BEATRIZ BOSCH


ENTRE RÍOS A MEDIADOS DEL SIGLO XIX

Por BEATRIZ BOSCH (*)

 

        El aspecto físico que la provincia de Entre Ríos presentaba al promediar el siglo pasado, no difería esencialmente del que pudo ofrecerse a la vista de los primeros exploradores españoles. Los grandes cursos de agua, que le dieron nombre, delimitaban una re­gión de suaves ondulaciones, cubierta por densos mon­tes, recorrida por numerosos ríos y arroyos y poblada por unos cincuenta mil habitantes. Vivían éstos dise­minados, en su mayoría, por las agrestes campañas, reuniéndose el menor número en una docena de cen­tros urbanos, de los cuales sólo la mitad pasaba del millar de almas: Paraná con 5386 habitantes en 1848, Gualeguaychú con 3032, Concepción del Uruguay con 2578, Gualeguay con 2019, Victoria con 1993, Nogoyá con 1278 y Concordia con 1255. Eran modestas aglo­meraciones de casas pajizas, ubicadas en los claros del monte que llegaba hasta sus orillas mismas.

          Las campañas proporcionaban los más variados panoramas, con sus montes de talas, espinillos, que­brachos y algarrobos, refugios de bandoleros y deser­tores, como también de grandes tropas de ganado, que pronto se transformaban en cerriles. La parte central estaba casi totalmente despoblada y recibía desde antiguo el nombre impropio de Selva de Montiel. Hacia el Este, sobre el Uruguay, crecían hermo­sísimos palmares; hacia el Sur, el monte, que alcan­zaba allí más densidad por las lianas y enredaderas que cubrían los árboles, era cortado por numerosas corrientes de agua, presentando un conjunto magní­ficamente salvaje. Esta preponderancia de las forma­ciones vegetales se refleja en la poética toponimia surgida en aquel tiempo y que llega hasta nuestros días: Sauce, Espinillo, Puntas del Monte, Quebracho, Tala, Isletas, Algarrobitos, Tunas, Pajonal, Chilcas, Palmar, etc., nombres pertenecientes a otros tantos distritos rurales de la provincia.

          Por todas partes se veían manadas de caballos salvajes y de avestruces, que realzaban el carácter del ambiente.

          La vida que se llevaba en un medio tal era de lo más primitiva. La naturaleza aislaba a los pobla­dores; los ríos y arroyos, con sus avenidas inespera­das, interrumpían las comunicaciones y aunque hom­bres y animales estuvieran acostumbrados a cruzar­los, en ciertas épocas y regiones constituían obs­táculos insalvables. Los puentes llegaron más tarde; en ciertos casos se suplieron con rústicas balsas.

          El Paraná y el Uruguay no ofrecían menores pro­blemas, a causa de la insuficiencia de medios de una navegación hecha exclusivamente a vela por modes­tas embarcaciones. Queches, bombardas, chalanas, balandras, goletas, faluchos, bergantines, pailebotes, dirigidos por italianos y vascos, llevaban los frutos de la tierra desde los nueve puertos habilitados (La Paz, Paraná, Diamante, Victoria, Gualeguay, Gualeguaychú, Concepción del Uruguay, Concordia y Fede­ración) hacia los de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Corrientes y los de la Banda Oriental y el Paraguay. La duración de los viajes se supeditaba al estado del río; en 1846, por ejemplo, las bajantes originaron grandes trastornos; en cambio, las cre­cidas extraordinarias, como las de Paraná en 1825, 1826 y 1833, facilitaban el paso de las naves hasta por sobre la superficie de las islas. La zona del Delta del Paraná poseía fáciles lugares de desembarco y era una invitación para contrabandistas, piratas y sal­teadores, que tenían en continua intranquilidad a las ciudades próximas.

          La mayoría de la población era nativa de la pro­vincia. En las regiones fronterizas estaban radicados buen número de habitantes oriundos de las provin­cias y países vecinos; así, sobre las costas del Uru­guay, orientales, correntinos y brasileños; sobre las del Paraná, paraguayos, santafesinos y de otras pro­vincias del interior. Predominaban los mestizos y mu­latos; en menor número los blancos puros y los ne­gros. Los europeos, españoles, italianos y franceses, se dedicaban en las ciudades al comercio y a las indus­trias; en los departamentos colindantes con el Uru­guay, vivían muchos ingleses, escoceses e irlandeses ocupados en la ganadería. La población negra era escasa; los esclavos apenas llegaban al centenar; cada familia  disponía de uno  o  dos; por  excepción de algunos más; en ciertas ciudades ni se conocían. El problema del indio no existía ya.

  

(*)  Beatriz Bosch.  Nació en Paraná. Profesora de Historia y Geografía, egresada de la Facultad de Ciencias Económicas y Educacionales de la Universidad Nacional del Litoral (1931). Realizó además estudios especiales de idiomas clásicos y modernos. Se ha desempeñado en los siguientes cargos: Miembro de la Comisión Asesora de Historia del CONICET (1986); Miembro del Jurado Asesor para el otorgamiento de Cátedras en la facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba (1988); Miembro del Jurado para el otorgamiento del Premio Nacional de Historia de la Secretaría de Cultura de la Nación; Miembro de Número de la Academia Nacional de Historia (1986); Miembro de Número del Instituto Sarmiento de Sociología e Historia (1985); Rectora del Instituto Superior del Profesorado de Paraná (1969-1973); Profesora Titular de Historia Constitucional de la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad Nacional del Litoral; Miembro del Comité Directivo de la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad Nacional del Litoral (1958-1965); Miembro de Comisiones Asesoras en Concursos en la Universidad de Buenos Aires, en la Universidad Nacional de La Plata y en la Universidad del Sur, entre otras; Miembro Correspondiente de la Academia Nacional de Historia (1965) y Miembro Correspondiente de las Juntas de Estudios Históricos de Catamarca, Corrientes y Mendoza.

 

Publicó: "Urquiza, Gobernador de Entre Ríos. 1842-1852" (1940); "Gobierno del coronel Lucio Mansilla" (1942); "El Colegio del Uruguay. Sus orígenes. Su edad de oro" (1949); "Presencia de Urquiza" (1953, Faja de Honor de la SADE); "Los tratados de Alcaraz" (1955); "Labor periodística inicial de José Hernández" (1963, Primer premio regional Zona Litoral de la Subsecretaría de Cultura de la Nación y Segundo premio, categoría de ensayo "A. Punce", del Consejo del Escritor), "Urquiza, el Organizador" (1963); Urquiza y su tiempo (EUDEBA); Historia de Entre Ríos (1978); Los Tratados de Álvarez (1956)..

Colaboró en el diario "La Prensa", de Buenos Aires. 

 

Recibió el Premio Konex, por Historia, en dos ocasiones: 1984 y 1994, entre otras numerosas distinciones.

Actualmente cuenta con 97 años y sigue trabajando. 

 

  

(Tomado de: "ENTRE RÍOS A MEDIADOS DEL SIGLO XIX" constituye el capítulo inicial de su primer libro: "Urquiza, Gobernador de Entre Ríos. 1842-1852" y fue  Extraído del libro Crónicas de Entre Ríos, compilado y prologado por Adolfo Argentino Golz, Editorial Jorge Álvarez, Bs.As., 1967)