HORACIO LAPUNZINA EDITÓ "CRÓNICAS Y OTROS DESVÍOS"

 

El polifacético Horacio Lapunzina, misionero radicado hace varios años en Paraná, acaba de editar  "Crónicas y otros desvíos". En palabras del autor, nos cuenta que: "Son distintos textos con formatos variados, aunque prevalecen las crónicas. Hay cosas de la vida misma que me han pasado y merecieron la escritura, y otras cercanas a la apología o a la ficción, como el último escrito que es un especie de homenaje a Serrat. También hay o resabios y/o refritos de mi viejo amigo Tremebundo." Y, a modo de prólogo, dice también:

Los desvíos del cronista

Todavía tengo entre mis cosas un cuaderno de tapas duras que forré con una portada de la revista Pelo. Es un número en el que está la foto del pianista y compositor Billy Joel. No sé cuánto tiempo pasó desde que lo compré, pero ese cuaderno se llenó rápidamente de poesías, relatos y hasta reportajes apócrifos a músicos a los que admiraba y quería parecerme. Las fechas dicen que lo empecé a los 13 años. Cuando las hojas se llenaron, me dio pavor desprenderme de esa especie de diario iniciático, entonces decidí agregarle cuadernillos de hojas lisas que fabricaba doblando al medio las de tamaño carta. Pegaba las partes con cinta y así inauguraba otro “capítulo”.  Estuvo guardado durante años en mi mesa de luz, en el lugar donde supuestamente se ponen los zapatos, y aunque se fue deshaciendo con el paso del tiempo y las mudanzas, es el registro más duradero y fiel de mis andanzas en la escritura. Vinieron con los años otras hojas, otros cuadernos, otras máquinas de escribir hasta llegar a la PC con la que ahora escribo esto, pero puedo asegurar que es el mismo pulso iniciático el que me empuja a las palabras.
Tanto fue así, que en el 86, con 23 años y cuando cursaba la carrera de música, me uní a la redacción de un órgano de difusión de las actividades del Centro de Estudiantes. Y hacia el 2000, acercándome a los 40, un golpe de “azar” me llevó a entrar a la Redacción de un diario, nada menos. Fue algo tan impensado, que nadie me creía que no había estudiado comunicación, ni letras, ni ciencias sociales; nadie creía que jamás hubiera planeado mi destino de periodista cultural o de periodista a secas.
Como rescate inevitable, quiero confesar que la Redacción de un diario es una faena que puede terminar siendo tóxica, pero guarda de vez en cuando una épica muy difícil de comparar con otros ámbitos laborales. A veces, cuando ocurren cosas que son realmente noticias fundamentales, circula una hermandad de yugo compartido, de ir hacia las fuentes, de redoblar las apuestas por la difusión y las palabras que la corporicen. Tanto, que uno puede encontrarse sentado horas y horas en su PC ayudando a sus compañeros a escribir sobre crisis cambiaria, Torres Gemelas derribadas, corralito, presidentes que huyen o la muerte de un Papa. Y allí aprendí, allí me enseñaron. 
Ya no soy periodista en ejercicio, y en rigor nunca me sentí tal, en el sentido estricto de que se trata de un oficio que se desvela por la realidad del día a día, la búsqueda de un punto de vista, la necesidad imperiosa de comunicar casi siempre lo urgente. A mí, en cambio, me mueven las palabras, y si ellas se demoran o se rebelan, soy incapaz de contradecirlas. Llegó un momento en que esa realidad ya no tenía más que las mismas crudas imágenes para el día a día, y el desencanto y la rutina de un oficio no elegido ganaron la partida. Hasta ese día, fui también y por momentos, editor y hasta corrector suplente. 
Aún así, estas crónicas o escritos híbridos que estoy prologando —con demasiadas vueltas, como se puede notar— siguen siendo la urgencia de escribir que el tiempo no sustrajo. Mi necesidad de plasmar en pensamientos, en relatos o ficciones por momentos apologéticas sigue mandando sobre mis dedos, y creo que ya es hora de dejarlas salir hacia un compilado que las libere definitivamente. 
Los registros de escritura son varios, como la incorregible necesidad propia de leer de todo, desordenadamente y cambiando de categorías y géneros a cada golpe de timón. 
También son distintos los tiempos en que fueron concebidos, y todos los relatos sufrieron una rigurosa corrección que ojalá los haya convertido en mejores piezas de lectura, más allá de sus relativos aciertos lingüísticos o de hallazgos de originalidad en sus temáticas, cosas que descarto ya mismo. 
Debo decir, finalmente, que escribir es en mí la natural consecuencia de la lectura. Y en ese sentido, sería extenso y aburrido citar a mis “maestros” en el plano de las referencias y/o influencias. Hay en mi biblioteca estantes enteros que esperan por mí, lo que significa ni más ni menos que podrán ser, en el futuro y con la ayuda de la providencia, nuevos pretextos para escribir.
Pasen y lean. Y que nos veamos en la próxima.
 
Pueden solicitar sus crónicas a: holapunzina@hotmail.com