Selva Almada cuenta por qué escribió el guion de Jesús López

 

La escritora, autora de Ladrilleros y Chicas muertas, entre otros títulos, indaga en esta historia en los temas que la obsesionan: la muerte prematura, lxs jóvenes y sus modos de ritualizar la sensación de que no hay futuro. De esa materia está hecha su narrativa, siempre pisándole los talones a la coyuntura política. Literatura feminista y militancia a través del arte. 

Por Laura Litvinoff

 

El lugar elegido por Selva Almada para la entrevista con Las12 funciona en el piso 15 de un lujoso edificio del microcentro porteño y tiene una estética parecida a las películas de David Lynch: el clima es entre gélido y extrañado, varios estantes exhiben habanos y distintos tipos de bebidas alcohólicas; la mayoría de la gente, escondida detrás de modernas gafas de sol, bebe mientras contempla la impactante vista panorámica de una ciudad que no parece Buenos Aires, porque el Río de la Plata, visto desde esa altura, luce con otro esplendor.

Es jueves por la tarde y Selva vuelve a la Ciudad de Buenos Aires luego de pasar unos días en un terreno que comparte junto a cinco amigxs en Abasto, una localidad rural de La Plata. Vuelve para organizar tareas de su librería virtual “Salvaje Federal” y para asistir a la apertura del Festival de Poesía Ya en el CCK.

La escritora aparece en la terraza del bar pidiendo disculpas por la demora, aunque en realidad su llegada fue prácticamente puntual. Cuando se sienta a la mesa, los rayos de sol del atardecer que se filtran entre las nubes del cielo inmenso le acentúan ciertos rasgos en el rostro. Ante la pregunta por sus orígenes, Almada confirma que efectivamente hay algo de mezcla indígena  con sangre criolla en alguno de sus antepasados. Y antes de que esta periodista pueda seguir preguntando, sorprende invirtiendo los roles: “¿Qué te pareció la película?”

La película a la que Selva se refiere es Jesús López, su trabajo como co-guionista que desde principios de febrero se proyecta en pantalla grande, y que narra la historia de la muerte de un joven en un pueblo de Entre Ríos y de la forma en la que su primo, poco a poco y casi sin proponérselo, comienza a ocupar el lugar vacío que dejó el adolescente entre la familia y lxs amigxs. Cuando la charla avanza, Almada confiesa que escribir guiones es algo que le aburre, pero que con el director Maximiliano Schonfeld encontraron una forma de trabajar que además de ser efectiva le resultó muy entretenida.

 

El guión de la película Jesús López

“Mi contribución a la película tuvo más que ver con todo lo subterráneo que con el guión propiamente dicho, porque si bien con Maxi corregíamos siempre todo juntos, yo me encargué más de trabajar los alrededores de la trama y de los personajes; de escribir sus historias de vida previas o posteriores a la película, y también de crear escenas y diálogos sueltos a los que después él les fue dando una forma más de guión”, cuenta Selva.

 

—¿Cómo surgió la idea de escribir “Jesús López”?

—En principio con Maxi nos habíamos juntado para trabajar en otro proyecto de guión basado en un cuento mío, y después también se nos había ocurrido juntar otro cuento mío con un texto de él, pero eso quedó a la mitad porque llegamos a un punto en donde no nos gustaban algunas cosas y no sabíamos cómo resolverlo, así que lo dejamos reposar. Ese proyecto ahora lo vamos a retomar, pero en ese momento Maxi tenía un boceto para un largometraje que lo estaba trabajando solo, que ya se llamaba Jesús López y que también estaba basado en esta especie de usurpación de cuerpos y transformación que se cuentan en la película, pero era una historia muchísimo más larga y compleja. Entonces él me pasó ese guion y como a mí me gustó lo primero que hicimos fue recortarlo. Después decidimos quedarnos más que nada con la primera parte, y eso fue lo que se terminó transformando en esta historia.

 

La muerte prematura y el abuso sexual en su obra

 

—La película trata sobre la muerte prematura y la idea de no futuro para las nuevas generaciones, ¿qué fue lo que les motivó a escribir sobre eso?

—Los accidentes de tránsito en jóvenes es algo bastante usual en los pueblos del interior. Por lo menos cuando yo era chica en mi pueblo era así. Ir a bailar a un lugar a 40 kilómetros por ejemplo, emborracharse y matarse en el camino son cosas muy frecuentes allá. Y Maxi había leído e investigado mucho sobre el tema, incluso para un proyecto anterior le había hecho entrevistas a gente que perdió a sus hijxs o amigxs así.

