JACINTO ZARAGOZA
Por Matias Armándola y Manuel Kloster
(Don Cristóbal, Nogoyá, Entre Ríos, 16 de Agosto de 1903 - Paraná, 2 de Mayo de 1979).
«El Piojo», siempre.
P. Jacinto Zaragoza, «el Piojo», es otro de los poetas entrerrianos cuya figura y obra han recibido escaso tratamiento y atención. «Olvidado» es el adjetivo con el que suelen, algunos conocedores, mencionar al poeta. Desde nuestro espacio nos preguntamos ¿hasta qué punto podemos llamar a un poeta «olvidado», si está al alcance de cualquiera que siga un hilo de interés? Además, ese tratamiento tiene una curiosa intencionalidad puesto en un contexto mitigante, donde «olvido» tiene un carácter simple de descuido, un carácter prácticamente inocente. Ante esto arremetemos sosteniendo que la palabra no es ni sera «olvidado» (lo cual implica una desaparición absoluta de algo en la memoria), sino «ignorado», con todo el peso que ello corresponde. Desde esta perspectiva, reconociendo la ignorancia que se ha tenido y se tiene frente a tan hermosamente grávida cultura literaria, disponemos el trabajo, hasta las últimas consecuencias, en favor de tantos cantos florecidos en nuestro amado terruño, Entre Ríos.
El Verso, la Mujer y el Vino.
Transcribimos una nota incluida en la primera antología iconográfica de Poetas Entrerrianos, Entre Ríos Cantada (1955), trabajo llevado a cabo por el también poeta Luis Alberto Ruiz. Zaragoza habla de sí mismo de esta manera:
«Nunca se me ocurrió escribir -nos confiesa en una carta- especialmente a una cosa determinada; mis versos son para Entre Ríos y el mundo. Esa aldea a la que canto, tanto puede ser de Argentina como de España o un traducido Japón, aunque, naturalmente, escribí pensando y queriendo ese humilde rincón de mi provincia natal. Nací hace mucho en un punto solitario y soleado de Entre Ríos. No tengo estudios secundarios; apenas un sexto grado; conocí hasta los quince años la vida más bien cómoda de una posición económica desahogada; después azares de la suerte me hicieron conocer todos los trabajos apropiados para los hombres y dolorosos y amargos para un niño. Mi suerte me la hice solo, nunca recurrí a nadie en la mala, y en la buena ofrecí mi corazón al mundo. Amo esa trilogía maravillosa creada por un Dios amable que puede ser Jehová o Pan: El Verso, la Mujer y el Vino; creo en la vida y en la total desintegración en la muerte. Cuando muera, quisiera que se escribiera en mi lápida (si es que la tengo) este epitafio: «Aquí yace un poeta que odió tres cosas: la Academia, la mentira y la formalidad»». (Ruiz 1955:111-112).
Podemos agregar que la vida de Zaragoza es rica en anécdotas de todo tipo, entrañables amistades con una amplia diversidad de autores, un libro publicado y un número considerable de poesías dispersas en distintos diarios y revistas del país.
Poesías de mi Aldea, 1938
Poesías de mi Aldea (1938) es el único libro publicado por Zaragoza. Fue impreso a mimeógrafo, con excepción de la tapa, en 255 ejemplares, para ediciones "Comarca" cuyo director era Amaro Villanueva, quien lo prologa. Lo componen veintitrés poemas (sonetos, romances y verso libre) que se subdividen en «Poesías de mi aldea», «Versos del tiempo mozo», «Canción de los barrios pobres», «Canciones a una muerta» y «Otros poemas».
Tomado de Lectores del Paraná