Entrevista a María Inés Krimer

 
Por Verónica Abdala, para Clarín.com, 26-06-2020

Finalista del Hammett

La violencia entre mujeres, una preocupación de una novela que es candidata a un premio internacional

La escritora argentina María Inés Krimer. Compite por el premio Dashiell Hammett de novela negra con su obra "Cupo" / EFE

“Cuando nosotras hablamos en las reuniones los hombres salen a mear o a fumar un pucho”, le dijo una amiga a la escritora María Inés Krimer, una tarde en que hablaban del lugar que ocupan las mujeres en el sindicalismo. Krimer tomó nota de la frase. Por ese entonces, el movimiento Ni Una Menos estaba en su apogeo y empezaba con fuerza el reclamo por la legalización del aborto​. Esos fueron los dos disparadores de un proyecto literario que hoy la tiene entre los finalistas del premio Dashiell Hammett de Novela Negra a la mejor ficción escrita en castellano, que se entrega en España y que se anunciará el 10 de julio. Es la segunda vez que resulta nominada.   

Cupo (Revólver Editorial) es una novela cautivante en la que su protagonista, Marcia Mayer -una periodista que se siente inspirada por Rodolfo Walsh y que en esta historia está embarazada-, se propondrá descubrir al asesino de otra mujer que también estaba embarazada y trabajaba en un sindicato corrupto y machista: a Sonia Valle la atropelló una camioneta en la 9 de Julio, durante una marcha de mujeres, y su cuerpo cayó junto a un tacho de basura. ¿Ese es el lugar que el sistema les reserva a las mujeres que se inmiscuyen donde nadie las invita? ¿Y hasta qué punto las mujeres, a su vez, pueden volverse violentas en el marco de la lucha por el poder?  

La violencia de género y “la que define también a algunos ámbitos considerados progresistas”, según explica la autora, sirven de marco a la historia de este asesinato, que tiene lugar en un tiempo atravesado por transformaciones profundas y definitivas. Entre ellas, las que impulsa el movimiento feminista, pero también las que se registran en el plano de la sociedad y la política, donde la dinámica de las viejas mafias empieza a ser denunciada y resistida.

"El sindical es un ambiente considerado progresista pero que también se define por la corrupción, la misoginia y la violencia", dice la autora.

-El escenario sindical resultó interesante por un lado porque ya hay una tradición iniciada por Walsh en Quién mató a Rosendo, y además porque a mí me interesa siempre el juego entre la ficción y la verdad –cuenta la escritora a Clarín-. Ese es un ambiente considerado progresista pero que también se define por la corrupción, la misoginia y la violencia. 

-Escribiste esta novela mientras, en paralelo, el movimiento Ni una menos crecía en las calles. No es casual que la primera escena de la novela sea la de una marcha de mujeres.

-Son marchas de las que yo participo y se colaron en la novela. Me conmueve especialmente esto de marchar y cantar rodeada de mujeres que pelean por sus derechos. Me retrotrae a mi juventud y a otras luchas y eso activó mis ganas de contarlo, porque vida y ficción siempre van juntas. Me pareció también interesante reflexionar sobre la violencia entre mujeres, que es clave en esta novela, y en el machismo que adquiere formas no siempre evidentes, por ejemplo, cuando el sistema se apropia del discurso feminista y lo desactiva; cuando se dice una cosa pero se hace otra.

-En los sindicatos hay una ley de “Cupo femenino”, que reserva un espacio a las mujeres, pero al parecer no se cumple; muy pocas ocupan puestos de jerarquía, y cuando esto ocurre, los hombres suelen verlo como una "concesión".

-Exacto. Hay un discurso que no se corresponde con la realidad de los gremios. En esta historia ese espacio tan acotado, además, es motivo de disputa entre ellas. Hay violencias que se cruzan…Y un espacio sindical en el que la violencia se ejerce hacia afuera y también se proyecta hacia adentro.

-¿También una intención de ruptura de los estereotipos que el policial les reservó históricamente a las mujeres? Empezando por esta investigadora embarazada e intrépida y de la muerta, que al parecer manejaba información inconveniente.

-A mí me interesa mucho ese punto. La mayoría de los policiales fueron escritos por hombres y las mujeres, desde la época de Edgar Allan Poe, aparecen como víctimas incapaces de defenderse, o victimarias, sobre todo en el policial norteamericano. En casi todos los libros de Raymond Chandler, la asesina es una mujer. Y las mujeres han estado acotadas a estos clichés: fueron víctimas o asesinas, muchas veces malvadas y femmes fatales. Incluso en autoras como Agatha Christie hay lugares comunes del machismo: mientras su investigadora Miss Marple dilucida los crímenes tomando el té entre cuatro paredes, a Poirot lo manda de viaje por el mundo; el tipo la pasa bomba. Son otras formas de la misoginia. Este es un género en el que los estereotipos fueron eficaces en más de un sentido, pero a mí me interesa deconstruirlos. Por eso las mujeres pelean también entre ellas por los espacios de poder y además enfrentan al machismo. Con Marcia Meyer, rendí además un pequeño tributo al personaje de Frances Mc Dormand, la policía embarazada de Fargo.