 

—La muerte prematura es algo que también está muy presente en los universos de tus libros.

—Sí, a mí siempre me interesó el tema y ya había aparecido en varios de mis cuentos. Cuando empezamos a charlar sobre eso, yo estaba escribiendo la novela No es un río y ahí también hay dos pibas que mueren jóvenes. Siempre sentí muchos puntos de contacto entre los universos que plantea Maxi y los míos. También nos interesaba todo lo que se teje alrededor de las muertes de los jóvenes, como esta idea de que cuando muere una persona joven repentinamente se suele pensar que se va una joven promesa. Y en realidad eso es una fantasía, porque no se sabe qué le deparaba el futuro a esa persona. Pero toda esa interrupción que provoca la muerte hace que se generen fantasías acerca de lo que hubiese sido esa persona si hubiese seguido viva.

 

—En la película aparece el tema de la masculinidad y de la violencia. Incluso hay una escena bastante fuerte de un intento de abuso sexual por parte del personaje de Jesús hacia su novia. ¿Se podría decir que el film también refleja conductas de la sociedad patriarcal?

—Sí, pero de todas formas no pensamos en la idea de hacer una especie de denuncia de género, sino que lo que nos interesaba contar es que en el regreso de este personaje, que de repente vuelve a la vida como Jesús López y que se posesiona de un cuerpo vivo, hay también una cuestión muy primaria. Como por ejemplo en esa escena de sexo que mencionás. Ahí él se pone un poco espeso, un poco violento, animaloide. Y eso es porque nos interesó que en ese regreso apareciera una conducta medio como de zombie: que tenga otros tiempos, que huela todo, que mire todo. Y por eso también se pone así con ella. Además, mientras escribíamos el guion, nos enteramos que este “pibe de oro” también tenía sus lados violentos y oscuros; esas cosas de macho pueblerino, digamos. En cambio Abel, el otro personaje, es distinto, porque es más chico y todavía no tiene una personalidad tan definida, no está terminada de formar su misoginia ni su machismo, entonces es más como un molde a llenar.

 

—También está el tema de la agroindustria y del trabajo en el campo, en donde tampoco parece haber mucho futuro.

—Sí, eso es algo que se cuenta de manera más subterránea. El final de una era del trabajo en el campo, en donde el ser humano intervenía, donde era posible ser un propietario o una propietaria pequeña y que una familia viviera de ese trabajo y generara también empleo para otras personas, básicamente porque las máquinas vienen a reemplazar el trabajo de las personas. Y si bien estos procesos se vienen dando desde hace muchos años, el fin se ve cada vez más claro porque la situación ya no da para más. Y también pensábamos cómo es eso para estos jóvenes que están atrapados y atrapadas en esos lugares donde no hay mucho más que hacer.

 

La idea de que hay que seguir el mandato familiar, ¿no?

—O siguen el mandato familiar y hacen lo mismo que sus padres, o quedan así como están, flotando eternamente entre las motos, el baile, la música, la cerveza... Hay una escena donde la madre de Jesús le muestra a la cuñada la casa que él se estaba construyendo, que es una casa al lado de la suya. Entonces también eso, la casa al lado de la casa de los padres, en el terreno de los padres. Esa idea de que para ser adulto siempre se tienen que seguir los mismos pasos.

 

Chicas muertas y la literatura feminista

 

—A partir de Chicas muertas —libro de no ficción publicado por Random House en 2014 que relata tres femicidios ocurridos en distintas provincias del país se te ubicó en el lugar de “escritora feminista”—, ¿qué te genera eso?

—Es un poco raro. No es que sea un lugar que me cueste porque yo soy feminista, abrazo al feminismo desde hace muchos años y trato de llevar una vida así siempre. Pero quizás lo que me incomoda un poco es esto de que de repente hay una “literatura feminista”, y que entonces todo se lea en esa única dirección. Eso me pesa, y me pasó ahora también cuando escribí No es un río, porque antes no sentía que tenía que dar cuenta de cada cosa o estar atenta a todo lo que escribía. Y con esa novela me pasó que de alguna manera sentía que siempre tenía que estar atenta a que no se colara una bajada de línea feminista o un panfleto...

