Entrevista a Selva Almada por Claudia Tamaño, la escritora entrerriana habla de sus comienzos

 

Selva Almada, una escritora entrerriana que nos habla de sus comienzos

Contenidos en Red (Entrevista profesora Claudia Tamaño).- Selva Almada es una escritora nacida en Villa Elisa y radicada actualmente en Buenos Aires. Cursó la primaria y la secundaria en escuelas públicas de nuestra provincia: “Felizmente”, dice.

Hoy, reconocida nacional e internacionalmente, ha publicado El viento que arrasa -libro que le valió el First Book Award-, Chicas muertas y Ladrilleros, entre otros títulos.

La obra de Selva Almada ha sido traducida a varios idiomas y se lee en todo el mundo, a pesar de que el lenguaje de sus obras contiene el lecto propio de los entrerrianos; “Manso bolazo”, “no va que…”  son frases que aparecen comúnmente en sus textos.

Por sus expresiones emparentadas con el relato oral, sus historias íntimas, sus pinceladas acerca del interior del país, Selva Almada ha sido clasificada de diversas maneras. Ella, por su parte, se ha autodefinido como una “escritora de provincia”, parafraseando al jujeño Héctor Tizón. Beatriz Sarlo en su crítica a “El desapego es una manera de querernos” refiere a la literatura de Selva Almada como “Literatura de provincia (…) Regional frente a las culturas globales, pero no costumbrista. Justo al revés de mucha literatura urbana, que es costumbrista sin ser regional”.

Sus comienzos

Desde su departamento en Capital Federal, en esta entrevista realizada por la profesora Claudia Tamaño, nos habla de sus comienzos y sus primeros estímulos en el mundo de la literatura; de cómo fue la biblioteca- aquella de la Escuela N°84 que alojaba títulos de literatura juvenil universal- el lugar donde encontró por primera vez los libros “gordos”.

“En mi casa, de todas maneras, siempre nos compraban libros”, comenta. “Había una cultura de tener libros. Pero la biblioteca de la escuela ofrecía todas estas novelas, que yo no sé si los chicos de hoy leen: Emilio Salgari, Louise May Alcott, Julio Verne y tantos autores: las colecciones Robin Hood.”

-En tu obra hay referencias a esa biblioteca; en tu novela breve Niños, por ejemplo.

-Sí, en ese libro yo cuento un poco de esa biblioteca escolar donde íbamos con dos amigas, que medio la habíamos tomado, la habíamos invadido (risas). Íbamos todo el tiempo, ahí empezamos a leer y a pasarnos libros y a charlar entre nosotras tres que éramos “las que leíamos” del grado. Y entonces empezó un gusto por la lectura, que más que un gusto era casi una obsesión, porque era muy chica. Después, una vez que fui más grande, también frecuenté la Biblioteca Popular Mitre, que era la biblioteca del pueblo. Me asocié y comencé a sacar otro tipo de libros.

Leer para escribir

La lectura, nos dice, fue central en su obra y en su vida, incluso más que la escritura, la cual apareció después. Si bien desde siempre le gustó leer, no tenía intención de ser escritora. Este deseo llegó cuando transitaba la universidad.

“La escuela es una gran influencia en la lectura. Después, escribir vendrá o no. Si no hay una pasión por la lectura es más difícil que llegue la escritura. Me parece fundamental entender la lectura como un derecho, y ahí la escuela juega un papel fundamental”, apunta.

-Albert Camus, en su discurso cuando recibe el Premio Nobel, agradece a un maestro, Monsieur Germain, por la influencia y porque lo estimuló en su lectura. Así como Camus, ¿tuviste algún docente o alguna docente que te haya impulsado en tu deseo por la lectura y posteriormente por la escritura?

-Sí, sobre todo en la formación más temprana. En la escuela primaria tuve una maestra durante los últimos años, de quinto a séptimo, la señorita Nelly de Ferrer, y después una profesora en la secundaria que es poeta; se llama Malena Lerner.

Ambas me estimularon muchísimo en la lectura, tanto en primaria como en secundaria. Y también, como yo evidentemente ya tenía alguna dote para escribir, me estimulaban por el lado de la escritura, porque me festejaban mucho los trabajos que escribía, las composiciones. Después estudié unos años Comunicación Social y ahí mi gran maestro fue Guillermo Alfieri, un gran periodista que falleció hace algunos años.

Mientras estudiaba el profesorado de Lengua y Literatura se cruzó con dos mujeres que significaron una gran influencia: Claudia Rosa, quien la ayudó a descubrir una literatura entrerriana viva, que se estaba construyendo en ese momento, y Graciela Geanette, quien fomentaba la escritura en ella y sus compañeros.

La autobiografía como influencia de su escritura

-Creemos que en tu obra hay varias referencias autobiográficas. ¿Cómo se hace después para salirse de la propia historia y crear la ficción?

-Lo primero que yo publiqué es autobiográfico, esa novela Niños o el cuento Una chica de Provincia.

