ETERNIDAD DEL SOÑADOR

 La poesía de Alfonso Sola González

 por MARTA ZAMARRIPA

                                                  Introducción
     La obra poética de Alfonso Sola González está contenida en cinco libros. Cinco libros escritos muy espaciadamente, que condensan uno de los mayores cauces de belleza en la lírica y argentina.
     Su grandiosa obra no ha sido suficientemente conocida ni valorada en la dimensión que merece. Aunque figura en todas las antologías poéticas importantes. Con inteligencia de amor he querido recorrer sus poemas, sin olvidar la entrañable lección de Rilke: "Las obras de arte son de una infinita soledad y por nada tan poco abordables como por la crítica. Solamente el amor puede comprenderlas y ser justo con ellas."
     La poesía de Alfonso Sola González, como toda poesía auténtica da testimonio de una validez lírica y humana que afirma la universalidad de las heridas junto al rastro esquivo de la belleza absoluta.
     Quienes se han referido a la poesía de Alfonso Sola González, han dado de él únicamente una visión de poeta nostálgico que no responde a su verdadera naturaleza.
     Si bien perteneció a la generación poética del '40, como lo señalan aquellos que se han ocupado de estudiarla, su trayectoria posterior muestra el desarrollo de caracteres muy singulares y de una temática que poco tiene de común con los escritores de aquella Generación.
     Para entrar en la obra poética de Alfonso Sola González, es necesario separar dos momentos de su poesía.
     Porque esa nostalgia que revela en sus primeros libros y que suele encarnarse en algunas figuraciones míticas como Daphne, Palemor, Lochen y otras, nace de una inmersión, de un buceo, en las aguas sin ondas de lo absoluto.
     Es una poesía universalizada, abierta a un mundo total. Una poesía de coevidad. De aprojimación.
     Alfonso Sola González es el poeta del hombre caído. Del hombre brizna de eternidad que desde el polvo clama por la esperanza.
     Amor, tiempo, vida, muerte, valimientos y desvalimientos, esperanzas y desesperanzas de la criatura humana entretejen, movidos por un viento que agita encendidos reclamos una poesía que puede definirse como un hondo canto de amor humano al agónico hombre de su tiempo.
      Alfonso Sola González es el poeta crucificado en su siglo. Un siglo que ha ostentado como fantasmal paradoja, junto al frenesí por las conquistas espaciales, la trágica radiografía de la guerra, el rostro del hambre, la vigencia de sistemas opresores de calamitosa explotación que sumen a los hombres en la alienación y la desdicha. Desde esa crucifixión el poeta se vuelve hacia los otros para alzarse, identificado con el más miserable y desvalido en un canto de profunda intensidad. En un canto testimonial.
"...porque ya las sirenas duermen en los castillos de los ojos del mar y el canto es, ahora, el aullido sin tregua de los hijos del pueblo." Porque
"escribir un poema es morir viendo
al dragón de las siete diademas
y a la mujer que ha de parir hijo varón.
Es morir como testigo de la muerte que muere
cuando, hijos del pueblo,
en las redes que los mares no mojan
rescatemos el pez que fue nombrado Pan.
Y entonces sí, camaradas, peregrinos, soldados del desierto,
hijos del pueblo, tendremos que volar con dinamitas las cadenas
Y morir la no muerte
Y gritar junto a las bestias sagradas de los últimos días
que el profeta ha llegado otra vez a la tierra."
("Hijos del pueblo" (Apocalipsis 12         )
     La evolución de su poesía puede explicarse clara y comprensiblemente a través de dos etapas vertebradas, ambas, sobre la conciencia de lo absoluto pero marcada visiblemente la segunda de ellas por la lúcida conciencia de vivir un tiempo histórico desgarrado, por un asumir el signo de los tiempos.
La primera etapa evoluciona desde la nostalgia y la añoranza de un tiempo en que 
"la esperanza quiso tener nombre sin derrotas",  a la soledad asumida como destierro:
"La soledad es fiel. Lento el destierro".
      La segunda etapa se vertebra sobre un progresivo asumir los problemas existenciales del hombre, sobre un acentuado amor por el desvalimiento de la criatura humana, sobre un vuelco amoroso hacia los otros, aquellos
"de quienes conocí su mesa
y sobre su mesa el pan del desamparo
y sus oscuras manos ofreciendo la pobreza y el frío".
("Cantos a la noche." Mendoza 1963)
     Es con ellos que se integra en un canto nuevo que sale como un vuelo con su reclamo liberador.
     Su voz es la voz del poeta que asume su ser poético total, encajado en lo histórico, transustanciado con lo histórico en una cosmovisión totalizante.
     Es la voz del poeta capaz de hacer de la palabra no sólo una epifanía de lo trascendente, sino de ser un anunciador de la transformación por la que entregan su vida los hombres:
"todos cantando, 'hijos del pueblo te oprimen cadenas
y esa injusticia no puede seguir' todos pisando la última hoja del otoño, la última, violada para siempre en los dedos inocentes del pueblo.
Vea, señor, tal vez nos entendamos si usted conoce
la fórmula de la dinamita Sí, la del doctor Nobel que una tarde se perdió en un bosque de cedros milenarios y nunca más volvió..."
     Es la poesía que canta sin cesar su clamor de libertad desde la plenitud iluminada de su contemplación. Y es que su palabra poética, más que condicionada por su tiempo histórico, está consustanciada con él; está empapada en la sangre y la lágrima del hombre agónico por quien y desde quien alza su canto esperanzado.