Reseña de Corazón Geométrico, por Paula Galansky

 

Por Paula Galansky

 

Con la frescura de una amiga que te cuenta un viaje –una amiga observadora, un poco tímida, la de los comentarios divertidos en voz baja–, en Corazón Geométrico (Sigilo, 2022), la dibujante, ilustradora y narradora rosarina María Luque nos cuenta la historia de Josefina, una musicóloga que se va durante un mes a una residencia a Roma.

Pero no se trata solo de eso: mientras lo leía, tuve la sensación de tener entre manos algo en el medio entre un diario de viaje, una crónica autobiográfica y un ensayo. O quizás, una novela con tono ensayístico. Es difícil de definir, o más bien definir exactamente a qué género pertenece este libro es poco interesante y no le hace justicia al texto.

La narradora acaba de llegar a Roma para participar de una residencia en la que, de la mano del director de orquesta Antonio Martinelli, músicos de distintos lugares del mundo investigan la vida y la obra del compositor de ópera Giacomo Puccini. A medida que le suceden distintos episodios (algunos muy pequeños: llueve y la narradora sigue, a pie, a las gaviotas que flotan en el río, por ejemplo), la escritura se va desplegando en una serie de apuntes y notas sobre la música, sobre la vida de Puccini y otros compositores, sus gustos, supersticiones, cábalas (muchas extravagantes y divertidas) y costumbres.

Estos pasajes no están por fuera de la narración, no la interrumpen sino que avanzan con el día a día de la narradora, forman parte de su vida y de sus pensamientos, se entrelazan con sus propios recuerdos y con las cosas que le van sucediendo durante el viaje de manera muy natural. Así, en esta historia, la vida de los artistas que nos gustan y nos acompañan, su obra y sus obsesiones no están nunca demasiado lejos de la propia vida, de lo que pensamos y sentimos, de los cabos que atamos, por ejemplo, entre lo que nos pasa y lo que le pasó una vez a Mozart, a Verdi, a Mendelssohn o a María Callas.

El relato usa de cada género lo que necesita, y le da a la narradora la posibilidad de moverse, de explayarse en anécdotas y recuerdos propios y ajenos, de fantasear, a la vez que le permite alumbrar los romances (hay varios, algunos más contemporáneos y otros, sugeridos, que parecen salidos de una película o de época más hábil para los gestos románticos, la fantasía y el cortejo), las amistades, las costumbres y maneras de los personajes que la rodean y hasta a la misma Roma a través de la luz de la vida de Puccini y de otros músicos admirados.

El tono es el de alguien que camina al lado tuyo, que te lleva del brazo mientras pasean (“Al estar detrás de los músicos se podía ver lo que escondían en los atriles, como trapos para limpiar las trompetas, crema para las manos o caramelos de miel”) Simple, directo, pero también con comparaciones y metáforas poéticas (“Hablaba del arroz como si fuera un ser querido (...)”).

El relato está estructurado en fragmentos o capítulos breves, atravesados por el estado mental de apertura y de interés que despiertan los viajes, el estar lejos de nuestra cotidianidad. La atención está puesta sobre todo en esos pequeños sucesos que notamos cuando tenemos tiempo de ver, en anécdotas, en conversaciones cotidianas, en detalles (como adivinar los gustos de helado favoritos de alguien, quedarse encerrados en un parque, aprender a usar correctamente los tiempos verbales en italiano o sentir, por primera vez, vértigo al revés).

No hay intrigas o conflictos graves, hay imágenes, descripciones muy minuciosas, listas de la comida que Josefina compra y come, de la ropa que usa, de objetos que ve, de los colores y las texturas que la rodean, observaciones como “Saqué una foto a contraluz del perfil de Piero sin que él se diera cuenta. No había notado, hasta que lo vi en la foto, que tenía las cejas tan despeinadas”, o “Había un violinista que arqueaba las cejas y hacía caras de dolor cuando tocaba notas muy agudas”. El resultado es un relato que va tejiendo tramas de a poco y que entra de lleno por los sentidos, casi como un dibujo.

En un momento, durante un paseo a una casa museo, la narradora dice que “Le hubiera sacado una foto a cada cosa que había en esa habitación”, y podría tomarse como una clave de lectura: cada uno de los fragmentos que forman el relato sería entonces un retrato de un momento, de un aspecto de ese viaje, un intento de capturar y preservar un pensamiento, un dato, un color, un sabor, un lugar, un personaje. Y a partir de estos retratos, como en un álbum, las distintas tramas de historias se van armando.

Además, la narradora quería sacarle fotos a todas las cosas que estaban en la habitación de ese museo porque eran lindas, encantadoras, y esa es otra de las características de estos fragmentos-retrato: tienen el don del encanto y la belleza.

 

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María Luque nació en Rosario, Argentina. Es dibujante, ilustradora editorial y escritora. Ha publicado La mano del pintor (Sigilo, 2016), Casa transparente (Sexto Piso, 2017, ganadora del primer premio de novela gráfica Ciudades Iberoamericanas), Espuma (Galería, 2018) y Noticias de pintores (Sigilo, 2019). Corazón geométrico es su primera novela (Sigilo, 2022).

 

Tomado de: La canción del país.