Pero durante mucho tiempo, antes de eso, escribí ficción. Empecé sola y después, cuando me mudé a Buenos Aires, participé del taller de Alberto Laiseca. Los primeros años con él escribí solo ficción y después recién apareció lo autobiográfico, más ligado a un proyecto de poesía que yo tenía y que finalmente nunca concreté o que se terminó convirtiendo en un proyecto narrativo, que es el libro Niños. Eso primero iba a ser una serie de poemas sobre la infancia, y entonces apareció la conexión con lo autobiográfico. La verdad es que yo siempre había escrito narrativa y volví a las fuentes. Transformé esos poemas en relatos, en estos capítulitos que después conforman la novela.

Primero la ficción, luego el relato autobiográfico y después, volver  a la ficción. Es entonces cuando surge el relato largo Intemec, que “si bien un poco parte de algo autobiográfico, porque sí fue una compañía que trabajó en mi pueblo y mi padre trabajó ahí, todo lo demás es ficción”.

Infancia en la provincia

Niños despierta el interés de Selva por escribir a partir de determinados episodios de su vida en Entre Ríos. Ya residía en Buenos Aires cuando publicó esos primeros relatos que le valieron ser reconocida más allá de la frontera provincial.

-Algo que nos llamó mucho la atención es el mundo infantil en tus textos:  un mundo bastante lejos de ser la “edad de oro”, como decía José Martí, porque es independiente de ese mundo de los adultos y está atravesado por la crueldad, por la muerte. ¿Qué nos podés decir sobre esta perspectiva?

– Yo creo que a veces nos azucaramos mucho cuando hablamos de la infancia y en realidad, si cada una piensa en su infancia -más allá de que haya infancias más felices que otras- es la época del descubrimiento, tanto de las cosas maravillosas como de las cosas más terribles. Por ejemplo, las primeras muertes. En mi caso, que me crié siempre con animales, el primer duelo que atravesamos cuando éramos chicos, fue la muerte de alguna de las mascotas. Creo que en esa época, en los años `79, `80 cuando yo era chica, había menos cuidado, estaba menos escindido el mundo de la infancia del mundo de los adultos.

Yo ahora veo – porque tengo hermanos que tienen hijos- que hay un cuidado sobre qué temas se hablan y cuáles no, si alguien se murió o no… En esa época no había tanta atención puesta sobre los niños, y entonces, de alguna manera, aunque sea de oído, tocábamos temas de los adultos sin tanto filtro.

También tuve una infancia muy cercana a lo rural, más allá de que me crié en un pueblo. En mi casa había gallinero y ver matar una gallina no era algo espeluznante para nosotros. Yo me acuerdo de que mientras jugábamos con mis hermanos en el patio, mi mamá le retorcía el pescuezo a una gallina que después íbamos a tener en la mesa. No había, creo yo, tanto prurito alrededor de esos temas, y los chicos convivíamos con eso.

-Eso se ve en el libro Los Inocentes, publicado por la Editorial de Entre Ríos.

-La idea un poco de esos relatos era que fueran protagonizados por niños, pero enfrentándose a temas un poco más duros o de la vida real que a veces provocan dolor.

Escribir el pulso de su tiempo

Alfredo Veiravé, un poeta de Gualeguay que vivió y murió en el Chaco, afirmaba lo siguiente: “El escritor es un sismógrafo que registra los pulsos y movimientos de la sociedad en su tiempo”. A mí esa frase me parece fantástica y siempre trato de ver eso en la obra de los autores. ¿En qué parte de tu obra te parece que se ve reflejada esta afirmación?

-Yo creo que entre mis libros el que se refiere más directamente a eso es Chicas Muertas, que es un libro sobre femicidios ocurridos no en esta época donde nos empezamos a ocupar del tema, sino hace muchos años cuando eso pasaba completamente desapercibido.

El relato germen de todo eso fue Muerta en su cama, donde se cuenta uno de los casos muy escuetamente, porque es un relato breve, relacionado con el libro que salió después.

 Yo creo que entre líneas en otros cuentos o en otras novelas se puede ver reflejado esto que vos decís, quizás porque mi literatura está muy vinculado a lo real, o al realismo, entonces los temas se terminan filtrando de alguna manera.

 A mí no me interesa ser ajena a mi tiempo frente a las preocupaciones de la sociedad de

mi tiempo. Cuando una escribe, más allá de que dejás de ser vos para ser un narrador,  una narradora, una voz de un personaje, eso está atravesado de tu propia experiencia como persona y no se puede simplemente dejar de lado a la hora de escribir A veces más evidentemente y a veces más sutilmente, esas preocupaciones que yo puedo tener en mi vida cotidiana, de alguna manera, siempre terminan apareciendo.

Recomendaciones

– ¿Qué lecturas recomendarías a los niños, adolescentes y docentes de nuestra provincia?

-Yo me crié leyendo escritores que no escribían para niños, así que creo que hay que estar abiertos. Me parece que los cuentos de García Márquez o el libro de Quiroga: “Cuentos de amor, de locura y de muerte”, que a mí me encantan, son una buena entrada a la literatura. Si bien son autores que no escribieron para chicos, yo creo que con un buen acompañamiento, una guía de las maestras, un docente al que se le pueda preguntar aquello que no se entiende, todo se puede leer.

 

Tomado de: paralelo32