-Como Christie, ¿pensás tus tramas en detalle antes de sentarte a escribir?

-Hago un trabajo de campo previo asociado al ámbito que voy a narrar, y en unas 20 páginas que marcan una dirección y un tono, lo que Ricardo Piglia llamaría “el ambiente”; recién después arranco a contar. Juan Sasturain​ dice que el policial es el último refugio de la trama y coincido, es un desafío que exige cumplir con ciertos requisitos propios del género y que conduce a auténticos ‘mecanismos de relojería’ cuando están bien hechos. Creo también que las variaciones de esos elementos fijos también confieren al policial un valor estético.

-En tu novela Noxa te metías con los efectos nocivos de los pesticidas y las multinacionales que los producen y Sangre fashion surgió del derrumbe de un edificio donde miles de obreras cosían para las grandes marcas. La tradición del género se actualiza en problemáticas contemporáneas. 

-La novela negra siempre va a atada a la denuncia de las inequidades del sistema. El horror atrae, y de los griegos hasta acá, los autores nos aggiornamos en esa narración del horror, que es individual y también colectivo. Por ejemplo, nos remite a la inequidad y la desigualdad capitalista. Diría que casi no hay novelas del género que no describan esta decadencia y esta violencia.“El policial nos remite a la inequidad y la desigualdad capitalista. Diría que casi no hay novelas del género que no describan esta decadencia y esta violencia.”

-El capitalismo tiene como gran motor al dinero. El policial ¿revela en clave de ficción los efectos secundarios de esa pelea? 

- Sí, siempre está el dinero en juego y el investigador, más cerca de un asalariado que de un ricachón, es quien persigue la verdad y descubre hasta dónde puede llegar esa ambición y hasta dónde pierde sentido.

-¿Qué define a los policiales argentinos?

-Acá el policial tiene como característica la mezcla, la contaminación de distintos géneros, en los que tampoco creo. Es como si el género acá estuviera compuesto de distintos registros: el folletín, el cómic, la crónica periodística. Los periodistas son los grandes investigadores, y desde El enigma de la calle Arcos -una novela fundacional que se publicaba por entregas en el diario Crítica y donde el investigador debía resolver un enigma a puertas cerradas porque si no perdía el laburo- nuestros investigadores suelen ser personajes que están fuera de la policía, y se contaminan de la realidad en la que están inmersos.

-Actualmente hay, además, varias autoras argentinas que incursionan o rozan el género y ganan visibilidad (Claudia Piñeiro, Gabriela Cabezón Cámara, Selva Almada, Patricia Sagastizábal,  Tatiana Goransky, entre otras) ¿A qué atribuís esta tendencia?

-Creo que el auge del policial es síntoma del derrumbe capitalista y no me sorprende que sean las mujeres las que asuman la narración de sus violencias asociadas. Es muy difícil evitar que lo social no invada la literatura y creo que si hay muchas colegas talentosas que se lanzan al género es porque buscan vectores que sirvan como expresiones de esa denuncia.

Así escribe

La mujer mete el conjunto de bombacha y corpiño en la mochila sin advertir el cambio de semáforo. A esa hora, la calle es un mar de motores. Marquesinas con letras verdes, azules, amarillas. Torres altas, vidriadas. Las persianas bajas de las confiterías. Se escucha, de tanto en tanto, una sirena. El calor sube a oleadas por el asfalto y los edificios son radiadores conectados a su máxima potencia. En la esquina, un haitiano le ofrece unos Ray-Ban espejados, y los rechaza con una sonrisa. Un florista rocía crisantemos en un recipiente de plástico. Contra los zócalos hay sandalias, enfuches, celulares. La mujer esquiva turistas, vendedores ambulantes, un carro con manzanas acarameladas. Al llegar a la 9 de Julio el olor a choripanes la atraviesa. Vacila un momento y cruza sin prestar atención a las columnas que avanzan por las diagonales ni a las bocinas de los autos inmovilizados por la marcha.

Krimer Básico​

María Inés Krimer nació en Paraná, Entre Ríos y vive en Buenos Aires. Publicó Veterana (cuentos, 1998), y las novelas La hija de Singer (2002), El cuerpo de las chicas (2006), Lo que nosotras sabíamos (2009, Premio Emecé), Sangre Kosher (2010, traducida al alemán y al italiano), Siliconas Express (2013) y Noxa (finalista del premio Hammett). Participó en El género negro en cinco autores latinoamericanos (2018) y sus relatos integran diversas antologías, entre ellas Buenos Aires Noir (2019).