Cuenta Juan Meneguín que su padre comía flores. Como una costumbre, el señor Meneguín “con una blusa azul ferroviario del ‘50”. Como disimulando, el señor Meneguín robaba pétalos y hojas al rocío de la mañana o a alguna tardecita, quién sabe. De aquí o de allá. Tal vez, a este hombre de trajines con fierros le creció un montecito de trébol en la sangre, tal vez. Una suerte de hojitas redondas con pequeñas flores blancas. Como una suerte escasa y de entrecasa. Seguramente, el señor Meneguín en su “samsara” habría mencionado el tacto de los billetes cuando pagó la heladera Siam o el ventilador Westinghouse. Es posible también que haya escuchado “la acordeón de Allá Iteé en una radio lejana” y ¿por qué no? a “Vera Lynn cantando We’ll met again” y, sin entender las palabras, sintió por todo el cuerpo la despedida de un soldado y su chica. “De qué hablamos cuando hablamos de nosotros?/ de qué imágenes sin palabras conversamos?” Ciertamente, el padre no habría nombrado a Allen Ginsberg y el aullido que desencadena: He visto los mejores cerebros de mi generación destruidos por la locura, famélicos, histéricos. Porque la histeria no pasa a través de la nervadura de una hoja de trébol, ni de los pétalos de los gladiolos o las rosas. La locura y la histeria se leen en las hojas blancas (de papel, claro está). Por lógica, escuchó sí “en la radio a válvulas otro golpe de estado” en ese fluir nuestro de golpe en golpe y a los golpes ¿desde cuándo? Creo, también, que en su samsara no habría mencionado ni “pies de verso” ni “sílabas tónicas” ésas son cuestiones del hijo Juan y sus quehaceres con el papel y la tinta. Seguramente, el padre conservó “el olor empetrolado de los antiguos ferrocarriles”, el gusto de las “aceitunas retintas”, “las mandarinas de las primeras heladas” (sin pensar en exportaciones o importación, claro), y participó siempre en “la ceremonia del primer mate del día tan secreta y callada”. Intuyo que Meneguín padre no conoció “la estúpida fiebre por llegar a la fama”, ni el “despertar a deshoras en una habitación desconocida”, “ni la espera en las salas de espera en los no lugares” ojalá. Por eso, pienso que el padre de Juan Meneguín comía flores. Tréboles: esa suerte chiquita que mantiene al humano en lugares humanos. Tal vez, lejos de papeles y tintas, el señor Meneguín supo descifrar simplemente la nervadura de las hojas. Y ahora sonríe.
Laura Germano. 13 de enero de 2013
Entrecomillados de Juan Meneguín en “Cuando mi padre comía flores y otros poemas”. Ediciones Río de los Pájaros. Concordia. E. R. 2012