GUILLERMO SAAVEDRA

Prólogo a la Antología de Narrativa Argentina Siglo XXI

Por Guillermo Saavedra (*)

 


El texto que a continuación reproducimos pertenece al Prólogo de la edición de Antología de Narrativa Argentina Siglo XXI, editado por Opción Libros.

Tomado de http://www.opcionlibros.gov.ar


 

La narrativa argentina de este nuevo siglo parece transcurrir al margen de, entre otras, dos obsesiones: la de Borges y la del mercado. Por un lado, ha logrado sobreponerse al fantasma del autor de El aleph, sombra terrible y hasta no hace mucho inevitable tanto para quienes reclamaban su herencia como para aquellos que intentaban recusarla. Por otro lado, el repliegue de Borges hacia un espacio de consagración perfecta y, por eso mismo, casi ausente de la nueva escena literaria fue contemporáneo de otra retracción: la de la literatura en su conjunto. En la actualidad, la repercusión de la literatura argentina –y de la narrativa en particular– en el imaginario de la sociedad que la reduce se limita a minorías que casi coinciden con los escritores mismos y, a lo sumo, unos cuantos iniciados, estudiosos y entusiastas. Desde luego, esta situación es la resonancia local de una realidad más amplia que, con matices, se verifica en todo el mundo: la literatura cuyo ejercicio supone la puesta en juego de una poética fuerte, con procedimientos sofisticados y alcances estéticos e ideológicos de cierta complejidad no tiene públicos masivos o, para decirlo de otro modo, no suele producir metáforas que la sociedad vaya a tomar como propias.

Desentendidos de las prescripciones borgeanas,  los narradores de este tiempo y lugar buscan y encuentran en los rincones más diversos y a veces insólitos de la tradición. Liberados de la necesidad de constituir un público –en el sentido en que podían planteárselo quienes producían su obra en medio del conflicto entre tradición y vanguardia por el predominio del mercado literario–, ajenos a toda expectativa creada por la hegemonía de una demanda, pueden hoy dedicarse a su oficio sin el temor al fracaso porque éste, de algún modo, está al comienzo del camino. Quizá de modo hiperbólico pero lejos de todo sarcasmo o derrotismo, esta afirmación busca dar cuenta de una realidad. Y, desde ya: esta libertad se da, por así decirlo, en la superficie de la actividad misma mientras, por debajo, continúan escuchándose los rumores de nuevos y viejos remordimientos, polémicas, rencores y desvelos.

El espectro del autor de Ficciones sigue operando por delegación y, entre sus involuntarios mediadores, resuenan nombres como los de Juan José Saer, Ricardo Piglia, Rodolfo Fogwill o César Aira, cuyas obras y adscripciones más o menos reconocibles incluyen, además, ecos de otras discusiones entabladas con la obra de Borges por autores como David Viñas, Osvaldo Lamborghini, Rodolfo Walsh o Manuel Puig, entre otros. Y las preocupaciones por los diversos modos de representación, las formas del relato y la ética misma de la narración subyacen, aún de manera implícita, en la obra de todos. Pero el modo en que estas cuestiones inciden en la práctica concreta tiene el carácter de un efecto asordinado, como un ademán que cada actor ejecutara entre bambalinas para sus propios colegas y algunos espectadores que se han animado a espiar por las rendijas del decorado.

Abierta a todas sus posibilidades, alternativamente atenta y desatenta a esos ecos lejanos que provienen de la costa, la narrativa argentina más joven tiende a producirse en un mar de sargazos con el furor de una literal algarabía: feliz en su falta de límites, segura en su resignado papel de oficio para quién sabe cuántos.

La selección que el lector tiene ahora en sus manos es, si se quiere, la expresión inevitablemente arbitraria de ese abanico. Coexisten, en tenue sintonía o en sordo y civilizado conflicto, el intimismo despojado con que Beatriz Actis insinúa el dolor de una mujer ante la pérdida de su marido y la delicada aproximación de Selva Almada a la complicidad de una niña con su amiga imaginaria; la austeridad de Ariel Bermani para ofrecer el ajuste de cuentas de un hijo con su padre, ante la muerte de éste y el  tono levemente alucinado que José María Brindisi confiere a un viaje en tren por China de un joven enamorado; la exuberante imaginación de Oliverio Coelho al servicio de la historia de una mujer que devora literalmente a sus amantes y la relación de dos jóvenes que intercambian relatos reales o ficticios al ritmo cansino del billar, servida con tono cáustico e impasible por Juan Terranova; el patetismo grotesco de una mujer rusa evocando, en su desolado matrimonio, los hechos que la convirtieron en Reina del nabo en su aldea natal, según Patricia Suárez, y la inesperada crueldad de una niñera y un bañero en busca de la intimidad necesaria para tener sexo que imaginó Juan Bautista Duizeide; la entonación casi poética de Eduardo Muslip para redescubrir el aura de los objetos en ocasión de una mudanza y el registro no menos poético, pero exasperado y antilírico, con que Federico Levin propone una realidad en la que los brazos son demasiados y siempre siniestros; el ademán caricaturesco, delirante y a la vez degradado, que Rosana Gutiérrez imprime a una historia de amor articulada con la lógica de la venta telefónica y el aire opresivo, de cuño expresionista, que planea por la pesadilla que imaginó Fernanda García Lao. Estaciones de una infancia añorada o sufrida, nómades y sedentarios, amores perdidos o destructivos, la violencia de las palabras y de los cuerpos, la imaginación al poder y la imposibilidad de imaginar, el duelo y la euforia, la materialidad impersonal del mundo y la impalpabilidad de los sueños, la tenacidad y la desidia, la difícil Argentina de hoy y la hostilidad del mundo de siempre. Estas tensiones se establecen entre estos cuentos y, en más de un  caso, en el interior de ellos mismos. Son –la insistencia en este punto es la mala conciencia de toda antología– una muestra arbitraria pero elocuente de la variedad que la narrativa argentina es hoy capaz de alcanzar.

Pasen y vean: la letra está servida.


 

(*) Guillermo Saavedra nació en Buenos Aires (Argentina), el 7 de octubre de 1960. Publicó los libros de poesía Caracol (Último Reino, 1989), Tentativas sobre Cage (La Marca, 1995) y El velador (Bajo La Luna Nueva, 1998). Es también autor de los libros de poesía para niños Pancitas argentinas (Alfaguara, 2000) y Cenicienta no escarmienta(Alfaguara, 2003); de un libro de entrevistas con narradores argentinos: La curiosidad impertinente (Beatriz Viterbo, 1993); y de varias antologías: Cuentos de historia argentina(Alfaguara, 1998), La pena del aire (poemas de Ricardo E. Molinari, Mondadori, 2000),Cuentos escogidos de Andrés Rivera (Alfaguara, 2000), Mi cuento favorito (Alfaguara, 2000), Cuentos de escritoras argentinas (Alfaguara, 2001) y cuatro antologías de la serieVamos a leer publicadas por la Secretaría de Cultura de la Nación (2001). Poemas suyos fueron publicados en diversos medios de prensa y figuran en varias antologías de la Argentina y el extranjero. En 2001, obtuvo una beca de la John Guggenheim Memorial Foundation para la elaboración de un libro de poesía aún en preparación: Desocupado. Desde 1997, conduce el programa radial El Banquete.