Se dio con la franqueza de un apretón de manos,
sencillamente, como se da una copa de agua.
Yo la miré agrandarse de majestad futura:
Más calor en el seno, más ternura en el alma.
Yo la quería así, simple y abierta como un adiós;
demorosa de ropas y ligera de darse;
sin rubores comprados con moneda de cálculos,
forastera del vicio de pretender gustarme.
Era tan natural como el olor de sus mejillas,
como su andar con olor a algarrobo recién partido;
como la alegría habitual de sus mañanas
cuando con sol y pájaros se encontraba conmigo.
¡Entonces la sabía toda de mis manos y mis ojos,
porque me daba su cuerpo como una noticia!