 

—El problema de cuando el arte intenta bajar línea sobre cómo debería ser todo…

—Sí, a mí ese tipo de literatura no me gusta. Obviamente no es que dejo de ser feminista para ser escritora, porque es toda una sola cosa, pero nunca me gustó la literatura que viene a dar lecciones de algo; de lo que sea, no solo de feminismo. También me pasó una vez, no recuerdo si en una feria internacional o en un festival, que pusieron: “Un referente de la literatura feminista latinoamericana”. Y yo pensé: “bueno, pará, ¿quién soy? ¿Rita Segato? (Se ríe). Ese tipo de cosas me parecen exageradas y me incomodan, porque sé que no soy un referente.

 

—Además en el terreno de la ficción las formas de escritura son otras, ¿no?

Claro, al menos en literatura se escribe sobre un universo, no sobre un tema. Y en los universos que yo escribo de repente sí, los protagonistas a veces son varones y quizás se puede hacer una lectura feminista, pero creo que si yo no hubiese escrito “Chicas muertas” mis novelas podrían ser leídas en otra dirección. Me acuerdo también cuando publiqué “El viento que arrasa”, que un periodista varón me había dicho que él sentía que yo dejaba muy mal paradas a los personajes mujeres de la novela, como madres que abandonan a sus hijos. Entonces bueno, creo que esa observación después de “Chicas muertas” nadie me la haría. A lo que voy es que a partir de “Chicas muertas” a veces me pasa que me molesta estar hablando siempre de lo mismo y no de un montón de otras cosas que para mí son más importantes en la novela que el machismo; como por ejemplo la escritura, el lenguaje, etc. O también esto de que nos pongan a todas las mujeres en las mesas de ferias o de festivales a hablar de feminismo y literatura, ¿por qué no me sentás en la mesa a hablar sobre literatura argentina?, me pregunto.

 

—Si el tema o las ideas aparecen a medida que vas escribiendo, ¿qué es lo que te suele motivar a escribir o lo que te resulta más útil para empezar una historia?

—Pueden ser distintas cosas; muchas veces son anécdotas que me cuentan. Ladrilleros y No es un río empezaron así. Por algo que escucho lo que me cuentan y que me parece que ahí hay algo para seguir tirando del hilo y ver qué aparece. En el caso de No es un río, en un almuerzo me contaron cómo matan a una raya después de que se la pesca. Y esa forma tan violenta de hacerlo (le pegan un tiro) a mí me impactó mucho, entonces me puse a investigar y después eso terminó siendo el puntapié para empezar la novela.

 

 

—¿Cómo hacés para que escribir sea una rutina diaria?

—En realidad para mí escribir nunca fue una rutina diaria. Ahora por ejemplo desde que terminé la novela, que ya pasaron dos años, no empecé a escribir otra cosa. Pero sí me doy cuenta de que siempre estoy pensando en algo que quizás podría llegar a ser un relato, una novela, o lo que sea.

 

—El tiempo de la no escritura también es un momento activo…

—Claro, aparentemente parece pasivo porque no estoy escribiendo, pero sí estoy muy atenta por si aparece algo. Incluso cuando estoy escribiendo, aunque no escribo todos los días, siento algo acá atrás de la nuca, como si estuviera escribiendo, porque estoy pensando en esos personajes o en ese mundo. Y después sí me siento y escribo. Y tal vez cuando lo hago escribo una página, pero estuve semanas enteras pensando en esa página o acercándome a ella sin escribir nada.

 

—¿Cómo es tu vínculo con la lectura? Sos de leer mucho, ¿no?

—Sí, pero me cuesta terminar libros; leo muchos por la mitad. Empiezo muchos y pocos los termino, pero siempre tengo una pila arriba de la mesa de luz o cosas para empezar a leer. A veces me pasa que me desengancho, y otras también que dejo de leer libros que me gustan mucho, incluso novelas que las estoy por terminar, las dejo ahí…

 

—Supongo que, como todas, a lo largo de tu vida habrás leído más a autores varones que a mujeres, ¿no?

—Sí, porque así fue nuestra formación lectora. Cuando empecé a escribir me fascinaba Onetti por ejemplo. Leía un montón de él. Otro autor que me encanta es Daniel Moyano. Después hace menos tiempo empecé a leer más a escritoras mujeres. Sara Gallardo me parece muy genial por ejemplo. O poetas como Estela Figueroa, las yankis Flannery O’Connor y Carson McCullers. Y ahora me doy cuenta que casi siempre estoy leyendo más a mujeres que a autores varones. Se ve que al final estoy empezando a compensar un poco.

 

“Jesús López” se proyecta los sábados de febrero a las 22 hs. en el Malba, y también está disponible para ver en Cine.Ar Play.

 

Tomado de: Página 12.