos veteranos de los juegos a las "Quemas” y a la "Troya".
          Entre las bolitas, de tres tamaños, algunas eran de mármol, medianas, y otras de vidrio, ya en las combinaciones cromáticas más diversas.
          Del tamaño de un kinoto eran bolones de color de fruta o azul obscuro o verde rayados de plata; o pálidos, color de luna, en cuyo interior se movía una gota de agua. Otras eran bolitas diminutas a las que llamábamos "piojitos" y su color ya era rosado, ya celeste, ya verde nilo con un remolino dorado adentro.
          A ésas se agregaban otras de vidrio en colorido moderno, a las que denominábamos bolitas ahumadas.
          Se jugaba al Cuadrito, a la Cuarta, al Triángulo y a las Chantas.
          Era vistoso el juego del Cuadrito. Primero se punteaba al cuadrito con los balines. El ganador tiraba a sacar la serie de bolitas que estaban en juego. Si su puntero se quedaba adentro del cuadro hacía "molde", perdiendo por ello.
          Cada jugador a su turno podía —según le conviniera— tirar al puntero del contrario, en vez de al cuadrito y, de acertar, ganaba.
          En el juego a la Cuarta se competía haciendo rebotar contra un muro la bolita, a fin de acercarla a la del contrario dentro de la medida de un palmo.
          Para lograr la Cuarta, a veces nos tironeábamos los dedos meñique y pulgar, sacándonos "mentiras".
          Al Triángulo y a las Chantas, juegos de habilidad en hacer blanco, se resquebrajaban las bolitas de vidrio, saltándoles cachos, pues los punteros eran casi siempre balines de acero. Y a las bolitas con dichas roturas, las denominábamos "cachusas".